El Museo Viviente Otavalango

Otavalo es uno de los cantones más representativos en la elaboración de artesanías, reconocido a nivel mundial por su cultura ancestral viviente. Tiene variedad de atractivos naturales y manifestaciones culturales como vestimenta, idioma, tradiciones y gastronomía que son muy apreciados por turistas nacionales y extranjeros, según Diario El Tiempo.

Un potencial epicentro cultural es el ‘Museo Viviente Otavalango’ fundado en el 2011 en la antigua fábrica San Pedro que data del año 1821 y declarado patrimonio tangible e intangible por el Instituto de Patrimonio y Cultura.

En 1821 se lo conocía como la Hacienda Quinta de San Pedro. Desde 1858 fue ocupada por la antigua fábrica San Pedro, donde cientos de obreros se dedicaban a la elaboración de cobijas.

Tradiciones. En este lugar se vuelve al pasado. Se puede apreciar la elaboración de tejidos en telares artesanales y representaciones de las costumbres propias del pueblo indígena, con personajes en vivo conservando parte de su cultura. Se han acoplado piezas nativas que hablan de los antepasados.

Se han recreado sitios como el Obraje, La Casa Cruz, La Casa del Patrón o La Casa de las Artes, donde se encuentra instalada una sala de baile, canto y de exposición, un sitio en el que se puede encontrar a niños y jóvenes.

Las exposiciones incluyen demostraciones de matrimonios indígenas, fiestas y vivencias, la práctica de la agricultura según el ciclo de la luna, medicina ancestral con el Yachak y el ciclo de la vida y de la muerte según las costumbres kichwas.


Fuente: Rea, José María. «Arte, música y tradición en el Museo Otavalango». elnorte.ec. 16 de octubre de 2019. Web. 22 de noviembre de 2019.

Historia de las artesanías en Otavalo

Antes de la invasión española los indígenas tuvieron sus propias formas de producción artesanal; elaboraban productos especialmente diseñados para su vestuario; la práctica comercial se basaba en el trueque. Con la conquista llegaron los españoles ávidos de riquezas y tesoros; montaron los grandes obrajes y sometieron a los indios al esclavismo; explotaron la mano de obra y sus habilidades en agotadoras jornadas de trabajo, en la producción de telas muy codiciadas en el viejo continente.

Las experiencias adquiridas en los obrajes fueron transmitidas por generaciones y fusionadas con los conocimientos de procesos artesanales ancestrales. Esto posibilitó producir diversas artesanías con grandes alternativas de comercialización y, consecuentemente, la reivindicación de la atadura española.

A inicios de 1900 algunos indígenas de las comunidades de Agato, Quinchuquí, Peguche y otras realizaron los primeros viajes a ciudades como Quito, Latacunga y otras, para vender sus productos. Estos viajes, que duraban dos o tres días, lo hacían a pie, por los senderos o chaquiñanes.

Aunque las utilidades que generaba la comercialización eran mínimas, algo muy importante se lograba: promocionar los productos manufacturados y la apertura de mercados en otras ciudades del país.

Los productos artesanales tuvieron gran acogida en las ciudades del sur del país, lo cual despertó el interés de los pobladores de algunas provincias como: Cotopaxi, Tungurahua y Chimborazo. Poco a poco llegaron a Otavalo comerciantes de Saquisilí, Guano, Guamote y de otras ciudades en busca de los productos artesanales. El espacio que hoy ocupa el inmueble de la Sociedad Artística fue el primer sitio de exhibición, donde aproximadamente una docena de artesanos provenientes: de Carabuela, Ilumán y de otras comunidades anteriormente nombradas desarrollaron el comercio de artesanías.

Luego de un corto período, el «pequeño mercado» fue trasladado al actual parque «González Suárez», donde funcionó con un mayor número de expositores que ofrecían: cobijas, lienzo, bayetas, casimires, chales, chalinas, ponchos, sombreros, etc.

Para fines de 1940 el comercio de las artesanías constituía una actividad importante, con grandes perspectivas, lo que obligó a la reubicación final, en 1950, en la parte sur de la actual Plaza Centenario o también conocida como Plaza de Ponchos. La construcción de la infraestructura, en 1972, permitió mejorar la imagen del mercado y el comercio artesanal.


Fuente: Maldonado, Segundo. «Historia y realidad comercial de las artesanías de Otavalo»lahora.com.ec. 31 de agosto de 2018. Web. 28 de enero de 2020.

Tejidos con fibra de alpaca

Los indígenas otavaleños tienen una interesante historia por el mundo. Están en las calles y ferias de Milán, Berlín, Madrid o El Cairo; en el verano de Génova o el invierno de New York. Se desplazan como nómadas y el espacio más pequeño para ellos significa la posibilidad de vender sacos, bufandas, gorras, guantes y otra variedad de productos con lana de borrego que durante décadas se han convertido en una marca de país.

Los grupos de música folclórica con sus guitarras, charangos, rondadores, flautas y otros instrumentos andinos animan la vida en parques, en elegantes escenarios o en las estaciones del metro, en donde siguen cosechando aplausos, admiración y respeto. Una indiscutible habilidad para el comercio nacional e internacional les permitió a través de mucho tiempo crear una interesante red de carácter familiar y comunitario para brindar al mundo sus artesanías y la música.

La modernización y un mercado cada vez más grande permitió que las exportaciones crecieran con la introducción de maquinaria sofisticada y, los telares manuales – una tradición heredada por generaciones-, se resisten a desaparecer entre el golpeteo incesante de sus ingeniosas invenciones y la paciencia de los artesanos que nos entregan tejidos de diseños atractivos y excelente calidad.

Cuando José Luis Farinango, un indígena de la comuna de Quinchuquí, cerca de Otavalo, decidió dejar su trabajo de albañil en las Islas Galápagos y retornar a su tierra para volcar toda su energía en los telares de antigua tradición. Sus jornadas comienzan en la madrugada para despachar pedidos de clientes que venden en los mercados locales y otros que exportan a Europa.

Ahora, José Luis enfrenta un nuevo desafío junto a varias familias de la cercana comunidad de Zuleta: trabajar con fibra de alpaca, una de las más finas del mundo, hipo alergénica y con cápsulas microscópicas de aire que permite lograr prendas térmicas, livianas y transpirables.

Además, por su estructura anatómica la alpaca es más liviana que las vacas. Tienen almohadillas en lugar de cascos y no apisonan el suelo evitando la compactación de los páramos.
Hace poco tiempo, llegó a estas comunidades la fundación Paqocha, quienes ya tenían experiencia con indígenas quichuas en los páramos de la sierra norte y han revivido el proceso artesanal de la fibra de alpaca, rescatando el hilado a mano, el tejido en telar de espalda (Pre-colonial) y técnicas de teñido con minerales, plantas, flores y cochinilla.

Junto a técnicos de  la Prefectura de Imbabura implementaron un proyecto que beneficia a las mujeres de las comunidades de Morochos, Cajas, Zuleta, y La Florida de Mariano Acosta para mejorar la calidad de las fibras que esquilan de alpacas en verano, pues la fibra debe estar seca para facilitar al hilado.

Acá se invirtieron recursos económicos basados en tres ejes fundamentales: la protección de los páramos que rodean a estas comunidades, la alpaca como un animal productivo de fácil adaptabilidad y como una fuente potencial de ingresos a través del turismo comunitario. La Prefectura de Imbabura invirtió 30 mil dólares.

Otra de las fundaciones que fortalecen esta alianza para ofrecer oportunidades de trabajo a grupos vulnerables es CODESPA, cuya misión es liderar y ejecutar proyectos de alto impacto social generando fuentes de trabajo e ingresos económicos, invirtió 17 mil dólares.

Las alpacas no solamente cambiaron el paisaje en estas comunidades, tampoco es una versión de novelería desarrollista o el capricho de instituciones y fundaciones que buscan protagonismo, son sencillamente fuentes de ingresos extra para familias que viven nuevos desafíos.

Las mujeres en Zuleta tejen con paciencia y conversan animadas sobre las situaciones y personas que les preocupan; ríen de las ocurrencias y vuelcan su habilidad en sencillas prendas multicolores de alpaca, soñando en el momento cuando los turistas o comerciantes reconozcan el verdadero valor de su trabajo.


Fuente: Bolaños, Joselo. “Los tejidos con fibra de alpaca cobran fuerza en comunidades de Imbabura”. expectativa.ec. 28 de julio de 2018. Web. 3 de noviembre de 2019.

Matrioshkas made in Otavalo

Hace unos pocos días, en un receso del seminario sobre periodismo científico organizado por la Asociación de Academias de Ciencias de los Países Americanos, al que había sido invitada, paseaba por la famosa calle peatonal bonaerense, La Florida, y claro, trataba de encontrar algo novedoso que pudiera comprar para llevar de regalo a un par de amigas. Uno de los tendidos en medio de la calle llamó mi atención, pues al lado de unos chales y carteras tejidas, ví unas coloridas muñecas rusas, las conocidas Matrioshkas, esas muñequitas que guardan en su interior una serie de capas de muñequitas, en su mayor parte similares o idénticas a la que aparece en el exterior.

Mi asombro de encontrar muñequitas rusas en Buenos Aires, se duplicó, cuando miré que quien las vendía era indudablemente alguien de mi país, una joven de la etnia de los otavalos, conocidos por su industriosidad, sus dotes como comerciantes y su destino de viajeros empedernidos.

Cuando, para asegurarme le pregunté si era de Otavalo, su respuesta fue afirmativa, así como frente a la pregunta de quién las había realizado, y me dijo que ellas mismas.
Nunca he dudado de la capacidad de nuestros compatriotas otavaleños para hacer negocios e inclusive para tomar y generar ideas que luego las ponen en práctica, su arte y sus artesanías son reconocidas en el mundo entero y tienen un sello que las vuelve inconfundibles.

Por ello, no se si felicitar por el ingenio del que hacen gala, construyendo sus Matrioshkas otavaleñas o lamentar que se va perdiendo la identidad cuando se asimilan otras culturas que son tan diferentes a las propias.

Cuando se viaja, no se puede dejar de tener sorpresas, a lo largo de mi vida, me he encontrado con otavaleños en prácticamente todos los lugares que he visitado, por más distantes que estos se encuentren. 

Pero una vez más, me he dejado sorprender por el ingenio del que hacen gala. Así es que ya saben, la próxima vez que viajen a los más exóticos lugares y cuando compren una artesanía, a pesar de la omnipresencia de la China como país de origen de una cantidad impresionante de objetos y productos, puede que se lleven la sorpresa de que los objetos de su deseo, por más que no lleven una marca, probablemente sean made in Otavalo.


Fuente: Arteaga, Rosalía. «Muñecas rusas otavaleñas». eltiempo.com.ec. 6 de diciembre de 2011. Web. 12 de septiembre de 2016.