Nuria Rengifo Dávila

La Vida Feliz es el Sueño Cumplido de la Primera Infancia

…Nace el arroyo, culebra que entre flores se desata, y apenas, sierpe de plata, entre las flores se quiebra, cuando músico celebra de las flores la piedad que le dan la majestad, el campo abierto a su ida: ¿y teniendo yo más vida tengo menos libertad?
La Vida es Sueño, Calderón de la Barca.

Soy la primogénita de una familia grande y hermosa, con mis padres aún vivos en esta fecha, 7 hermanos, 3 hijos, 7 nietos, 13 sobrinos y 4 sobrinos nietos, diseminados en Ecuador, EEUU., México y Europa.

Mi primera infancia es una etapa que recuerdo con gran alegría porque fue mágica, llena de risas y aventuras en el marco de la familia pequeña y disfrutando de las familias grandes, tanto paterna como materna, ya que tuve el privilegio de gozar de mis abuelos, tíos (tías que se peleaban por cargarme), hermanos y primos con quienes me interrelacioné hasta bien entrada la adolescencia y sigo gozando de la presencia de muchos de ellos hasta ahora.

En la escuela La Inmaculada en la que tuve mi primera enseñanza fui feliz, a pesar de que con mi infantil y rebelde espíritu transgresor me inadapté a los eventos religiosos y prefería “lavar los baños” antes que ir a las aburridas misas cuya ritualidad no entendía, aun cuando las monjas de la escuela nos adoctrinaban a diario. Por suerte en mi casa fuimos librepensadores lo que hizo que ese pequeño impasse de la religión temprana no hiciera mella en mi espíritu.

A través de historietas cómicas como “La Pequeña Lulú”, “Memín Pinguín”,”Kalimán” entre otras fui iniciada en la lectura por mis padres si bien es cierto la enseñanza escolarizada hizo su parte, en todo caso mi auténtica formación comenzó a los 8 años de forma autodidacta. Especialmente recordadas por mí son las lecturas tempranas en la biblioteca paterna que estaba llena de libros inolvidables como el de Mitos, Leyendas y Cuentos de la editorial Océano, de cuyos lomos rojos, de suave material y de olor delicioso aún tengo reminiscencias. En ese bello libro aprendí a amar a los arquetipos mitológicos que luego poblaron mis pinturas, esculturas y mis poesías.

La infancia se sucedió entre juegos en las calles con amigos del barrio y visitas a “la casa encantada” que quedaba donde ahora es la oficina de Las Fiestas del Yamor del Municipio, casa en la que jugábamos los niños en aventuras imaginarias y llenas de encanto; esa casa estaba repleta de cachivaches, allí, escondido bajo un sinnúmero de cosas, había un piano antiguo que estaba cubierto de polvo. Sucedió algo insólito un día en que apareció a jugar, con los consuetudinarios miembros del grupo infantil, una niña desconocida a la que, sin razón especial alguna, todos los niños admiramos desde el principio, sería por su forma de hablar o de vestir distinta a la nuestra. Lo increíble fue que la niña al entrar a la casa vieja por la ventana rota chocó inmediatamente con el piano y sin más preámbulos comenzó a tocarlo maravillosamente cantando una canción cuyo estribillo hablaba de un pájaro cucú. A veces, cuando pienso en ese evento, creo que lo soñé, tan mágico fue.

Eran tiempos inocentes aquellos, libres de sustos y de miedo. Recuerdo con mucha claridad una anécdota de los 13 años: como era usual en esa época con mis amigos de La Tropa, luego de una buena mojada de carnaval vino “La secada” que daba la oportunidad de conversar, bailar y comer cosas ricas. En esa ocasión como en muchas otras los jóvenes aprovecharon para “declararse” a las niñas de su gusto. Recuerdo claramente el evento en que me tocó cumplir con esa ritualidad cuasi infantil y, estando el grupo de hombres en un lado y el de mujeres al que yo pertenecía en el otro, luego de las instrucciones de rigor dadas con una seriedad digna de mejores causas, nos enviaron a los dos chicos protagonistas del evento a la parte central, dejando todos que el joven tuviera la oportunidad de decirme al oído una serie de nerviosas palabras en las que logré entender “….me gustas mucho y me harías muy feliz aceptándome como tu enamorado….” yo sin inmutarme recordé las enseñanzas de mis amigas y le respondí “déjame pensarlo, te aviso después de un mes”. Terminado el asunto todas las chicas me redondearon así como los chicos a él para preguntarnos a cada cual a su turno “Qué te dijo?” “Qué le contestaste?” y dándonos una palmada de aceptación acordaron todos en que habíamos cumplido a cabalidad y como se debía con el rito. ¡Que épocas tan dulces y llenas de la inocencia de la pubertad!

Foto © Nuria Rengifo Dávila.

Retomando el hilo del tiempo debo contar que, a los 14 años, teniendo la mente lúcida como nunca he tenido en mi vida, le dije a mi padre que quería ser pintora “puso el grito en el cielo” y diciendo “para que se haga drogadicta, alcohólica, indigente, noooo” (mis padres nunca han tuteado a sus hijos ni nosotros a ellos) y sentenció “una chica tan buena para los estudios no será pintora, eso sobre mi cadáver, será ingeniera “. A esa edad y en ese tiempo era muy difícil luchar en contra de las decisiones de un padre que, aunque digno representante de una época patriarcal, sabía promocionar a sus 6 hijas y 2 hijos con una visión casi profética porque nos conocía a cabalidad, uno a uno y sabía de “que pata cojeábamos”.

Mis compañeras del colegio con las que me reúno aún, me recuerdan como “un poco mística” y hasta hoy no entienden por qué frecuentemente me escapaba de las clases. Una de ellas recordando mis escapadas cotidianas de la secundaria sentenció hace poco: “estoy segura de que te ibas a estudiar en tu casa porque eras la mejor alumna y no entiendo como podías serlo faltando a clases”, la verdad es que me aburría mucho y salía para tomar energías de la naturaleza a la que siempre he amado entrañablemente y para escribir versos y por eso cuando la inspectora del colegio me dijo un día “Señorita Rengifo usted siendo presidenta del Consejo Estudiantil debería dar ejemplo” yo le respondí con una huelga de “delantales caídos” en la que me acompañaron todas las chicas del curso, dándole a entender que no éramos “peritas en dulce”.

Foto © Nuria Rengifo Dávila.

Mis padres, luego de negarme la posibilidad de ser pintora, para consolarme seguramente, me dieron una habitación para mi sola, lo que era algo con lo que había soñado largamente. En esa habitación pude dedicarme a realizar mis escarceos pictóricos y mis primeros versos, en la clandestinidad de las horas robadas al colegio y al sueño. Profundicé en mi ser autodidacta porque la inspiración desbordante y la ilusión de ser artista me lo pedían y mi mundo de fantasía afloraba intensamente mientras mis hermanas se divertían en discotecas y reuniones con amigos a las que yo me resistía, no porque fuera antisocial sino porque el ruido y luces fuertes producían gran molestia a mi sensibilidad extrema, a la cual no sé si llamarla un don o un castigo.

Debo decir sin temor a equivocarme que la sabia vida sabe colocar frente a nosotros los caminos y senderos que nos llevan a cumplir nuestra vocación y en mi caso fue así ya que, aunque demoré largamente por vericuetos en los que trastabillé (fui a la Politécnica porque así lo decidieron mis padres y mis profesores, pasé el pre politécnico, gané una beca para estudiar 6 años en Europa, perdí la beca porque me la robaron, estudié Física Pura, egresé de un MBA, incursione en la política siendo concejala, fui presidenta de gremios etc.,) dando vueltas entre las carreras técnicas, la empresa privada, la política y los escarceos artísticos clandestinos, llegué a feliz puerto sin abandonar el barco del arte, aun cuando este parecía hundirse en más de una ocasión.

El “tomar al toro por los cuernos” pude hacerlo en una ocasión en que sacando fuerzas de flaqueza abandoné mi papel de empresaria en el que, de paso lo digo, no me iba nada mal, para dedicarme a embellecer mi camino en el mundo de las artes que es el que siempre amé. Sucedió con mi primer viaje a Galápagos (he ido más de 50 veces) en el cual me enamoré del color y movimiento de las olas del mar más bello del planeta, del tenue movimiento de la cabeza del piquero, de su prístino plumaje y del azul añil de sus famosas patas. Me sedujo enormemente la cálida brisa marina de Puerto Ayora así como sus gentes generosas y amigables. Fue tal el impacto que produjo sobre mí el Archipiélago que decidí dejarme llevar por su influjo seductor abandonando literalmente por un buen tiempo el mundanal mundo continental con todos sus problemas y vicisitudes. Esa decisión cambió el rumbo de mi vida y el hecho de que mi segundo hijo decidiera convertirse en tripulante y luego piloto aéreo me facilitó totalmente las cosas ya que dispuse de vuelos gratuitos y fáciles estancias en casas de amigos.

Como ustedes comprenderán mi vida estuvo dividida entre el mar y la tierra y para “amolarla” como dicen los mexicanos, quiso el destino que pudiera establecer mi residencia en la zona rural de Otavalo, la que denominé Tamia Laru Wasy o Casa Azul de la Lluvia, en una propiedad alejada casi 1 kilómetro del vecino más cercano, zona que si bien está regada por manantiales y cubierta por verdes pastos, “está muy alejada” según dicen mis parientes y amigos, pero para mí es el sitio ideal en el cual puedo dejar correr a mi imaginación por montes, prados y con la vista majestuosa del taita Imbabura y de la mama Cotacachi, que hacen las delicias de quienes tenemos la suerte de vivir por estos lares.

Cuando en la pandemia y aprovechando las horas muertas y la falta de trabajo de las gentes de las comunidades cercanas cuya principal labor es la albañilería, decidí construir una bodega grande para guardar mis obras pictóricas, se me facilitaron las cosas y pensándolo mejor, con la idea de preservar mi producción artística, construí un museo de autor. Tuve la suerte de contar con el apoyo de un viejecito indígena que supo traducir mis locas ideas y darles forma con un trabajo que fue complementado con el que hicieron en metales un par de jóvenes venezolanos que aparecieron como por arte de magia, ofreciendo sus magníficos servicios hasta que se conformó la edificación en espiral que denominé Museo de Arte Contemporáneo Nuria Rengifo, MANU y la Residencia de Creación Artística Candela, espacio arquitectónico que es a su vez una obra mutante de arte ya que cambia con el pasar de los días. En este lugar han residido un sinnúmero de artistas de diferentes partes del mundo realizando creación de sus obras y dejando sus Libros de Artista que se exhiben orgullosamente en el museo sin que los agoreros vaticinadores del fracaso entiendan como pudo suceder.

Existen situaciones vitales que forman un hilo conductor alegre y resplandeciente. Creo que la alegría de pertenecer a un grupo afín que sentí con La Tropa , que me permitía participar de lo que más me gustaba es uno de ellos y solo se repitió dos veces más en mi vida, una cuando ya en los veintitantos formé parte de la Agrupación Cultural “La Hormiga” en cuyo seno viví el espacio de realización más íntegro que se puede tener, con enorme libertad de creencias políticas, ideológicas, religiosas, etc., siendo un ámbito en el que organizamos innumerables eventos de promoción cultural que llenaron a Otavalo de música, danza, pintura, escultura, literatura y todas las otras artes que fueron expuestas en calles, plazas, iglesias, escenarios, teatros y demás de la ciudad por más de 25 años. El otro momento de realización es el de ahora en que he cumplido con mi sueño de dedicarme enteramente al arte y puedo compartir y aprender de artistas nacionales e internacionales.

Huelga decir que abrí una sede del museo MANU/Candela en Galápagos el cual hoy por hoy es el sitio que recibe la mayor parte de visitas de artistas, quienes se inspiran igual que yo en el azul intenso del Canal de Itabaca y en las olas mansas de Tortuga Bay.

Para no alargar más el cuento finalizo diciendo como dije en alguna parte de este relato: la vida y el universo te llevan “aunque sea a trancos y a brincos” a tu verdadero hogar que es aquel en el que los sueños de tu primera infancia se convierten en hermosas realidades.

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Fuente: Rengifo Dávila, Nuria. Comunicación personal, 20 de febrero de 2024.