Decía San Bonifacio, el célebre apóstol y mártir alemán, al referirse a la sublime misión de los sacerdotes: “No seamos perros mudos, centinelas silenciosos, mercenarios que huyen del lobo, sino pastores en acecho, velando sobre el rebaño de Cristo, proclamando la voluntad de Dios al pequeño y al grande, al rico y al pobre, a los hombres de todas las condiciones y de todas las edades, en la medida en que Dios nos da fuerzas a tiempo y destiempo”. Y efectivamente esa ha sido la tónica que ha marcado el ministerio sacerdotal de monseñor Manuel Figueroa Plazas, a quien nuestra Casa de la Cultura Núcleo de Imbabura le tributa el homenaje de gratitud y reconocimiento imperecederos a quien ha sabido apacentar a esta grey imbabureña, iluminándonos con su mente lúcida, profunda, pedagógica, asequible para la feligresía, fácil de comprender, juzgar, razonar, hábil para desmadejar los problemas, para mostrarnos la evidencia de las cosas y conducirnos siempre a la verdad.
Monseñor Manuel Figueroa es un pámpano florido de la gens otavaleña, la ciudad del hombre y del maíz que nacieron juntos al calor de la misma tierra, la fértil comarca besada cariñosamente por las ninfas de la azulina laguna y de las fuentes de cristal, este dilecto cobijo de suelo imbabureño, Otavalo que celebra alborozado sus 192 años de haber recibido de la egregia presencia del Libertador Simón Bolívar, la eximia categoría de ciudad.
Monseñor Figueroa nació en el seno de una familia de profundas raigambres cristianas un 15 de abril de 1939. Desde su infancia mostró despejada inteligencia, tenaz memoria y recia voluntad. A decir de Mary Lou Cook: “La creatividad es inventar, experimentar, crecer, tomar riesgos, romper reglas, cometer errores y divertirse”. Y desde sus mocedades, la física experimental fue su fortaleza. “Construir y crear”, hacer con las manos y hacer con el pensamiento, fue el axioma que gobernó su joven espíritu de investigador y hábil creador. Allí están sus ingeniosos coches de madera, su mini planta hidroeléctrica, su radio, su emisora requerida a gritos por el vecindario, su proyector de cine, su teléfono, su marimba de cristal, con lo que fue consolidando su talento musical heredado del talento de la familia materna, su abuelo don Manuel Plazas Valenzuela; de su madre, Dolores Plazas, y de su tío, Alejandro Plazas Dávila.
Sin lugar a dudas, esa sorprendente y original casta, que con su talante y su talento copó todos los rincones sensitivos del ser humano, otorgando vuelo a las emociones para conquistar prestigio y fama. Adicional a ello, monseñor Figueroa fue un autodidacta en la interpretación del piano y la guitarra y tiene a su haber la autoría y composición de canciones inéditas cristianas, cantadas y valoradas a nivel nacional e internacional.
Formado en las prístinas aulas de la escuela Ulpiano Pérez Quiñones, luego en el Seminario Menor San Diego, para direccionar su vocación religiosa, continuó en el Seminario Mayor San José. Durante su formación sacerdotal aflora una faceta no conocida: la actuación teatral. Monseñor Figueroa puso en escena obras de su creación y dirección, principalmente comedias, que eran expuestas a un reducido público selecto.
Fue ordenado sacerdote un 5 de junio de 1965. Inicia su proficua labor pastoral en la zona de Íntag, sirviendo a las parroquias de Apuela, Selva Alegre y García Moreno. Posteriormente pasó a Cotacachi para atender las parroquias de San Francisco y Quiroga. Más adelante pasa a Pimampiro como Vicario foráneo y luego a la parroquia La Dolorosa de Ibarra y, ya en la edad provecta, San Luis de Otavalo. En todas ellas fulge su carisma para llegar con el mensaje liberador de Cristo a la abigarrada juventud. Su voz admonitiva, su ingénita modestia, su exquisito don de gentes, sus mensajes cargados de fe, de amor y de esperanza, su asesoría espiritual a los grupos de apostolado laical han sido suficientes para aquilatar su gigantesca obra y dejar una huella muy honda y brillante de su quehacer pastoral pletórico y fecundo: siembra diligente y cosecha centuplicada.
Ajeno al relumbrón y al artificio, siempre trabajó en silencio, lejos del círculo y de la élite; pero cuando los hombres callan, gritan hasta las mismas piedras. Allí está la suntuosa Basílica de la Dolorosa, reconstruida después del terremoto de 1987 con la ayuda de monseñor Bernardino Echeverría y la Arquidiócesis de Alemania, la Casa Social San José, la Casa para atender a los niños de la calle. Allí está su titánico trabajo en las responsabilidades que le han confiado sus Obispos. Ya como Vicario General de la diócesis, ora como Vicario de Pastoral, ya como Vicario de los bienes de la diócesis, ora como Vicario episcopal del área del pueblo de Dios, ya como incansable obrero cumpliendo los planes de la Evangelización 2.000, inculturando el Evangelio, descubriendo las semillas del verbo presentes en nuestras etnias. Por ello el Santo Padre Juan Pablo II lo nombró Prelado doméstico de su Santidad, distinción merecida por su pasión evangelizadora llevando a “valles y praderas, al monte y al collado” el mensaje liberador de Cristo
“Vida vivida”, la de monseñor Manuel Figueroa Plazas. Han sido 56 años vaciados íntegramente en los hontanares del Evangelio, piloteando la nave de la fe. Las facetas de su personalidad señera se perfilan con luminosos caracteres hasta estos días cuando su venerable senectud es símbolo de sabiduría y de servicio. Que el Buen Dios continúe prodigándole las gracias abundantes que necesita y le recompense con la tasa evangélica del ciento por uno, su magna labor apostólica y misionera.
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Fuente: “Monseñor Manuel Figueroa Plazas”. Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” Núcleo Imbabura, Colección Tahuando 299-300, 2021. Foto © 2021 Casa de Cultura Ecuatoriana, Núcleo Imbabura.