Autor: Jaime Núñez Garcés
En su oficio inextinguible de crear situaciones para tejer historias, el destino quizá no intuye que una vez consolidadas, algunas resultarán curiosas e interesantes. Como suele ocurrir, las disimilitudes confluyen, urdiendo circunstancialmente los hilos del tramado anecdótico. De ese tejido resultante… esta muestra auténtica.
Durante décadas una laboriosidad atávica ha caracterizado a los pobladores de Peguche, labriegos persistentes y artesanos hábiles que han ido legando su quehacer generación tras generación. Tal es el caso de Segundo Lema, ahora octogenario, quien con sus hijos Segundo y José, acostumbraba viajar hasta Quito para vender ponchos cardados, chales, chalinas y bufandas, mientras los años sesenta crecían apacibles. La artesanía elaborada con lana pura en telares manuales tenía buena acogida, el Cuerpo de Paz, las inmediaciones del hotel Quito y el Colegio Americano, eran los sitios estratégicos de expendio. Como la jornada laboral duraba cinco días, fue indispensable arrendar un cuarto pequeño por el sector del Cumandá. A la placidez que el entorno hogareño ofrecía, retornaban los fines de semana.
José Lema tenía doce años en 1968 cuando de manera independiente empezó a recorrer por las calles capitalinas, ofreciendo en cada puerta la mercadería, fueron trayectos largos e itinerarios distintos; aunque habitualmente iba desde el Batán a la Floresta. En una casa de este barrio, la casualidad hizo que José tocara el timbre, acudiendo al llamado Mignon Plaza, una damita elegante cuyo cabello rubio acrecentaba su distinción, sobrina de Galo Plaza Lasso ella, quien desde esa ocasión se volvió buena cliente, “siempre me compraba algo” cuenta él, incluso solía encargar la elaboración de alguna artesanía, tarea cumplida a cabalidad por José con el apoyo de su primo Alberto Fichamba que trabajaba en la Casa de la Cultura. Así transcurrieron cinco años, lapso durante el cual se afianzó un aprecio franco, fundamental para que la existencia del joven comerciante cambiara.
Una oportunidad única
Debió ser por 1949 cuando nació la amistad entre Luis Miguel González Lucas (torero español más conocido como Luis Miguel Dominguín) y Galo Plaza, Presidente en aquella época, aficionado práctico además, vínculo establecido probablemente a raíz de una primera actuación del matador en suelo ecuatoriano, lidió toros de Yanahurco en la plaza Arenas, alternando con su hermano Pepe y Félix Rodríguez. Sus visitas posteriores espaciadas al comienzo, fueron consecutivas y las permanencias más largas desde la adquisición de la plaza Monumental Quito inaugurada en marzo de 1960, durante una década (1972-1982) fue propietario del coso taurino construido por la Cámara de Agricultura.
Como José asomó al entorno familiar de los Plaza cuya relación con Dominguín ahora era más estrecha, sobrevino la propuesta transmitida por la sobrina del ex mandatario mencionado: viajar hacia España para trabajar en una finca cercana a Andújar (provincia de Jaén). Nuestro coterráneo se entusiasmó sobremanera, ventajosamente, con el dueño ya había tenido tratos eventuales y la aceptación surgió espontánea, de los preparativos participó su primo Amado Lema quien, contagiándose del gusto, se sumó a la aventura.
Una vez que el diestro madrileño tuvo conocimiento de la resolución, vino personalmente a llevarlos, permaneció tres días en Ecuador y de paso apadrinó a Rafael Lema un sobrino de ellos, llevándole hasta la pila bautismal. El 15 de febrero del 73 partieron en vuelo de Iberia, por esos años –recuerda José- el pasaje costaba $10.000 sucres, obviamente, Dominguín cubrió los gastos pertinentes.
En tierra andaluza
Al arribo todo les pareció novedoso: la extensa finca denominada “La Virgen” de terreno irregular, los diversos aposentos del cortijo, el cuarto confortable asignado, la familiaridad del trato ofrecido por Teodoro el mayordomo y su esposa Cristina, así, nacía una nueva forma de vida para los jóvenes inmigrantes. Habiendo surgido la inquietud sobre cómo solían llamarles los familiares, José contestó que a él le decían puchucay (quichuismo aplicable al hijo menor), en adelante, ese fue su apelativo.
El decurso normal de las primeras semanas hizo que la rutina tomara cuerpo y los diferentes trabajos encomendados sean cumplidos con presteza. Las ocupaciones habituales (camareros, ayudantes de cocina, jardineros y otras) eran compartidas entre los primos, frecuentemente salían con su patrono a rodear la finca utilizando un jepp. Con el invierno venía la temporada de caza, ocasión muy especial esta porque llegaban de 40 a 50 invitados, entre otros, los matadores Francisco Rivera Paquirri, Palomo Linares y Manuel Benítez “El Cordobés”. El alojamiento no constituía un problema, pues para tal fin existían cuatro cabañas bien amobladas. Al comienzo despertó la curiosidad del grupo el cabello largo de los Lema, por la trenza ancestral, creyeron estar tratando con dos mujeres. Las tareas crecían y el horario laboral otro tanto, como la excursión partía a las tres o cuatro de la mañana, el desayuno debía estar listo, las carabinas bien limpias antes de ensañarse con venados o perdices, los perros preparados e íntegra la predisposición a enfrentar una jornada larga y entretenida.
En esa hermosa región de Andalucía, terminaron enseñándose.
Un jefe singular
A más de la fama, el jefe –es como le llamaban- tenía otros atributos destacables, la cordialidad y franqueza evidentes, nunca les habló duro dicen, tranquilo en su proceder, consecuentemente, siempre anteponía el trato amable. La lectura era uno de sus hábitos, el vallenato clásico su preferencia musical y “Los americanos” interpretada por Piero la canción predilecta.
Religiosamente pedía un cortadito (vaso pequeño de leche y café) al levantarse, a las siete horas iniciaba su actividad con una vuelta por la finca acompañado de Malanda un hermoso gran danés, como sus 47 años exigían mantenerse en forma, ocasionalmente trotaba con José y Amado. Por costumbre almorzaba solo, el garbanzo, la paella y el pollo a la brasa que preparaba el mayordomo eran sus platos favoritos, servidos en la vajilla que tenía dibujos auténticos de Picasso, bebía vino o champaña y fumaba cigarrillos Winston su marca preferida.
En su mejor época Dominguín mandó en el mundo taurino, aunando arte y técnica dominaba todos los tercios (el de varas incluido), capeador diverso, banderillero consumado, magistral con la muleta y el estoque, “soy el número uno” pregonaba levantando el pulgar cuando salía al redondel. La celebridad configurada sobre los ruedos, provocó una entrañable amistad con Dalí, Buñuel, Hemingway y Picasso, poseía un capote que en el percal lucía un dibujo de éste y en la seda un verso escrito de puño y letra por Rafael Alberti. Fue admirador del caudillo Francisco Franco, amigo cercano a quien contaba chistes alusivos al gobierno durante las partidas de cacería. En cierta ocasión, los Lema departieron con el huésped ilustre “medio parecido al Rodríguez Lara” según ellos, una descripción concisa del lugar de procedencia, satisfizo la curiosidad del “generalísimo”.
Debieron ser muchos los percances sufridos por el torero “cada cornada que llevo tiene el nombre de una mujer” decía, probablemente porque entre el amor y el toreo caben las similitudes. Los romances atribuidos llenaron páginas de revistas y periódicos: Ava Gardner, Rommy Schneider, Zsa Zsa Gabor, Lauren Bacall, María Félix, Rita Hayworth, Lana Turner, Brigitte Bardot y Olivia de Havilland dejaron huellas en su corazón, de la mexicana Miroslava se dijo que llegó al suicidio por él.
Con sus facultades intactas seguía toreando, situación que permitió a nuestros paisanos acompañar a su jefe en tres o cuatro ocasiones hasta la madrileña plaza de Las Ventas, fueron tardes triunfales inolvidables en las cuales pudieron mirar el desarrollo de las diferentes corridas desde la barrera, junto al mozo de espadas, recuerdan que “le gustaba recibir a portagayola al toro y banderillar saliendo del estribo, una vez le preguntamos si sentía miedo y nos contestó que sí”, sin desaprovechar, de vez en cuando “puchucay” tomaba el capote o la muleta para ejecutar pases ante un burel imaginario. Luis Miguel Dominguín practicaba en diversas tientas y cuando iba a Madrid, en la plaza de Vista Alegre, “la ilusión de él era tener una ganadería” –continúa el testimonio fidedigno- porque su razón de vivir hasta el miércoles 8 de mayo de 1996 que falleció a los 69 años, víctima de un derrame cerebral, fueron los toros.
Momentos inolvidables
A sus hermanos Domingo y Pepe logró superar desde los inicios, estableciendo una primacía torera irrebatible, ellos acostumbraban visitarle, con más asiduidad ejecutivos, gente de la prensa o del espectáculo y por supuesto sus hijos Miguel, Lucía y Paola quienes residían en Somosaguas un barrio residencial de Madrid, junto a su madre la bella ex Miss Italia Lucía Bosé. Iban en verano según recuerda José “el jefe le quería más a Paola que era bien traviesa, hoy es modelo profesional” su imagen frecuenta las revistas de belleza, “Miguel y Lucía se llevaban bien con el papá” al primero, le atraían ya los escenarios que años más tarde acogieron a un cantante afamado cuyo segundo apellido –por sonar menos taurino- pasó a reforzar el nombre de cartel: Miguel Bosé. Las gratas vivencias compartidas con los hermanos Dominguín tienen carácter indeleble, así atestigua la añoranza reflejada mientras avanza el relato “de repente les íbamos a visitar a Madrid con el mayordomo, la señora Lucía era buena gente, estaba separada del jefe”.
Un bienio había transcurrido cuando la nostalgia empezó a germinar, el llamado telúrico a tornarse insistente y los alejados rostros paternales a demandar presencia. La decisión de volver no admitió dubitativas, al conocerla Teodoro el mayordomo mostró extrañeza, luego una notoria molestia el patrono, éste no quería que regresaran porque la dedicación demostrada hacía de ellos personas útiles. Expuesto el motivo que pareció convincente, un bien intencionado propósito de disuasión no tuvo efecto porque las maletas aguardaban impacientes, días después, la aceptación resultante encaminó al cuarteto hasta el aeropuerto, precediendo al vuelo de regreso los abrazos de despedida.
En Peguche la nueva indumentaria causó un poco de admiración, pues el blue jean, los zapatos de marca y las gorras no eran nada comunes entre la población indígena. Los telares con su traqueteo peculiar y la venta de tejidos retomaron vigencia; aunque Amado regresó a España después de tres meses para seguir trabajando en “La Virgen”, esta vez le acompañó su hermano Luis, allá permanecieron otros dos años. En el año 79 José, sus suegros, la esposa e hija visitaron a Luis Miguel Dominguín hospedándose durante siete meses donde los hermanos Chiza Maldonado, integrantes del famoso trío “Los Imbayas” quienes residían en Madrid. Posteriormente se radicó por un período de siete años en Barcelona donde el mercadeo de artesanías fue la ocupación habitual, hoy es un comerciante próspero que alterna viajes a Estados Unidos con una actividad constante en Otavalo, su residencia definitiva.
En el 2001 me cuenta él, viniendo de Nueva York el avión permaneció unas horas en San José (Costa Rica), coincidencialmente, arribaba desde Madrid Miguel Bosé para cumplir una presentación, en determinado momento y de manera imprevista estuvieron frente a frente, el cantante levantando su índice inquirió: ¿puchucay? sí –contestó José- un abrazo sentido selló el encuentro, ante la mirada confundida de los guardaespaldas de Bosé, a las frases saturadas de emoción, siguió una afectuosa invitación al concierto. No pudo faltar el nostálgico recuento de tantas jornadas compartidas.
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Fuente: Núñez Garcés, Jaime. Comunicación personal, 28 de enero de 2024.