Otavalo en el corazón

Escrito por Enrique Garcés Cabrera.

“No hay deuda que no se pague”, es frase popular que encierra una sentencia de alto valor en la filosofía del refranero, una experiencia de los hombres que la trasladan  al lenguaje  rotundo. Esto de pagar las deudas es para mí ante todo, de un hondo sentido biológico y precisamente a  éste es que  quiero referirme. El paisaje influye poderosamente en la formación de la personalidad. El cacho de cielo y el pedazo de tierra donde uno nace, tienen de matriz, de guía, de alimento material y anímico. El medio ambiente, es decir el paisaje y cuantas leyes conocidas o ignoradas influyen en él, modelan las albúminas que constituyen el elemento primordial de las  células. No solamente los órganos de los sentidos sino todo el sistema de relación del  individuo con el ambiente nos mantienen íntimamente unidos  al paisaje. Es decir que como en el proceso generatriz la tierra nativa es material en esencia. Nos da de lactar su alimento imponderable para el cuerpo y el espíritu…El abrigo protector de una montaña puede hacernos tímidos. La anchura de los litorales puede forjar ansias de conquista. 

Es en esta raíz biológica en la que se afirma el sentimiento de patriotismo. Cuando nos ausentamos de la tierra natal, la amamos con mayor intensidad y la evocamos con insistencia lo que hemos llamado amor y evocación, no serán sino signos de una discordancia, de una falta de sintonía. Y esto es sencillo de explicar: entre el paisaje interior de cada uno de nosotros .Y el paisaje exterior en que nacimos v crecimos hay relación de armonía, de mutuo renocimiento, de familiaridad, de consecuencia…Estar ausente de aquel pedazo de tierra y aquel cacho de cielo tan profundamente “nuestros”, significa existir dentro de otro paisaje que puede ser desarmónico para el paisaje interior. Lo que se llama “saudade” en portugués, no es precisamente sino eso: un dolor vago, a  veces dulce, que produce la ausencia y la evocación de la patria. En castellano hace falta en verdad una palabra que equivalga a la lusitana “saudade”. En castiza expresión tendríamos que emplear demasiados vocablos como nostalgia, pesadumbre, morriña, melancolía, tristeza, pena, etc. En resumen, la saudade o sus equivalentes en español, no son sino manifestaciones de la falta de sintonía entre los dos paisajes, el interior v el exterior. Y por fin, el amor al lugar donde se nace v se desarrolla se explicaría así con bases estrictamente biológicas.

Cuando las gentes se hallan lejos de la patria y saben que la muerte puede sorprenderlas en lejana tierra sienten un intenso dolor. Puede ser tanto que con frecuencia no bien analizada, esas gentes recomiendan que sus cadáveres sean trasladados a la patria donde deberán ser sepultados. He aquí una maravillosa manifestación del amor biológico al lugar natal y de la expresión admirable de saber pagar a la tierra lo que de ella se recibió. Es de buenos deudores precisamente este fervoroso deseo de morir en la patria y si esto no fuera posible de que los últimos despojos se devuelvan al suelo de la propia y  generosa tierra matriz. La cuestión es pagar. No importa que el abono sea con un poco de calcio o  de ceniza ya que en resumen son sólo diez mil gramos de gases a todo lo que se reduce la soberbia del hombre después de franquear el muro definitivo.

De modo que aquello de «no hay deuda que no se pague», si  bien puede tener referencias a otros asuntos varios, para nuestro entender su filosofía abrumadora tiene cimientos de esa ansia humana de volver en polvo a la tierra que no sería sino el final deseo de pagar lo que ella nos prestó para que fuésemos en el período existencial. Yo al menos, no solamente que así pienso, sino que así siento. Y no en espera de la muerte, sino como premioso amor a la madre tierra en tanto viva.

Otavalo es una comarca y una ciudad que han sabido superarse. Por algo será que uno de los Corregidorese explicando al Rey de  España le mandó decir que Otavalo quería decir en lengua vernácula «Tierra que se levanta”. Quienes hemos nacido y crecido en Otavalo tenemos una orgullosa satisfacción de expresar que de allí somos. Contrasta esta actitud con la que con frecuencia vemos en otras personas atacadas del complejo de inferioridad y  que ocultan el lugar de su nacimiento…Esta íntima satisfacción que los otavaleños sentimos por ser otavaleños, es una consecuencia de la bella sintonía que existe entre el paisaje interior y exterior. Pujanza, nobleza, esfuerzo, trabajo, triunfo, podrían ser los exponentes de estos paisajes. En cada otavaleño hay mucho de “’Taita lmbabura” he repetido siempre porque la señera y tutelar montaña de la comarca es gallarda, serena, admonitiva, decidida. Tierra y hombre se complementan. Y de es te complemento aflora, bellamente la afirmación de que solamente amor con amor se paga. 

En el lugar donde nacemos y donde vivimos la infancia, se va forjando nuestro cuerpo y nuestra psiquis. Todo el medio ambiente influye en esta lenta formación. La  sombra de un árbol, la brisa, el color de  los prados, el perfume de la tierra, todo, todo ha prestado algo para integrar lo que somos…la vibración, los hábitos y costumbres del  vecindario, la influencia de personas próximas, en  fin todo cuanto en  el medio ambiente flota y de lo que a  veces no nos damos cuenta. Es decir un paisaje externo que es capaz de forjar el paisaje interno de cada individuo.

El sentimiento de patriotismo tiene mucho de  saudade. Se ama afanosamente el lugar natal porque en resumen, no es sino la gratitud psico-fisiológica de la persona al cacho de tierra y de cielo en donde nació y se formó. Por extensión de un lindero nacional surge el patriotismo. Es aquí cuando hallamos la profunda equivocación del nombre de patria. Debió haberse llamado “La Matria” a la patria, tal como alguna vez insinuó Unamuno. Matria tiene fundamento biológico. Lo que la naturaleza hace con cada uno de nosotros, se asemeja grandemente a  lo que hace la madre en la gestación y el parto.

El individuo al llegar a la madurez, después del trampolín peligroso de la Pubertad, comienza a darse cuenta de un hecho que antes no le llamaba la atención porque no podría entenderlo. Es el sentido de la transitoriedad de la vida que le inquieta y se inicia así el temor a la muerte porque se afirma la verdad de que el hombre es finito. 

El “pasar” del agua:  el “atardecer” que no es sino ancianidad del día; el “caer” de las hojas secas son imágenes que apesadumbran. La aurora nunca produce angustia. En cambio,  cómo hacen sufrir los atardeceres. La Saudade es un mustiarse. Es una aproximación de la muerte, con innegable deseo de morir por la falta de algo esencial para seguir viviendo. 

Esta es la verdad y el mensaje que nadie puede negar: Otavalo tiene, mantiene y retiene una vocación, una devoción y una resolución por ser libre y culto. Otavalo entiende que no hay posibilidad de libertad sin cultura y que no puede existir cultura sin libertad. Ni los oscurantismos,  ni las sectas, ni nada ni nadie podrá intentar batir este inmenso basalto andino que constituye el espíritu del hombre l.ibre y culto.  Tiene raíces hondas en la entraña misma de la tierra. Amamos todas las libertades porque solamente  ellas dan razón a la existencia del hombre. Amamos todas las culturas porque solamente ellas deslindan con claridad los niveles de la vida inferior y  superior. 

Tomad y bebed el “Yamor” para acercaros a la tierra misma v asiros a ella. Nos  fortalecerá grandemente. Nos dirá que Otavalo, pueblo que se levanta es bello y magnífico a medida que es libre y culto. Cada otavaleño tiene encerrado en su vida un poco de Taita lmbabura. De la montaña paternal solemos llevar encendida ardiente y crepitante la llamarada cárdena y purificadora del amor al suelo donde nacimos entre esos pañales dorados de una vocación esencial por la Libertad y la Cultura. Es por esto y por otras cosas más, que ser otavaleño es una enorgullecedora dignidad.

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Fuente: Garcés Cabrera, Enrique. «Otavalo en el corazón». Revista Sarance, (I Extraordinaria), 1976, pp. 50-53.