Luis María Pinto Parreño

El Padre Luis María Pinto Parreño. Un adelantado a su época.

Luis María Pinto Parreño nació en Otavalo en 1871, tres años después del terrible terremoto de Imbabura y murió en su tierra natal, en 1949, cuando tenía 78 años de edad. Su hermana fue Carmen Pinto Parreño y por ende, su sobrino fue Sixto Mosquera Pinto, el conocido piloto que realizaba en el avión monoplaza de la FAE, piruetas inolvidables en el cielo otavaleño.

Desde temprana edad, Luis María, tuvo la vocación religiosa y en 1889 ingresa al Protectorado de Quito, de los Padres Salesianos y después de estudiar latín, retórica, filosofía y ciencias naturales, recibe el título de Pedagogo y pasa a Cuenca como profesor y fundador de la Escuela-Taller de Oficios.

El Padre Luis María Pinto Parreño.

Realiza su labor religiosa, humanitaria, patriótica y centífica en el Oriente. A su regreso de la zona selvática, fue ordenado sacerdote.

Después de la revolución liberal de 1895, el Arzobispo González Suárez le designa su misión religiosa en la Provincia de Manabí.

El Padre Pinto, desde 1905 cumple un amplio periplo de acciones rerligiosas, de obras públicas y de otra índole. Funda el Hospital General de Bahía de Caráquez, cuyo Municipio le declara “Protector de la Humanidad”. En la misma ciudad fundó el periódico “El Hogar de Nazareth», con edificio propio, imprenta, biblioteca y librería.

Escribió el libro “Educación de la Mujer” y con la colaboración de Vicente Becerra y José María Palau, fundó el periódico “El Globo” que hasta la actualidad se edita en Bahía de Caráquez.

El Padre Pinto, ante el aislamiento de Manabí con el resto del país, organiza varias expediciones, -con su propio peculio- para trazar vías que unieran esa provincia, con Guayas, Pichincha, Los Ríos y Esmeraldas. Creó Centros Artesanales en varios sitios que aún llevan su nombre: fundó pueblos y recintos como el que se conoce ahora como “La Manga del Cura”. El recinto “Luis María Pinto” es en memoria a su nombre. Ambas localidades están junto a la actual Represa Daule-Peripa y conectadas con El Carmen, razón por la cual, ante las pretensiones de la provincia del Guayas, se estableció como parte de Manabí ese territorio, incluso, ese carretero lleva el nombre de este soñador y ejecutor otavaleño.

En 1928 cuando siendo párroco de Calceta decidió trazar un camino más corto para ir a Quito y con ayuda de campesinos abrieron una trocha en las montañas a punta de machete, un camino estrecho entre empalizadas que fue llamado «manga», desde Calceta a Pichincha, con el fin de reducir las horas de viaje entre ambos lugares. A este sacerdote se debe el nombre de «La Manga del Cura».

También fundó la población Pichincha que actualmente es la cabecera cantonal, con el mismo nombre.

Poseía un altar portátil con el que cumplía su labor pastoral en cualquier sitio, por apartado que fuera. Era un conocedor de agricultura, geología, mineralogía y arqueología, además de ser un excelente periodista.

Fue un gran defensor de la heredad nacional, en especial, de la tesis de su coprovinciano y amigo cotacacheño, el fraile dominico Enrique Vacas Galindo, o buscando nuestra identidad cultural al ser amigo de Jacinto Jijón y Caamaño y de otros hombres importantes.

En su preocupación por la salud del pueblo, fue uno de los iniciadores de la Cruz Roja Ecuatoriana.

Su espíritu soñador y visionario impulsaba, hace ya 100 años atrás, insistiendo sobre la necesidad de construir la “gran represa” como él mismo la imaginaba y que es una gran realidad actual: la Daule-Peripa, con sus enormes beneficios como energía eléctrica, control de inundaciones e irrigación. La vialidad de toda esa extensa región de nuestro litoral ecuatoriano era otra de sus obsesiones como la vía Quevedo-Pichincha-Portoviejo-Manta, a la que él llamaba la “Queveman”, la vía Quevedo-Santo Domingo-Quito y la Quevedo-Calceta-Tosagua-Bahía de Caráquez, que altualmente, todo eso es una realidad.

Gráfico © Edwin Rivadeneira.

A pesar de su acción en la Costa, visitaba a su tierra y a su familia con cierta frecuencia. Sus familiares, erróneamente le decían “El Loquito», pero no lo era. Más bien fue un adelantado de su época. Un soñador excepcional, un otavaleño casi desconocido cuyo nombre merece ser enaltecido.


Fuente: Rivadeneira, Edwin. Comunicación personal, 21 de noviembre de 2021.