Matrioshkas made in Otavalo

Hace unos pocos días, en un receso del seminario sobre periodismo científico organizado por la Asociación de Academias de Ciencias de los Países Americanos, al que había sido invitada, paseaba por la famosa calle peatonal bonaerense, La Florida, y claro, trataba de encontrar algo novedoso que pudiera comprar para llevar de regalo a un par de amigas. Uno de los tendidos en medio de la calle llamó mi atención, pues al lado de unos chales y carteras tejidas, ví unas coloridas muñecas rusas, las conocidas Matrioshkas, esas muñequitas que guardan en su interior una serie de capas de muñequitas, en su mayor parte similares o idénticas a la que aparece en el exterior.

Mi asombro de encontrar muñequitas rusas en Buenos Aires, se duplicó, cuando miré que quien las vendía era indudablemente alguien de mi país, una joven de la etnia de los otavalos, conocidos por su industriosidad, sus dotes como comerciantes y su destino de viajeros empedernidos.

Cuando, para asegurarme le pregunté si era de Otavalo, su respuesta fue afirmativa, así como frente a la pregunta de quién las había realizado, y me dijo que ellas mismas.
Nunca he dudado de la capacidad de nuestros compatriotas otavaleños para hacer negocios e inclusive para tomar y generar ideas que luego las ponen en práctica, su arte y sus artesanías son reconocidas en el mundo entero y tienen un sello que las vuelve inconfundibles.

Por ello, no se si felicitar por el ingenio del que hacen gala, construyendo sus Matrioshkas otavaleñas o lamentar que se va perdiendo la identidad cuando se asimilan otras culturas que son tan diferentes a las propias.

Cuando se viaja, no se puede dejar de tener sorpresas, a lo largo de mi vida, me he encontrado con otavaleños en prácticamente todos los lugares que he visitado, por más distantes que estos se encuentren. 

Pero una vez más, me he dejado sorprender por el ingenio del que hacen gala. Así es que ya saben, la próxima vez que viajen a los más exóticos lugares y cuando compren una artesanía, a pesar de la omnipresencia de la China como país de origen de una cantidad impresionante de objetos y productos, puede que se lleven la sorpresa de que los objetos de su deseo, por más que no lleven una marca, probablemente sean made in Otavalo.


Fuente: Arteaga, Rosalía. «Muñecas rusas otavaleñas». eltiempo.com.ec. 6 de diciembre de 2011. Web. 12 de septiembre de 2016.

Laguna de San Pablo: azulidad y ensueño

Otavalo posee en su enclavado geográfico una belleza paisajística peculiar. Ciudad de embrujo y afectos. Tierra en donde se fragua una dimensión social múltiple, conjugándose una realidad multiétnica y policultural. En su seno se acrecienta una dualidad esencial: hombre-paisaje, cuya consecuencia genera en el individuo un especial sentimiento -indescriptible a ratos- de veneración telúrica.

Es la energía terrígena que convoca a un permanente ritual de adoración y querencia. Tal vez con alguna dosis de chauvinismo, pero con la certeza vital que emerge de los elementos de la tierra. Parafraseando a Plutarco Cisneros Andrade: “…en Otavalo, es imposible definir dónde comienza la tierra y dónde termina el hombre”. Es en Otavalo, precisamente, en donde emergen las lagunas de Mojanda (Caricocha, Huarmicocha y Yanacocha) y la de San Pablo. Esta última embebida de ensueño y leyenda. Imponente reflejo de agua -en cuyos adentros brota la totora-, que permanece inmarcesible con la huella del tiempo, no obstante, el deterioro generado por la inconsciencia humana.

La laguna de San Pablo tiene una denominación milenaria: Imbacocha (Imbakucha), desde la cosmovisión andina, en donde el agua es fuente purificadora y componente femenino, por ser generadora de vida. De ahí que se desprende su trascendencia cultural, prevaleciente en las comunidades indígenas circundantes. Además, cabe señalar la latente preocupación ambiental por su condición de ecosistema lacustre y su aprovechamiento para competencias natatorias (desde 1940) en la festividad septembrina del Yamor.

Esta laguna también es dadora de encanto poético. Carlos Suárez Veintimilla exclama: “Azul invitación de ancha frescura/ en las curvas resecas del camino,/ jugando al escondite con los ojos/ que presintieron su temblor dormido./ La laguna es un remanso dulce/ como el alegre retozar de un niño/ que se aquietó en asombro ante los cielos/ con sonriente respirar tranquilo”.

En tanto, Remigio Romero y Cordero versifica: “El lago de San Pablo, sibarita/ de lo azul, tiene sueño al pie del monte./ Cartas que el lago le mandara al cielo/ parecen, al volar, desde él, las garzas./ Se mira el caserío en el agua dulce,/ argonautas de barcas de totora,/ indios lacustres por las ondas vagan,/ ajenos a las horas de los siglos”.  

Y Gustavo Alfredo Jácome, en su “Romancero otavaleño”, recreando la tradición oral, detalla la apasionada relación entre la laguna descrita y el Taita Imbabura: “Amor de monte y laguna,/ idilio de roca y agua,/ cosmogonías platónicas/ eternidad de dos almas./ Y allí moran, ella y él,/ desde los siglos en alba./ Se miraron una vez/ y esa mirada fue vasta./ El monte inclinó la testa -reverencia enamorada-,/ le sonrió la laguna/ con una sonrisa de agua./ Y desde entonces se amaron”.

La laguna de San Pablo, desde sus inicios, emergió a partir de los designios bíblicos: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra”, esto es, en la génesis de la creación universal, para bendición del entorno otavaleño.


Fuente: «Laguna de San Pablo: azulidad y ensueño». eltelegrafo.com.ec. 7 de septiembre de 2011. Web. 26 de eneros de 2015.

Edgar Muenala

Edgar Muenala no fue un intérprete accidental del Festival de Fusión en Surrey. Vino con todo el conjunto de sus instrumentos y amplificadores necesarios y tocó su música en una carpa preparada para una audiencia no demasiado grande. El trajo este espíritu especial de la música de flauta de pan de su Ecuador nativo y después de media hora de concierto tuvo diez veces más nuevos fans después de tocar música desde el fondo de su corazón. El era un excelente adición a la exhibición cultural de su país – colorido, exótico. y con rostros sonrientes de quienes presentaron las artes, la comida y la ropa desde el país ecuatorial a miles de kilómetros de distancia. En su página web con todos la información sobre el artista, dice: 

Lo que realmente me gusta al tocar la flauta es poder alcanzar el alma de alguien y tocar su vida de una manera especial. Es como si tuviera un trato muy personal y conversación íntima con cada uno de mis oyentes. 

El concierto fue una promoción de su nuevo CD «Pan Flute World Music» donde él incluye famosas melodías del mundo interpretadas en la flauta de pan. Entre los piezas están «Let it be», «Scarborough fair» o «Romeo and Juliette». En su «búfalo blanco» Edgar combinó el estilo andino de la música de flauta de pan con música tradicional de los aborígenes de América del Norte. El CD estaba disponible para la venta después del concierto que fue verdaderamente una experiencia artística y gran aventura musical disfrutada por muchos visitantes del festival.


Fuente: Joseph Boltrukiewicz. «World music maestro, Edgar Muenala». digitalournal.com. 11 de agosto, 2011. Web. 3 de junio, 2018.