A los arqueros los llaman solitarios, el sitio donde se mueven no crece el césped. En muchos casos, un verdadero portero necesita aprender a sentirse solo. Muchos son llamados héroes o enemigos, dependiendo del resultado. A medida que el rival se libera de los defensas y comienza a acercarse al arco, el portero debe decidir cual es la solución mejor: si permanecer en la línea o dar un paso adelante para cerrar el ángulo. Para un portero esto es todo, estos son los momentos que vive, esta es la razón por la que se levanta cada día.
Esta es la historia del portero del equipo San Sebastián, Manuel Rosales. Es un homenaje que debió salir en Marzo en el tercer aniversario de su fallecimiento. Lo hacemos tardíamente pero conservando el mismo afecto de su memoria.
Foto © Darío Rosales.
El día 25 de marzo de 1979, se jugó el partido final del Campeonato Nacional de Fútbol Amateur. Según la modalidad del torneo, para decidir el equipo campeón había que jugar dos partidos, uno de local y otro de visitante. Los equipos que llegaron a la final fueron el equipo Huracán, representante de la provincia del Guayas y, el equipo San Sebastián, representante de la provincia de Imbabura.
Al equipo San Sebastián le correspondió jugar de visitante el primer partido en el Estadio Monumental de la ciudad de Guayaquil. Empero, en una acción inédita, un jugador del equipo San Sebastián fue expulsado por conducta anti deportiva y el equipo debió batallar con diez hombres en el calor guayaquileño. Sin embargo, consiguió obtener un empate a cero goles, lo cual le otorgaba una gran ventaja para el partido final a realizarse en Otavalo una semana después.
Foto © Darío Rosales.
El estadio El Batán de Otavalo se llenó con la expectativa de ver al equipo local. El estadio de tierra no tenía tribuna ni protección contra el sol. Había unos asientos de cemento en un sector y el resto era potrero. De ese estadio muchos jugadores de antaño lo recuerdan con nostalgia a pesar de las deficiencias que tenía en comparación con estadios modernos.
Foto © Darío Rosales.
El equipo local se adelantó con un gol de Marco Encalada pero el empate visitante fue un “blooper” donde el balón hizo un bote que desestabilizó al arquero. Luego llegó el gol de Patricio Morán que eludió la estirada del arquero. A falta de 10 minutos fue expulsado Carlos Ayala lo cual animó al equipo visitante a persistir en el ataque. Pero cada tiro al arco encontraba bien parado al arquero Rosales. Su agilidad le permitió aventajar a los delanteros a cuyos tiros los atrapaba o los desviaba. Si se necesitaba de sangre fría en un momento decisivo, el arquero lo estaba demostrando ese día. El marcador se mantuvo así hasta el pitazo final, lo cual otorgó al equipo San Sebastián un trofeo nacional, el primero de un equipo de la ciudad
Manuel Rosales
Manuel Rosales Tabango nació el 1 de mayo de 1952 en el barrio San Sebastián. Sus padres fueron don Manuel Rosales y doña Rosita Tabango. Estudió en la escuela Católica Ulpiano Pérez Quiñones, en el Colegio Nacional Otavalo, en el Colegio Agropecuario y en la Universidad Católica del Ecuador.
Foto © Darío Rosales.
Comenzó a jugar muy temprano en la escuela Ulpiano Pérez Quiñones a la sombra de sus hermanos Abraham y Raúl. En los patios de tierra los estudiantes improvisaban los arcos con los carriles y los uniformes. De esta época recuerda a Armando Jaramillo, Germán Herrera, Carlos Trujillo, Rubén Chicaiza, Carlos Orozco, Marcelo Vaca, Luis Pérez, Fernando Ramírez. Jugaba de delantero.
Estuvo casado con doña Gloria Guerra con quien procreó tres hijos: Darío, Manuel y Santiago. El hijo menor jugó de volante en algunos equipos como Deportivo Puyo, Cumandá, Imbabura, Deportivo Otavalo, 31 de Octubre y en el equipo de la reserva del club Aucas.
El deportista
En el Colegio Nacional Otavalo integró la selección que ganó el título intercolegial de la provincia de Imbabura. La mayoría de estos jugadores pasaron a integrar el equipo Inti Raymi, el cual a su vez era la base de la selección juvenil de Otavalo. El entrenador era don Carlos Teanga y Manuel se destacaba en la delantera.
También practicó la natación. Obtuvo una medalla de oro en estilo pecho bajo la dirección de Paco Páez.
Foto © Darío Rosales.
Los “chúcaros” del colegio Otavalo, al terminar las clases en la tarde, solían tomar el atajo por el estadio para llegar al puente de El Batán. Algunos se quedaban mirando el entrenamiento de salto alto que hacía Manuel Rosales. A un lado de la cancha, con unos palos de madera que sostenían la barra horizontal y en el piso, un montón de aserrín traído desde alguna carpintería. Después de una lluvia, el aserrín ya no garantizaba suavidad. En esas condiciones rudimentarias, bajo la mirada del licenciado Luis Echeverría, Manuel Rosales practicaba salto alto para el campeonato de atletismo.
En los juego olímpicos modernos, los atletas utilizan la técnica llamada “salto de Fosbury”, con el centro de gravedad en la espalda y la caída sobre grandes colchonetas. Antes de este estilo, la mayoría de los saltadores utilizaban la técnica de “salto de tijera” corriendo de frente para superar la barra horizontal. Esto requería otro paso adicional después de superar la barra para caer cuidadosamente en el lado contrario donde había un montón de arena. Para este estilo el uso de las colchonetas aún no era muy extendido.
Los guambras soltaban “ohs” de admiración cuando Manuel Rosales superaba la barra de los 170 centímetros, aún con el estilo tradicional. En 1972 fue el representante de la provincia de Imbabura a los Juegos Inter-Colegiales. También representó a Imbabura en esta especialidad. Obtuvo la marca de 175 centímetros en salto alto.
El ecuavoley era su otro pasatiempo favorito. Jugando ecuavoley obtuvo tres campeonatos provinciales. Por su agilidad, era el “ponedor” del equipo. Tuvo de compañeros a Marco Narváez, Hermosa, “Negro” Vergara, Marco Rodríguez, Pablito Ruiz, Germán Buendía, Manuel Villacreses, Iván Garzón. El primer campeonato lo obtuvo en Atuntaqui, el segundo en la cancha del Colegio República del Ecuador en Otavalo y el tercero en las canchas de la Sociedad Artística, en Otavalo.
“El salto del tigre”
Es una anécdota contada por Sixto Puente. Había sido pactado un partido de ecuavoley. El equipo rival tenía equipo completo y ya estaba calentando.
Ansioso, Manuel se acerca a donde estaba sentado Sixto Puente y le confía que el “volador”, que debía venir desde Ibarra, no aparecía. En medio de la conversación, Manuel le pide a Sixto que haga de “servidor”. Ni siquiera le dejó terminar de hablar cuando Sixto ya estaba listo para jugar.
El partido fue intenso y en una jugada del equipo rival, la pelota fue dirigida sagazmente hacia el lado contrario de donde Sixto había intuído… pero, sin pérdida de tiempo dio un giro inverosímil en medio de su movimiento y logró tocar la pelota para mantener el juego. La gente aplaudió y Manuel Rosales se acercó al final y le dijo a Sixto:
-Compadre, eso fue “el salto del tigre”.
Foto © Darío Rosales.
El arquero y el número 23 de su camiseta
Jugando al fútbol era conocido por hacer goles hasta que en un partido en 1975, se lesionó el arquero principal y se ofreció a sustituirlo hasta el final del partido. Lo hizo tan naturalmente que sus compañeros le pidieron que vaya al arco en los partidos siguientes. Esta vocación le fue confirmada cuando su hermano Abraham le indicó que sus dotes eran las de un genuino arquero. Cuando esto ocurrió, tenía 23 años de edad, razón por la cual siempre eligió ese número para su camiseta.
En Otavalo jugó junto a grandes futbolistas: Hugo Ruales, Luis Echeverría, sus hermanos Abraham y Raúl Rosales, Rodrigo Orbe, Marcelo Orbe, Marco Hinojosa, Jaime Hinojosa, Alfredo Avilés, Washington Méndez, César Andrade y una lista interminable de compañeros y amigos.
Sebastián, el hijo menor, quien jugó fútbol profesionalmente en varios equipos, recuerda así a su padre:
Mi padre siempre me inculcó el deporte. Desde muy pequeño nos despertamos los sábados y nos decía:
-Ya vamos a Las Lagartijas.
E ibamos trotando por la vía a Quinchinche desde nuestra casa frente al Hospital San Luis. A veces íbamos por la vía a Selva Alegre, llegábamos a Quichinche y terminábamos en la piscina Las Lagartijas.
Recuerdo que mi padre se broncearceaba con aceite de coco y luego se entretenía conversando con algunos amigos que llegaban. Entonces nos regalaba un salto que realizaba desde lo alto. Era “el salto del ángel”, un salto que lo llevaba alto con los brazos extendidos para caer elegantemente en la piscina. Había gente que esperaba ver ese salto cuando lo veían en la piscina.
Luego, íbamos al mercado a comprar hornado y la tradicional “máchica” para llevar a casa y hacer un delicioso “chapo con leche”.
Era gratificante sentir esas emociones junto con mi padre. Nos decía,
– Salgan al sol a fortalecer los huesos y el espíritu y a oxigenar el cuerpo.
Sebastián Rosales continuó la ruta del deporte trazada por su padre. Se destacó en los campeonatos escolares y recibió la medalla al mejor deportista de la escuela. Integró la selección de fútbol de Otavalo y recuerda una anécdota:
Un día le contó a su padre que jugaría en Urcuquí a las 3:00 de la tarde y el papá le prometió que iría a verle jugar. Al final del partido lo divisó en las gradas. Había hecho el viaje en bicicleta desde Otavalo para verle jugar. El partido final se realizó frente a la selección de Ibarra. Obtuvo el campeonato en la categoría sub 14, equipo en el cual también jugaba su hermano Darío. Mi padre siempre estaba ahí mirándonos.
Foto © Darío Rosales.
La historia de un portero es inusual. Allí donde no crece la hierba, ellos están solos y mantienen a su equipo a flote cuando más se los necesita. Manuel Rosales es recordado como una persona afable, callada y valiente durante los partidos de fútbol allá en la cancha del estadio El Batán o en otras canchas. Sucumbió a la epidemia de COVID 19 el 3 de marzo de 2021.
En vida fue un destacado atleta que merece ser recordado entre los deportistas más notables que ha tenido la ciudad de Otavalo.
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Fuente: Rosales Tabango, Manuel. “Hoja deportiva de Manuel Rosales T.” Manuscrito compartido por Darío Rosales, hijo del autor. Marzo de 2024.