NOTA: Hace muchos años, Don Luis Ubidia, profesor de la escuela 10 de Agosto de la Ciudad de Otavalo, me contó una entretenida leyenda en relación al famoso puente del Tejar. Subrayó que también el relato era era conocido como El Huacaisiqui.
Otavalo en ese entonces era una pequeña ciudad al norte del Ecuador. Un pueblito de pocas familias, donde todos se conocían, más por los sobrenombres que por los nombres mismos. Las casas eran pequeñas y sus calles estaban cubiertas de polvo. Muchos de los habitantes trabajaban en el campo, otros en las haciendas que estaban cerca del pueblo.
Un día, un otavaleño regresaba precisamente de una hacienda donde había laborado por tres días. Se dirigía al pueblo en un caballo negro, al que animaba para que fuera más rápido pues no quería llegar a casa después de la medianoche. Esa hora era siempre “pesada” y si debía cruzar el pueblo, tenía que apresurar el paso.
Lamentablemente, cuando lleg6 al puente del Tejar, dieron las doce de la noche. El hombre entonces se puso inquieto y un escalofrío le recorrió el cuerpo. El caballo disminuyó la velocidad poco a poco, hasta detenerse por completo en la mitad del puente.
E! hombre no sabía qué hacer. Se bajó del caballo para ver lo que le sucedía y en ese preciso momento, divisó un bulto de tela que estaba a unos pasos suyos. Caminó para ver de qué se trataba. Al acercarse miró que el bulto era nada más y nada menos que un niño recién nacido, envuelto en una tela y que asumió había sido abandonado, no hace mucho. Lo alzó y le acarició la cabecita con dulzura. Después, lo colocó bajo su poncho y regresó donde estaba parado el animal.
Cuando iba a subir al caballo, el pequeño comenzó a reírse de manera estrepitosa. Esto llamó la atención del hombre, porque ningún recién nacido podía reírse de esa manera. Descubrió al niño para ver qué le sucedía. Este había cambiado, en un abrir y cerrar los ojos; había crecido y le habían salido los dientes. Escuchó al infante decir con voz de hombre: “papá ya tengo dientes, papá ya tengo cabello, papá ya tengo uñas grandes”.
E! hombre se quedó petrificado, pues no podía dar crédito a lo que escuchaba. El niño no podía hablar de ese modo, a esa edad no podía tener dientes ni uñas largas. El pequeño nuevamente habló, pero esta vez su voz era de ultratumba: “papá, acaba de salirme cola y cuernos. En ese momento, el hombre, del susto, soltó al infante y éste cayó al piso. Regresó a ver y se dio cuenta que había desaparecido. El sujeto entonces se santiguó, al percatarse de que se había topado con el mismo demonio que para tentarle, al inicio, había adoptado la figura de un niño inocente.
Llegó a su casa, más muerto que vivo, con el caballo que casi no quería caminar. Al siguiente día, el animal murió.
Fuente: Rueda, Dorys (recopilación). “Leyenda: el puente El Tejar”. Otavalo, 2015. elmundodelareflexion.com. Web. 25 septiembre de 2016.