Raúl Amaguaña Lema

RAÚL AMAGUAÑA LEMA

Raúl Amaguaña, nace en la comunidad kichwa de Agato un 3 de diciembre de 1967, hijo de Luis Enrique Amaguaña y Luz María Lema de ocupación artesanos. Sus estudios primarios los realiza en la Escuela Fisco-misional “César Antonio Mosquera” de la misma comunidad, sus estudios secundarios en el Colegio Nacional Otavalo. Se casa con Rosita Lema a la edad de 18 años y en la actualidad es padre de 3 hijos, Charic, Pachita y Samaya, además al momento tiene 3 bellos nietos: Juyana, Churic y Apuk.

Foto © Raúl Amaguaña Lema.

Desde muy joven tiene una enorme curiosidad por la política y es visible su afán de ayudar a los necesitados, se vincula a la Educación Intercultural Bilingüe, trabaja como maestro en algunas escuelas rurales del cantón Otavalo, donde mira y vive las carencias con la gente más humilde de comunidades alejadas de los centros urbanos.

Se gradúa como Profesor Bilingüe en el Instituto Pedagógico Intercultural Bilingüe “Jaime Roldós Aguilera” de Colta Monjas, con una mención de honor al mejor egresado. También, realiza importantes cursos dentro y fuera del país. Además de maestro se involucra en procesos de revitalización cultural desde la comunicación, es así que, desde Radio Ilumán, conjuntamente con el profesor Gonzalo Díaz, comienzan a gestar una campaña para la reivindicación de nuestra lengua madre el kichwa, también reviven desde ese medio de comunicación comunitaria, la práctica cultural del Inti Raymi, que a fines de los noventa estaba amenazada a desaparecer. La campaña tiene una respuesta sorprendente y hoy se pueden medir los resultados.

Foto © Raúl Amaguaña Lema.

Se inscribe en la Universidad Técnica Particular de Loja, para estudiar comunicación social y esto permite potenciar su faceta de escritor de artículos de opinión, con una aguda visión de la realidad social, cultural y política del cantón, la provincia y el país. Con sus más de 500 artículos publicados a nivel regional y nacional, como en el Diario La Hora, diario El Norte, de Ibarra, Diario El Universo, de Guayaquil, donde comparte página con reconocidos intelectuales de talla nacional, Raúl Amaguaña es el primer kichwa Otavalo que escribe de manera permanente en un diario de circulación nacional.

Foto © Raúl Amaguaña Lema.
Con sus padres.

A más de dedicarse a las actividades artesanales, Raúl nunca se desvincula de las actividades culturales y organizacionales, en diferentes espacios, fue parte del directorio de la Unaimco (Unión de artesanos de la Plaza de los Ponchos de Otavalo), miembro del primer Consejo de Gobierno del Pueblo Kichwa Otavalo y presidente fundador del Cabildo Kichwa de Otavalo – Otavalo Kichwa LLakta, el primer cabildo indígena urbano del país.

Foto © Raúl Amaguaña Lema.

Mi abuelo
Mi abuelo paterno Miguel, de estatura mediana, pelos rizados y piel más blanca que cobriza, era una especie de alquimista andino. En su casa de tapial y teja, en el sector Chimbaloma de la comunidad de Agato, a unos 10 kilómetros de la ciudad de Otavalo, se dedicaba a un sinfín de actividades, como; tejeduría, agricultura, trueque, comercio, escultura, espiritualidad, también a la cura de lesiones, torceduras y un sinfín de cosas. Además de inventor, tenía una serie de artefactos extraños entre ellas, piedras brillantes que según él, eran con las que jugaron la “chunkana” los “montes”, entre ellos el “tayta” Imbabura y el Yana Urku. Interpretaba los sueños y “leía” las velas, para echar vistazo más allá de la realidad perceptible.

Conocía fábulas e historias inimaginables, que nos recreaba junto a la “tullpa”, mientras mi abuela Josefina, hervía la sopa de coles con papas para la cena. Cuando habré tenido unos ocho años, del tronco de un árbol, sacó un vistoso caballito de madera, en que los chicos nos entreteníamos las apacibles tardes de verano andino. Como buen sabedor de la espiritualidad, tenía en su casa un cráneo, no uno cualquiera, sino de un pariente mismo, fallecido hace ya mucho. Aseguraba que su espíritu estaba presente y que se manifestaba de distintas formas, algunas veces en los sueños y otras en directo, al lanzar piedrecitas, silbar o hasta hablar en ciertas ocasiones. El motivo principal para que este resto sagrado esté en la casa, era la de cuidar el domicilio ante los ladrones, que eran tan “célebres” como los de ahora.

Foto © Raúl Amaguaña Lema.
Con sus padres, en los inicios de la Plaza de los Ponchos.

Recuerdo como si fuese ayer, aquella apacible vida campestre, ya hace como unas cuatro décadas, cuando ni siquiera la electricidad había llegado a nuestras casas y la oscuridad de la noche solo era iluminada por débiles lámparas de kerosén, la madre luna o las juguetonas luciérnagas; en medio de maizales de tallos enormes por doquier, que nos daba la impresión de estar en la “sacha”, la selva de los “yungas”. Cuando la vivencia comunitaria y del “ayllu”, era realmente transparente. Cuando nuestros padres tenían que partir a travesías temerarias, hacia lugares lejanos y desconocidos en busca del “sumak kawsay”, la “búsqueda de la vida”.

Tristemente Miguel enviudó relativamente joven, después de hacer su vida sólo por un tiempo, se mudó a vivir con nosotros. Ya cerca de su ocaso, se convenció de que había tenido una revelación, estaba completamente convencido, que bajo las ruinas de su casa –que estaba sobre una tola- existía un tesoro ancestral muy valioso; no éramos quién para contradecir sus conocimientos y sabiduría. Por un tiempo se dedicó completamente a la labor de excavar, ante la extrañeza de sus hijos y nietos. Al no haber acumulado riqueza alguna, la idea de él era, dejarnos algún legado material. Hace ya tantos años que partió a su mundo espiritual y hoy siento una extraña melancolía al recordar su figura partir en el alba, su pantalón corto y blanco, su poncho azul extendido y su inseparable maleta de sábana blanca, ese era mi abuelo, el tayta José Miguel Amaguaña Cachiguango.

Así era mi Inti Raymi
El cálido verano de pronto se interrumpía, con unos atrevidos ventarrones provenientes del norte, que al cruzarse con las ramas de los árboles, producía una melodía muy propia de la época. La mayoría de los maizales se habían enflaquecido por la irrupción de la cosecha, y las hierbas de la chacra se retorcían a sucumbir ante el taita Inti, todo indicaba que estábamos en el mes mayor, el mes de junio, el mes de San Juan como se llamaba en aquel entonces. Para un pequeño de ocho años, era la época más importante y feliz de todo el año, pues era la ocasión en que recibía toda una mudada completa de ropa nueva; camisa, pantalón, alpargatas, también unas botas muy especiales, las de caucho, que de nuevas tenían ese olor extraño fuera de lugar, pero que al relacionarse con ese momento, el olor se convertía en un recuerdo agradable que se grabaría por siempre. 

El tronar de los cohetes pirotécnicos, que anunciaban tácitamente la llegada de la fiesta mayor, intercalaba zigzagueante de una casa a otra, de una comunidad a otra, exaltando el ambiente festivo. Era el 23 de junio, día de compras, día de feria obligatoria anual en la ciudad de Otavalo. Entre ponchitos de colores, disfraces de moda, rondines y guitarras, la gente se ajetreaba apurada en las comunidades, era la tarde de reunirse en familia, de “armar” el castillo, el altar, la ofrenda a las divinidades, a las imágenes cristianas como San Juan o la Virgen María, pero más que todo a la celebración, al Inti Raymi. El olor a pólvora de los “voladores”, se mezclaba con el exquisito aroma del cuy asado, de la colada de maíz, del mote, de la deliciosa chicha de jora. Después la inconfundible música de esta fiesta, al son de bandolines y guitarras, de rondines y flautas, entrelazados con los griteríos gratificantes propios del Inti Raymi.

Parece que fue ayer nomás, cuando con mi poncho rojo de Natabuela, bailábamos cantando en círculo; y al alzar la mirada, ahí estaban: mi abuelo Segundo con su guitarra, mi tío Virgilio con su requinto, mi padre con su rondín, tocando con lo más profundo de sus sentimientos; cuanta algarabía, cuánta felicidad, grabada en mi mente para siempre. ¡Así era mi Inti Raymi!

Foto © Raúl Amaguaña Lema.

Raúl Amaguaña, más que profesional colmado por títulos universitarios de poco impacto social, es un ser universal, un autodidacta. Su pensamiento, conocimiento y sabiduría, está escrito en los cientos de artículos publicados, que incluso sirven como material de estudio, en los procesos de aprendizaje universitarios. Personaje muy reconocido en Otavalo, tanto como intelectual, comunicador, activista político, gestor cultural e incluso como motociclista que ha recorrido algunos países de Sudamérica; pero su principal virtud es su cálida sencillez, una honorabilidad incuestionable y poseedor de un vasto conocimiento de la realidad local, nacional y mundial.


Fuente: Amaguaña, Raúl. Comunicación personal, 1 de agosto de 2021.