Juan Gabriel en Otavalo

CUANDO JUAN GABRIEL VISITÓ NUESTRO HERMOSO VALLE
Jaime Núñez Garcés

Tras el inesperado y sorpresivo deceso del gran “divo de Juárez”, acaecido en la mañana del 28 de agosto del 2016, el impacto mediático consecuente ha sido tal que la prensa desde sus diferentes fuentes, persiste en proporcionarnos información real o en algunos casos imaginaria, esta última, cuando afirman que está vivito y coleando o que no estaba muerto… andaba de parranda.

A excepción de Rosa y Pablo (quinto hijo, único sobreviviente del matrimonio formado por los campesinos Gabriel Aguilera y Victoria Valadez), todos los hermanos han fallecido por infarto: Virginia, José, Guadalupe, Gabriel, Miguel; tres a quienes pusieron por nombre Rafael, también han muerto; a Victoria, la madre, también le falló el corazón. Alberto, el último vástago, permanecerá por siempre en la memoria de sus seguidores a través de las múltiples canciones que él creó.

Foto © 2017 cromosonline.

Según cuentan, dejó una cuantiosa fortuna cuya cifra alcanzó jugosos 30 millones de dólares, generados durante su extensa trayectoria artística como autor, compositor, intérprete y actor. Cien millones fueron los discos vendidos, quince mil las presentaciones, diseminadas por todo el continente americano y los países de habla hispana. Sus honorarios fluctuaban entre $934.935 dólares por concierto en unos casos y $700.000 en otros o $125.000 por una corta actuación en una fiesta.

Al parecer Iván Gabriel Aguilera, el hijo mayor (“juanga” tuvo uno biológico y cuatro adoptados), heredó todas las pertenencias del astro, incluidas 14 grandes mansiones ubicadas en diferentes puntos de la geografía mexicana y estadounidense; aunque la propiedad de 231 metros cuadrados, avaluada en un millón de euros y ubicada en el barrio La Chueca (cercano a la gran vía madrileña), el famoso cantante habría dejado a Isabel Pantoja con quien mantuvo una estrecha amistad. 

Vamos a suponer que estos datos proporcionados constituyen el “abreboca” del acontecimiento que voy a referirles y tuvo lugar en plena calle Bolívar de mi entrañable tierra…Otavalo.

Debió ser a finales de la década de los años ochenta, 1987 posiblemente, con seguridad, en horas del mediodía, cuando el hambre ya apremiaba. Habiendo concluida la jornada laboral de esa mañana, mi esposa, Margarita Pérez junto a Martha Moncayo de Benítez, se disponían a cerrar el local comercial para dirigirse a sus respectivos domicilios cuando el ingreso de un nuevo cliente, interrumpió la inminente retirada. Vestía de manera un tanto sencilla: blue jean y camiseta, su cabello un poco más y llegaba a sus hombros, su dialecto al preguntar sobre el costo de determinado modelo de saco, reflejaba la condición foránea de este peculiar personaje. Una breve revisión de otras tallas, precedió al agradecimiento cortés y a su salida. Una leve sospecha de quien se trataba, quedó flotando en el ambiente. 

–“Margarita… es Juan Gabriel”.

Dependienta y propietaria del almacén Lanitex, cayeron en cuenta que afuera un lujoso vehículo con dos ocupantes esperaba al visitante inesperado, hecho que definitivamente certificó la importancia del ilustre consumidor, quien avanzó a paso lento hasta el cruce de las calles Bolívar y Abdón Calderón mientras paseaba su mirada a diestra y siniestra. Para que la curiosidad mate al gato, Martha Moncayo, preguntó al chofer que ese momento se bajó del automóvil, quién era el compañero que deambulaba calle abajo.

Un poco más y la respuesta estuvo a punto de provocar un patatús fulminante, el interrogado (recomendando un poco de discreción para evitar aglomeraciones) contestó sonriente: “es Juan Gabriel”.

Ya podrán imaginar la reacción mis estimados, el apuro por echar candado a las puertas para salir al encuentro del divo, saludarle y solicitar su invalorable autógrafo. Durante un corto diálogo, el cantautor manifestó que en una ocasión anterior ya había visitado nuestra bella provincia, confesó su debilidad por degustar los elotes (choclos) cocinados con queso que los indígenas vendían al borde de la carretera panamericana, en el tramo comprendido entre Peguche y el partidero a Cotacachi, adonde en ese preciso instante se dirigían. Antes de subir al auto, estampó su rúbrica en una hoja de papel bond que sus admiradoras le entregaron y para rematar, entonó a capela uno de sus últimos éxitos, detallazo que, al par de fans, hizo palpitar aceleradamente los corazones a punto de alcanzar un soponcio.

Conviene indicarles que esta pequeña historia, fue referida en su momento y con más detalles por mi media naranja. Hoy, traigo a colación para ofrecerles a todos ustedes, incondicionales coterráneos, amigos y compañeros.

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Fuente: Núñez Garcés, Jaime. Comunicación personal, 10 de febrero de 2024.