El culto y atento maestro Páez, amigo cordial de todos e introductor de turistas, en su taller de peluquería situado en uno de los extremos del Parque Bolívar en la calle del mismo nombre atiende a su numerosa clientela. Es, sin duda, el decano de los peluqueros de Otavalo. Hace muchos años, dejando el campo esmeralda que le vio nacer en las cercanías de Ibarra, plantó su tienda de trabajo en este suelo y se siente tan otavaleño como nosotros. Desde el atrio del Palacio Municipal dístinguí su andar ligero, sombrero a la mano, luciendo al sol una ancha calvicie. Es cosa curiosa, los especfficos que vende el maestro Páez en su taller para curar la calvicie, no surten efecto en él y la lleva intencionalmente descubierta para que sus clientes vean el peligro de quedarse calvos si no emplean los remedios de su expendio.
Viene del “despacho”, desempeña en la actualidad con mucho acierto, el cargo de Teniente Político de una de las parroquias urbanas de Otavalo.
-Maestro Páez, buenos días!
-Hola, cholíto! Qué es de su vida! En qué le puedo servir, cholito!
-Tan atento Maestro Páez, siempre busca a quién servir.
-Y eso que no me dan tiempo para nada, cholito. La oficina mía está siempre llena de indios que vienen con sus quejas, el taller hay que rodearlo con frecuencia, la casa, en fin, no me alcanzo, cholito: quejas, demandas, reconocimientos y como yo mismo tengo que hacer hasta de carabinero, no tengo tiempo ni para comer. (Creo que ni para dormir, a eso puede obedecer su calvicie, según Lauro Salas, proviene del mucho pensar y el poco dormir). Es que me gusta que las cosas marchen con regularidad, como un reloj, por eso yo siempre estoy listo para cualquier cosa. Créame, cholito, que si en Otavalo hubiera otra autoridad como yo, las cosas mejorarían; sobre todo con los ladrones y los borrachos que tanto dan que hacer, pero conmigo no hay cosas, les aplico la ley al dedillo, una infracción y estoy sobre ellos con el 7-30. (Siete días de prisión y treinta más de multa).
Así, en amable tertulia hemos avanzado hasta su taller. Apenas los oficiales se dan cuenta de la presencia del “maestrito”, se ponen en movimiento. Uno coge la escoba y se pone a barrer, el maestro lo reprende porque no lo ha hecho antes, otro sale en pos de una jarra de agua y es reprendido de la misma manera, finalmente un tercero recibe una buena “raspa” porque no se ha arreglado el cabello y se molesta malamente cuando no hay quien atienda a la clientela en su ausencia. Ei sillón de Paquito” está vacío porque salió a atender a domicilio y no ha vuelto, tampoco ha ido Segundo Zapata porque la noche anterior la orquesta de la cual es integrante, tuvo un compromiso. Y empieza lo bueno.
Empieza el “sermón” según el comentario a media voz de los “oficiales”, lo que en verdad es una clase de buenas costumbres. Habla del cumplimiento del deber, de la honradez, del civismo, de ia educación y respeto que debe observar un buen “oficial” con los clientes. Mientras rasura, con intervalos para dar paso a la mímica, habla de muchas cosas.
Sabe de todo, está empapado de las noticias nacionales y extranjeras. Hablando de las sociedades obreras dice: “cholito, nuestra Sociedad Artística tiene que ser mejor de lo que es, hay que ir poco a poco despertando ei entusiasmo en los socios. Los antiguos hemos hecho bastante. Pregúntele a don Luchito Moreano, hemos trabajado como peones, cargando piedras, adobes, pero que gusto da ver el edificio, cuando esté terminado el nuevo tramo, vamos a ser los más guapos del mundo, cholito!”
Dígame Maestro Páez, es verdad que en su juventud fue deportista?
-Fui de los buenos y lo soy hasta ahora!
Al escuchar esta declaración los “oficiales” dirigen su mirada al “maestrito” y codeándose dicen “ya está mintiendo, el maestrito”, como alcanzara a escucharles protesta: “yo no miento jamás, soy un hombre verdadero y quiero que igual sean ustedes, agradezcan que hay clientes de consideración, de lo contrario les daría dos correazos a cada uno”; “le debemos” dice en voz baja uno de ellos.
– Tengo la robustez y agilidad de un perfecto Boy Scout, cholito! Hago excursiones largas y asciendo a los nevados, a los clubs a los que he pertenecido he dado mi aporte con entusiasmo, hasta fútbol jugaba. Mucho me gusta el deporte todavía.
-De sus cumplimientos sociales, qué nos dice Maestro?
-“Poco me agradan aquellos en donde hay farras. Prefiero visitar a los enfermos, asistir a los duelos, llevar en mis hombros los cadáveres, abrir sepulturas. Es lindo, cholito, acompañar a los que sufren, tengo corazón de madre y comparto el dolor ajeno, de quien quiera que fuere”. Es verdad, el maestro Páez y don Luchito Garzón tienen méritos suficientes para que todo Otavalo esté presente cuando les toque el viaje a la última morada.
Con una rociada de Bay-rum, polveada de la cara y un cordial “servido, cholito”, el maestro Páez ha terminado la tarea y la amable tertulia. Limpia y guarda las herramientas, cambia su blusa de trabajo por saco de calle, recoge el sombrero, recomienda esmero y puntualidad a sus “oficiales” y se aleja por medio parque buscando a quien brindar un saludo. Mientras se aleja regresa la mirada al escuchar una voz que le grita: ” Maichito, Maichito, ya llegó el pújiter-, voy a traer el comesho”. (Léase: maestrito, maestrito, ya llegó el Júpiter, voy a traer El Comercio).
Otavalo, Mayo de 1942.
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Fuente: “Don Eliecer Páez Fernández”. Sarance, Revista del Instituto Otavaleño de Antropología, Número Extraordinario VIII, Octubre de 1993.