Sacerdote humilde, fervoroso, constante en sus empresas, abnegado hasta el sacrificio por el bien de las almas comendadas a su apostolado, el amor fue la centella más luminosa de su vida: amor a Dios, exquisita delicia de su ser, y amor a sus semejantes, en dimensión de su ejemplaridad, impregnada de hondo sentimiento de fraternidad cristiana. Inteligente, ilustrado, docto en ciencias divinas y humanas, limpio de corazón, digno de su porte, suave y recatado en sus modales, hecho al retraimiento y austeridad de la vida religiosa, a lo largo de los días de su existencia lamentablemente cortos, llenó su escrupulosa conciencia sacerdotal de Dios, del alma, de las fuerzas recónditas de la moral, valores estos que los proclamó con ardentía singular y que supo reflejarlos, espléndidamente, a través de su vida diáfana, saturada de nobilísimas excelencias y, por fortuna, unánimemente reconocidas y admiradas por el pueblo otavaleño.
Indudablemente, Dios dio al hombre dones excelsos, que los distinguen de todas las demás criaturas, entre estos dones hay uno que le permite conocer a través del prisma de su inteligencia, el fin para el cual fue creado. Enaltecido con tan grande privilegio, el ser humano es un ente excepcional en la Creación, un prodigio de la sabiduría y amor de Dios; y por esta misma consideración por su naturaleza racional, está obligado a cultivar sus atributos, de ser posible, hasta alcanzar la esfera ambicionada de la sabiduría y el límite inefable de la santidad.
El primer camino recorre la inteligencia humana, paso a paso, de la sombra a la luz, despejando el error, afirmando gradual y progresivamente la verdad, hasta verificarla por la razón humana.
Otra es la verdad revelada, deliciosos alimento, divina sustancia que asimilada por el alma, brinda al hombre saludables pensamientos, inflamados efectos, repetidas inspiraciones, de gracia, firmes resoluciones, de convicción y santidad. Esta asimilación es la difícil, porque le hacen temible resistencia las pasiones que alberga el corazón humano : egoísmo, vanidad, concupiscencia, racionalismo agresor. Quien lucha contra ellas hasta doblegarlas, armado el pie sobre la cabeza de tan malignas sierpes, se matricula entre los discípulos de Cristo, grupo selecto del cual se levantan a alturas de prodigios, muy pocos elementos, realmente extraordinarios, que consagran su vida a perpetua inmolación, por el amor de Dios. En este rango se cuentan los místicos, los anacoretas, los justos, los santos.
El padre Polibio Andrade respondió a estas exigencias desde la hondura de su ser y en todas las expresiones de sus existencia, como paradigma de sacerdote católico y como custodio de los más sagrados y preciosos intereses espirituales del linaje humano.
Desde niño recibió en su hogar, tan pobre por cierto, una preparación especialísima a cargo de su santa madre, doña Carmen Cevallos de Andrade; la formación espiritual y humanística la debió primeramente a su gran Colegio San Gabriel, forja de espíritus de selección, bajo la vigilante mirada y conducción formativa de su digno Rector, el esclarecido religioso Padre Jorge Chacón, y luego en el Seminario Mayor de San José, de Quito, regentado por el sabio y austero Padre León Scamps, querido y respetado en nuestra Diócesis y en todo el Ecuador.
Terminada esta formación fue ordenado Sacerdote, el 21 de junio de 1949, habiendo tenido Otavalo el privilegio de recibirlo a su servicio, sintiéndose feliz y honrado de que un religioso de tan insignes cualidades, modelado segúnlos troqueles del Corazón de Cristo, hubiese acompañado a la otavaleñidad durante 26 años consecutivos, hablándole con palabra viva y eficaz, comúnmente sencilla, más en veces, inspirada y ardiente, dogmática y normalizadora, sobre la omnipotencia, la sabiduría y la bondad de Dios; su perfección suprema, su plenitud, la riqueza exuberante de sus atributos; su amor infinito y, para el justo, eterno, sobre la divinidad de Jesucristo, y las arrobadoras gracias del alma mediante la unión eucarística con el Salvador; todo esto a través de la sabiduría recogida en sus lecturas bíblicas· y en las enseñanzas de Padres y Doctores de la Iglesia.
Entre otras muchísimas obras que cuentan en su haber, el padre Polibio Andrade transmitió a su feligresía de Otavalo su luminosa, apasionada, ardiente devoción a la Stma. Virgen en en la advocación de Dolorosa del Colegio, embeleso y hechizo de su espíritu.
Muchos sacerdotes ejemplares ha tenido Otavalo, inteligentes, virtuosos, dignos de todo concepto a quienes se debe el mantenimiento de la fe y la exaltación espiritual característica de esta ciudad. Uno de ellos, el José Nabor Rosero, arquetipo de cualidades admirables, a quien debe nuestra ciudad una especial demostración de gratitud. El Dr. Rosero dio testimonios fehacientes no solo de su espiritualidad sino de su espíritu progresista en ennoblecer el Santuario de San Luis dotándole de mejoras especiabilísimas que es preciso reconocer y agradecer, con inversión en buena parte de sus caudales propios. Esas obras tan bien conducidas avanzaron on más gracias a la gestión del P. Polibio Andrade, quien sirvió también en el más noble de los menesteres de la inteligencia, cual es la educación de la juventud, batiéndose esforzadamente como maestro y conductor de los Colegios Vicente Solano y Marianita de Jesús.
Largo sería pasar revista de la forma como sirvió a Otavalo el benemérito Padre Andrade Cevallos, eximio hijo de Cotacachi, ciudad verdaderamente ilustre por la copia de grandes hombres que nacieron en su seno para gloria de su tierr nativa y honra del Ecuador. Tan esclarecidos servicios del bondadoso y humilde siervo de Dios merecen no solamente la placa que se descubrirá el día de hoy en el Santuario de San Luis sino la erección de su busto en lugar público, por haber sido un extraordinario animador del progreso de esta tierra en la que quedaron sembrados los nobles afectos de su corazón.
Fuente: Jaramillo Cisneros, Hernán (Compilador). “Por las calles de Otavalo. -De arriba abajo-” Revista Sarance -Serie Monografías- No. 1. Instituto Otavaleño de Antropología y Universidad de Otavalo, 2006. Web. 31 de octubre de 2016.