𝗟𝗔 𝗠𝗔𝗡𝗨𝗘𝗟𝗜𝗧𝗔 𝗤𝗨𝗘 𝗕𝗢𝗟𝗜́𝗩𝗔𝗥 𝗖𝗢𝗡𝗢𝗖𝗜𝗢́ 𝗘𝗡 𝗢𝗧𝗔𝗩𝗔𝗟𝗢
Escrito por Jaime Núñez Garcés
Octubre y noviembre son meses de conmemoración cívica para Imbabura. En 1829, Bolívar firmó los decretos de erección a categoría de ciudades, otorgando tan honrosa distinción a Otavalo e Ibarra respectivamente. Ignoraba quizá que Ibarra ya era ciudad desde el 11 de Noviembre de 1811, por resolución de la Junta Soberana de Quito. Durante su penúltima visita a Otavalo, su patriótico y enamoradizo corazón latió aceleradamente ¿la razón? Con vuestra venia, paso a referirles:
La permanencia en Guayaquil entre el 7 de febrero y el 21 de junio (1823), permitió al Libertador planificar la campaña del sur. La noche del 20, cuando descansaba en la hacienda “El Garzal”, conoció mediante una carta que “el indio” Agustín Agualongo Cisneros había derrotado a Flores en Catambuco (Pasto) y las tropas sediciosas avanzaban hacia Quito. Sin tardanza, Bolívar partió el día 22, llegando a la capital el 27 donde dispuso la contraofensiva reclutando 2000 combatientes. Dispuesto a vencer, el General y su estado mayor salieron de Quito el 6 de julio, el lunes 7 pasó por Tabacundo y Cayambe antes de arribar a Otavalo donde pasó cuatro días. En las seis visitas anteriores –fueron ocho en total– había hecho muchos amigos: Antonio Garcés, José Mariano de Almeida, José Albuja, José Agustín Rivadeneira, Juan Manuel Rodríguez, Manuel Egas, Joaquín Tinajero, Antonio Martínez de la Vega, Justo Alvear y Fernando Corral, siendo el más cercano José María Pérez Calisto.
Transitaba por la calle real (hoy Bolívar) cuando en un balcón miró a una joven muy hermosa, gratamente impresionado, encomendó a su acompañante averiguar sobre ella. Tenía trece años y se llamaba Manuela Jaramillo Egas, era hija de Manuel Jaramillo Hernández, un realista que terminó siendo insurrecto y de Rosa Egas Paredes. En su obra “Las Noches de los Libertadores” el prolífico historiador quiteño Dr. Fernando Jurado Noboa, señala que la otavaleña fue poseída por el ilustre visitante, de hecho, sus apasionamientos no contemplaban edades ni condición alguna, comportamiento evidenciado con Josefina Ustáriz también de trece años, hija de españoles a quien conoció en Cartagena, amante fija entre los meses noviembre 1812 – agosto 1813.
Para organizar las operaciones tácticas dejó Otavalo el once, desplazándose por Guayllabamba, Tabacundo, hasta volver a San Pablo de donde partió al amanecer del 17 tomando la dirección de Cochicaranqui – El Abra. A las dos de la tarde, los soldados patriotas agrupados en tres columnas incursionaron sorpresivamente, aniquilando a las huestes de Agualongo que desde el doce se habían tomado Ibarra, cometiendo toda clase de desmanes.
Debió transcurrir algún tiempo para que el Libertador volviera, llegó el 30 de octubre del año 1829 acompañado de algunos generales, un amanuense y su fiel sirviente José Palacios, esta ocasión se hospedó en casa del Jefe Político Municipal Don José Castro. Recibió a los ediles Antonio Albuja y Miguel Narváez Guerrón, concuñado de Manuelita, pues su hermano Agustín estaba casado con Nicolasa Jaramillo Egas, hermana de ella; conoció del acto mediante el cual le homenajeaban al día siguiente; dialogó con Joaquín Rivadeneira Fajardo, José Villacís, José Torres, Francisco Endara, Francisco Garcés, Fernando Escobar y con los hermanos Antonio y José Jaramillo (presbíteros parientes de Manuelita); se enteró que ella fue raptada por Pedro Calisto en 1825 quedando embarazada, dos años más tarde, había contraído matrimonio con un adinerado de apellido Mora y habiendo enviudado, ahora estaba casada con el pastuso Juan Chávez Figueroa. De sus tres vástagos uno fue leproso, otro abogado que fijó residencia en Manabí junto a un tercero y la única hija mujer, Eloísa, quedó para cuidarla.
Don Víctor Alejandro Jaramillo, educador reconocido y acucioso investigador de la historia local, sostenía que en aquella ocasión Bolívar había compartido su lecho con Doña Trinidad Zambrano, matrona del lugar que resultó embarazada. En agosto de 1830 nació la niña Dolores Casimira, bautizada en 1832 y registrada en el archivo parroquial de San Luis como hija natural de Don Luis Bolívar y Doña Trinidad Zambrano. Con algún propósito ¿se cambió el nombre verdadero del padre?
El 31 firmó el decreto dejando erigida en ciudad a la villa hospitalaria, sin duda, fue una de sus últimas diligencias antes de emprender el camino conducente al final inaplazable. San Pedro Alejandrino y un sepulcro cavado a fuerza de una existencia gloriosamente agitada y de desengaños, esperaban impacientes a su célebre víctima. La añoranza por esta Manuelita… le acompañó en su peregrinaje final.
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Fuente: Núñez Garcés, Jaime. Comunicación personal, 26 de octubre de 2022.