SEMBLANZA REZAGADA
Escrito por Jaime Núñez Garcés
“Otavalo es el núcleo más luminoso en la historia musical de Imbabura” (Segundo Luis Moreno 1882-1972. Considerado el pionero en los estudios musicológicos del Ecuador).
En alguna de las tantas conversaciones mantenidas con Don Alejandro Plazas Dávila, donde la evocación saturaba el ambiente, provocando una dulce añoranza, formulé una pregunta respecto a quien admiraba como compositor. La respuesta fue tajante: ¡a Virgilio Cháves! Esta revelación, hizo que me propusiera indagar sobre el quehacer musical y la obra de un prácticamente, verdadero genio.
El 11 de diciembre de 1858, Virgilio Francisco Cháves Orbe vio la luz primera en Otavalo. Hijo del maestro de capilla Francisco Abelardo Cháves y de Dolores Orbe, su inclinación por el divino arte se manifestó durante la niñez, siendo su padre quien le inculcó los fundamentos iniciales. A los nueve años de edad, empezó a tocar el cornetín y la flauta llegando a ejecutarlos con relativa perfección. Con una docena de años sobre su humanidad, comenzó a componer sanjuanitos y otras piezas populares, años después, se dedicó a crear música de mucho más aliento para culminar con obras de carácter sinfónico.
Cumplidos los 18 años, se dedicó a dominar el violín en cuyo aprendizaje empleaba hasta cinco horas diarias, sin maestro que le guiara (para esa época su padre ya había fallecido), al no tener un ambiente musical apropiado ni una dirección calificada, orientó sus mayores esfuerzos hacia la autoformación. Durante algún tiempo desempeñó el oficio de maestro de capilla en la iglesia de San Luis. Dominaba casi todos los instrumentos de banda y orquesta, a más de la guitarra, sirviéndole esta última para ensayar sus composiciones e instrumentar.
Organizó y dirigió bandas de música en Otavalo, Ibarra, Cotacachi, Cayambe, Tabacundo y Malchinguí. En el transcurso de los ensayos, hacía gala de ejecutar en cualquier instrumento los rasgos difíciles que sus alumnos no podían lograrlo. Durante el segundo período de Alfaro fue director de la Brigada Esmeraldas acantonada en Quito. La capacidad del maestro y su marcada popularidad, hicieron que los jefes de otras compañías establecidas en distintas provincias, le propusieran con insistencia aceptar el cargo de director de banda.
Es procedente dividir en tres categorías las obras que él ha escrito: A la primera pertenecen “Variaciones para Violín”, premiada con medalla de oro y diploma de honor en la exposición de Quito (1892); “Estudios de un violín” de manera similar galardonada con medalla de plata y diploma de honor en la exposición de la Sociedad Filantrópica del Guayas (1899); “El centenario”, fantasía para banda militar, condecorada con medalla de oro y diploma de honor en la exposición de 1909; tres oberturas intituladas “La ecuatoriana”, “Las dos américas” y “Sinfonía dramática”; dos composiciones para violín, también premiadas con medalla de oro en una velada literario-musical realizada en Ibarra.
A la segunda corresponden innumerables cantos sagrados, letanías, tantum ergos (himnos eucarísticos), avemarías, salutaris (antífonas o himnos en latín), marchas fúnebres, militares y valses. La tercera, constituida por polkas, habaneras, pasillos, jotas chilenas, mazurcas, sanjuanitos y yaravíes, ritmos que en conjunto ascienden a un número exorbitante. La armonía sencilla, la originalidad, la buena cuadratura y claridad de las ideas melódicas, de carácter elegíaco y aborigen, han hecho asimilable toda su música. Cháves, solía interesarse por toda obra didáctica que era publicada.
Por sus altas dotes artístico-musicales y cualidades cívicas fue nombrado miembro de la Sociedad Beethoven, su director, Pedro Pablo Traversari (1874-1956), propuso que sea nombrado vicepresidente de este organismo y por unanimidad de votos, pasó a desempeñar esta dignidad hasta que motivos políticos le obligaron a ausentarse de la capital.

Carlos Amable Ortiz (1882-1972). Foto © Jaime Núñez Garcés.
En una tarde memorable (9 de agosto de 1892), Cháves superó a Carlos Amable Ortiz llamado “el Paganini ecuatoriano”, durante un concurso organizado por el Concejo Municipal de Quito con ocasión de conmemorarse el cuarto centenario del descubrimiento de América, haciéndose acreedor al primer premio consistente en una medalla de oro y diploma de honor cuyo texto señala: “La Municipalidad de Quito confiere el presente Diploma de Honor al señor Virgilio F. Cháves, vecino de la provincia de Imbabura, Otavalo, que ha merecido medalla de oro de primera clase en el Concurso Nacional de 1891-1892, por su obra “Variaciones para violín” que ha sido calificada de SOBRESALIENTE por el jurado respectivo”. La derrota infringida al compositor quiteño, autor del pasillo “Reir llorando”, amerita ser narrado en un “capítulo aparte”:
El parque de la alameda, por aquella época situado en las “afueras”, fue el sitio escogido como escenario de la Exposición Nacional de Artes e Industrias, cuya programación, daba cabida al certamen musical en cuestión. Faltando unos días para el evento, Virgilio Cháves y su joven hermano (18 años) Ulpiano, quien debía acompañarle al piano, se trasladaron a Quito. Llegado el noveno día del octavo mes, la realización del evento precedida por el himno nacional, dio inicio a las tres de la tarde. Ante una concurrencia masiva, los ediles del municipio capitalino y el jurado calificador designado, Carlos Amable Ortiz, apodado “el pollo”, dando por descontado su triunfo en esta contienda artística, comenzó a ejecutar con evidente maestría su creación sinfónica, acompañado por el pianista Aparicio Córdova. Concluida su brillante interpretación, los espectadores premiaron con una sonora descarga de aplausos y vítores al connotado participante. Confiando en que la intervención del músico afuereño al menos resulte decorosa, el público permaneció ansioso de escuchar a Cháves mientras un silencio sepulcral se instaló en la impaciente audiencia.

Virgilio Cháves Orbe (1858-1914). Foto © Jaime Núñez Garcés.
Seguro de sí mismo, confiando en su capacidad innata, el violinista visitante empezó a interpretar su sinfonía “Variaciones para violín”. Con singular maestría y seguridad, la mano izquierda empezó a deslizarse por el diapasón del Stradivarius, de la diestra que portaba el arco, nacían impecables las diferentes técnicas de movimiento. De la mano de los acordes, las armonías, los crescendos, arpegios, pianísimos y pizzicatos, se elevaban al cielo en espirales de subyugante melodía. Un perceptible murmullo de admiración se dispersó entre un público totalmente maravillado. Emulando la acción del italiano Niccolo Paganini, en un instante de arrebato sublime y utilizando una navaja, el participante arrancó la cuerda prima sin descontinuar su magistral interpretación. El arrobamiento y la efervescencia contenida de los quiteños se reflejaba en sus miradas, fijas en el escenario. Arrancadas la segunda y tercera cuerdas, el derroche de arte, marcó un notable “crescendo”. Sin tres “arterias” vitales, de la restante, el arco, extraordinariamente guiado, hacía desangrar una multiplicidad de notas celestiales, según testimonio: “tras unos compases de máxima emoción musical, terminó la sinfonía en un rotundo crescendo”.
La ovación de proporciones desmesuradas, estuvo acolitada por un aplauso generalizado que saturó el ambiente pletórico de entusiasmo, uno de los espectadores, visiblemente emocionado, pronunció a voz en cuello: ¡ha habido un gallo para el pollo! La decisión unánime del jurado surgió espontánea, declarando triunfador al otavaleño, correspondiendo así al criterio unánime del público. El desconcierto, la confusión, el desaliento, la ira, anidaron en el espíritu del anfitrión. La premiación, fue transferida al 24 de mayo del año próximo, ceremonia que se efectuó en el Teatro Sucre, donde nuestro paisano volvió a interpretar sus “Variaciones para violín”, ante un selecto y numeroso público, pues, aquel triunfo anecdótico fue la comidilla general en las tertulias del Quito de ese entonces y una gran mayoría deseaba conocerle al nuevo virtuoso del violín.
José Francisco Salgado Ayala (1880-1970), músico y compositor cayambeño, gran conocedor de la técnica musical, profesor y director del Conservatorio Nacional de Música al referirse a Virgilio Chávez opina: “Deseando conocer de auditu al violinista nacional, entablé mis relaciones con él y un día fui invitado a oírle algunas producciones suyas en el violín. El gusto y el alma con que traducía sus obras y las de otros autores me hacían pensar en un verdadero artista y la flexibilidad de mecanismo en un virtuoso”.
En su pueblo natal desempeñó el cargo de concejal y viéndose afectado por la indigencia, aceptó el cargo de administrador de correos, ocupación totalmente incompatible con su temperamento artístico.
Virgilio Cháves Orbe, hábil ejecutante, inteligente director de banda y compositor fecundo, falleció el 14 de septiembre de 1914 en su querida ciudad natal.
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Fuente: Núñez Garcés, Jaime. Comunicación personal, 13 de mayo de 2025.