Juana Páez

Juana Páez, la pionera
Escrito por Jaime Núñez Garcés

Don Segundo Manuel Jaramillo Zurita  (1893-1989) solía contar que motivado por la curiosidad, preguntó en cierta ocasión a su señora suegra Rita Guerra Páez, dónde aprendió a elaborar esa chicha de sabor muy agradable que vendía o era consumida   en el entorno familiar cada mes de septiembre. Como respuesta, “mama Rita” (es como le llamaban)  reveló que fue su madre quien le enseñó, complementando la información con el relato de cómo y cuándo ella había llegado a Otavalo.

Allá por 1880 aproximadamente, la vecina república norteña estrenó un presidente conservador, el acontecimiento determinó que fueran removidos de sus cargos algunos funcionarios gubernamentales, entre éstos el Cónsul de Colombia  en Tulcán, liberal que decidió venir a nuestra ciudad con su familia, un secretario y Juana Páez, joven ama de llaves oriunda de Popayán. En aquella época, la quinta “La Florida” –propiedad del eminente hombre público Carlos Ubidia Albuja- delimitada por las calles Morales, Atahualpa, Salinas y el río Machángara, era lugar de paso obligado para los viandantes ilustres, por las comodidades que ésta ofrecía y sobre todo por la falta de posadas.  En diferentes ocasiones fueron huéspedes: Juan Montalvo, Eloy Alfaro, Federico González Suárez, José María Plácido Caamaño y más personajes.

El político colombiano se hospedó durante algún tiempo en La Florida, visitaba regularmente la quinta “San Luis”  (reducto liberal reconocido) para reunirse con sus coidearios ecuatorianos. Por aquel tiempo, el  señor Pablo Guerra poseía una propiedad en Monserrate, entre el ir y venir hacia y desde ese barrio, conoció a la agraciada Juanita, cupido, agencioso como él solo y desempeñando  su oficio reiterativo, no pensó dos veces para tensar su arco y flechar esos corazones risueños. 

Poniendo punto final al autoexilio, el diplomático colombiano partió a Bogotá; aunque en la comitiva familiar ya no iba Juana Páez, pues, habiendo correspondido a los galanteos del otavaleño, terminó casándose y fijando residencia sobre suelo sarance.

La flamante esposa, hábil cocinera además, pudo observar que durante los primeros días de septiembre,  con motivo del novenario de la Virgen Patrona, mucha gente acudía al sector donde ella residía, ante esta situación se animó a vender una bebida (el yamor) cuya preparación conocía a carta cabal, iniciándose así  una tradición tan propia como perdurable. Tras su fallecimiento acaecido años más tarde, los hijos Nicolás, Manuel y Rita,  conocedores del oficio, tomaron la posta desechando un aparente intento de claudicación y recogiendo una herencia valiosa que encontraría continuidad en sus descendientes y seguidores, porque el camino estaba  trazado. La novena tenía característica de festejo popular bien concurrido, consecuentemente, la jarra de chicha tenía sus seguidores y el sabroso plato acompañador constituía el aditamento ideal para satisfacer  paladares transeúntes.

A las voluntades de los tres hermanos Guerra Páez mencionados, se juntaron  –vía matrimonio- las de Tránsito Orbe, Carmen “bermeja” Atienza y Pastor Córdova respectivamente, fortaleciéndose sobremanera  un quehacer que desde entonces ha permanecido vigente e irrefutable.

Una vez conformados los tres hogares y siendo la costumbre de que las hijas ayuden en determinadas labores, incurrieron con empeño en el aprendizaje  (porque además era escuela obligada): Tránsito Guerra Orbe, Rosana Guerra Atienza y su hermana Enma, virtuales impulsoras de esta tradición culinaria. Habiéndose casado  con Manuel Reinoso, Mercedes, otra hija de Nicolás Guerra,  también se dedicó a preparar la apetecida chicha,  la  casa de su padre político José Reinoso, era el lugar de expendio, así, adquirió renombre “el yamor del Reinoso”.

Las tareas inherentes requirieron de muchachas ayudantes que concomitantemente palparon los pormenores de la elaboración, contribuyendo después a fomentar el conocimiento y expandir la difusión. A futuro, el radio de acción resultó ser mayor.

Algunos nombres tiene registrados la memoria otavaleña, gracias a ellos, hemos logrado una permanencia de sabor dulce…como dulzonas son las añoranzas.


Autor: Jaime Núñez Garcés. Comunicación personal, 24 de mayo de 2022.