Escrito por Jaime Núñez Garcés
Diciembre (lat. decem), diez, constituía el último mes del cómputo romano, lapso en que patricios y plebeyos celebraban sus fiestas saturnales entregándose a toda clase de placeres con bacanales incluidas. Consagrado ahora a conmemorar la natividad, durante una temporada impropiamente comercializada, con gran despliegue de preparativos y un claro menoscabo del tradicionalismo religioso. De especial significado para los quiteños, quienes festejan con bombos y platillos el aniversario de fundación española, entre farras riesgosas, eventos culturales, la feria taurina (que en paz descanse) o de otra índole, presididos casi siempre por la reina, electa con antelación.
Precisamente, cuando las postrimerías del año 72 (si la ingrata memoria no me es infiel) descontaban noviembre, para terciar en dicha elección –por sus atributos– fue designada, Cristina Pinto Mancheno, bella y carismática damita, hija del industrial Germánico Pinto Dávila y de Doña Susana Mancheno, otrora, propietarios de la fábrica San Miguel y del taller de confecciones.

Personal del taller de confecciones San Miguel durante un agasajo ofrecido por su propietario Germánico Pinto Dávila y su Sra. esposa Susana Mancheno. Foto © Archivo personal de Jaime Núñez Garcés.
Sin pensar dos veces, directivos y jefes de esta empresa otavaleña juzgaron conveniente (por tratarse de la hija del dueño) apoyar irrestrictamente tal candidatura, enviando al acto galante una “barra brava” bien selecta. Las secciones de corte, confección, remate, revisión y empaque, suministraron el personal femenino indispensable para viajar a Quito. Muertas de puritito gusto por resultar designadas, empezaron a hilvanar ideas y entretejer propósitos, puesto que en quince días más quedarían requetebien ante los patronos.

Trabajadoras del taller de confecciones (imagen de inicio de los años 60´s). Foto © Archivo personal de Jaime Núñez Garcés.
Como había que preparar algo bueno (con cepillo a la mano, no podía ser de otra manera), se contrató al profesor Germán Proaño, quien, acordeón en mano, tomó a su cargo la dirección del coro textil conformado por voces canoras “privilegiadas”. Durante dos semanas inglesas, ensayaron una horita todas las tardes. Sobre temas nacionales del cancionero nacional: El chulla quiteño, Ojos azules, La naranja y Poncho verde, en frenéticos arranques de inspiración conjunta, adaptaron las letras, relacionándolas con la personalidad de su candidata, así, “ojos azules color del cielo tiene Cristina para mirar” se convirtió en la tonada predilecta.

Trabajadoras del taller de confecciones acompañando a la Sra. Susana Mancheno de Pinto en su onomástico. Foto © Archivo personal de Jaime Núñez Garcés.
Llegado aquel día 28, el entusiasmo empató con la novelería, por consiguiente, el bazar de la señora Rosa Tena de Dávila, prefirió obviar el adagio prometedor de “hoy no fío mañana sí”, registrando eso si a lápiz los nombres de las nuevas e incautas deudoras. Desde zapatos con taco aguja hasta impecables ternos estilo sastre, pasando por medias Ingesa u otras preferencias, quedaron listos para esa noche. Como es lógico, en la tarde no hubo trabajo, circunstancia que fue aprovechada para ir con prontitud a ganar turno en el salón de belleza Marujita, y sobre la imaginación febril, peinar cortes estilo Cleopatra, moños altos, bucles y cerquillos que por la bien definida precisión parecían haber sido cortados a un solo golpe de hacha.
Del Bolívar de los ensayos, partieron vía ilusión hacia el Bolívar capitalino, una por una abordó las dos unidades de Transportes Otavalo (con carrocería de palo por más señas), estacionadas frente al teatro. Bien futres y perfumadas, luciendo además vistosos abrigos (prestaditos y con cuello de piel algunos), emprendieron en la aventura, cuando de esa tarde estaban ya gastadas cuatro horas. Anhelaban debutar exitosamente, un último repaso efectuado durante el viaje, dejó a punto de melcocha la ineludible actuación.

El Teatro Bolívar, Quito.
El término del recorrido, encontró una plaza Marín hastiada de tanto ajetreo metropolitano. Los primeros destellos luminiscentes, advertían desde el alumbrado público que las sombras eran inminentes. No necesitaron brújula para trepar medio jadeantes por la calle Chile y dirigirse hacia el objetivo final, en cuyo exterior, numerosos espectadores formaban una larga cola, esperando la hora de ingreso. Muy comedidas, las jefas, repartieron entradas adquiridas con antelación entre la ansiosa comitiva.
Omegas, Bulovas e Invictas marcaron las ocho, cuando las puertas se abrieron de par en par y… ¡sálvese quien pueda! Una avalancha humana alcanzó los graderíos para tomarse la galería, el ímpetu colegial representado esta vez por las barras del Americano, Spellman y Alemán, irrumpió a zancadas cargando bombos, tambores, pitos y cornetas inclusive, acción que produjo sobresalto y efectos devastadores en nuestras coterráneas, ni el fijador Miss Clairol pudo con la embestida juvenil, comprobándose que los peinados gato no tenían siete vidas, ni el nylon garantizaba medias inmortales, aun las rígidas y las permanentes ensortijadas (por pura coincidencia a imagen y semejanza de los churos de Doña Brisul), registraron leves sismos en las escalas de Ritcher y Mercalli, “no nos cayó nadita en gracia que nos manden al gallinero” confesó risueña una protagonista. Imaginaban que estarían sentadas cómodamente en butacas de las primeras filas, a pocos metros del alcalde de Quito y los Sres. concejales.
Cuando la confusión amainó, los semblantes cariacontecidos, exigieron breves retoques de maquillaje y las taquicardias, profundas inhalaciones de aire enrarecido. Por ahí, un espacio sobrante acogió a aquellas humanidades forasteras. Con el saludo festivo por parte del ceremonioso presentador, inició la función entre el encopetado formalismo lunetoide y los incesantes vítores de arriba. Miraban prevenidas la primera presentación de las aspirantes, hasta que apareció Cristina Pinto, instintivamente, resonaron melodiosos el grupo coral simpatizante y su acordeón conductora; pero… oh sorpresa ingrata, una silbatina apabullante acompañada de cáscaras del color de la Izquierda Democrática alma bendita, papeles u otros objetos, silenció terminantemente la serenata, viniéndose abajo el entusiasmo y la muy zalamera intención.
Con los resquicios de ánimo, brotaban débiles las voces proletarias, para colmo, el sector contrincante y sus porras bulliciosas, acallaron la consigna que en susurro sumamente cohibido, esporádico e imperceptible discurría: Cristina…Cristina. Tanto el cansancio del viaje, cuanto la clásica monotonía del programa, durante el cual se presentó un ballet ruso, sumados los sustos recibidos, hicieron mella en la distinguida delegación, muchas quedaron bien dormidas, cuyos ronquidos se mecían en brazos de un Morfeo hostil.
Ya al final, el jurado calificador proclamó a las dignidades resultantes: Reina, Srta. Simpatía y Señorita Patronato (Cristina Pinto Mancheño), dictamen que motivó el aplauso general. Con los consabidos ¡viva Quito! concluyó la jornada y fue necesaria una irónica recomendación del grupo rezagado de adolescentes: “Cristinas recuérdense, ya se acabó” para que el teatro termine quedándose desierto.
El retorno se retrasó considerablemente, ya que los padres de la rubia candidata invitaron a su residencia ubicada en la avenida 12 de octubre, donde a más de ser bien recibidas, fueron debidamente atendidas por sus anfitriones, y ahí sí, sin interrupciones ni cortes comerciales, demostraron sus excelentes cualidades interpretativas para el arte vocal, que Mendozas Suastis, Carlota Jaramillo, Libertad Lamarque ni que ocho cuartos, hasta le sobró voluntad al acordeonista, faltándole fuelle a su instrumento ya medio achacoso que desplazaba las notas vibrantes en un ir y venir interminables, queriendo justificar las horas que no asistieron al trabajo so pretexto de repasar. Entonces, ahí sí, con sentimiento sublime y medio virando los ojos tentadores como borreguito a medio morir entonaron: “ojos azules colooor del cieeelo tiene Cristina para mirar” antes de concluir esa noche de debut y despedida.
De vuelta a casa, el sueño cobró fuerza en la panamericana pavimentadita. Adormecidas, pasearon su llegada por las calles solariegas. Con mejor calidad, los gallos crestones unos, cariocos otros, pelearingos algunos, cantaban al nuevo día y el pan calientito de las primeras horneadas, colmaron grandes canastos para ser distribuido entre los tenderos impacientes por Nicolás Mena, todo un personaje, querido, servicial, humilde, parte insoslayable de nuestra historia local, en su momento, digno del reconocimiento citadino por su diario e infatigable servicio que desde su trinchera de amor filial entregó a su tierrita.
Apenas una hora pudieron permanecer horizontales en cama propia (mamiticas), la gerencia, bajo ningún concepto admitía pagos justos ni retrasos al trabajo. Durante esa mañana, predominó un chuchaqui seco del san flautas, los comentarios provocaban risa u ocurrencias entre las propias protagonistas y con cierto favoritismo, el colirio Eyemo humedeció miradas ya sin sobrecarga de rímel y desprovistas de pestañas postizas, eso sí, bastante enrojecidos.
Del coro alma bendita y de aquella velada, sólo quedan recuerdos. Hoy, ya jubiladas (algunas ya marcaron calavera), persisten en seguir tejiendo vivencias hogareñas o confeccionando día a día el cariño que debidamente empaquetado entregan a sus respectivas familias con nietos y hasta bisnietos incluidos. Ahora, hebras de cabello blanquecino indiscretas, indican que su existencia como la de todo mortal, es inexorablemente recortada y va camino a Carapungo.
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Fuente: Núñez Garcés, Jaime. Comunicación personal, 16 de noviembre de 2025.