𝗩𝗜𝗦𝗜𝗧𝗔 𝗥𝗘𝗖𝗢𝗚𝗜𝗗𝗔 𝗘𝗡 𝗟𝗔 𝗠𝗘𝗠𝗢𝗥𝗜𝗔
𝐴𝑢𝑡𝑜𝑟: 𝐽𝑎𝑖𝑚𝑒 𝑁𝑢́𝑛̃𝑒𝑧 𝐺𝑎𝑟𝑐𝑒́𝑠
Porque entre el encuentro memorable que voy a referirles y el posterior nacimiento de mi segundo hijo mediaron unas horas, puedo fijar la fecha con exactitud: martes 27 de abril de 1982. Por esos días, el venerado Señor de las Angustias y su feligresía incondicional en pleno, andaban de festejo. Novena, beatas, cofrades, estruendosas camaretas (que provocaban un susto descomunal en horas de la madrugada) y castillos, alcanzaron religiosamente su protagonismo anual.
El sobrio almuerzo estrictamente condicionado a la dieta inflexible, dio paso al insustituible quehacer cotidiano de entregarse de alguna manera a la creación musical. Sobre la pequeña mesa, las vastas hojas de papel ministro en blanco, regla, pluma y tintero, permanecían a la espera del trazo meticuloso concebido con manos seguras. Una tras otra aparecieron las líneas rectilíneas para pautar pentagramas promisorios cuando en la tercera hora de aquella tarde el timbre inoportuno interrumpió la tarea. Con andar pausado, el cuerpo octogenario avanzó hasta la puerta de calle que una vez abierta permitió observar al inesperado visitante quien vestía terno y corbata, de estatura mediana, sobre su cabeza entrecana, un sombrero hacía juego con su edad de apariencia avanzada, sus anteojos de cerco azabache otorgaban cierta benignidad a su expresión, elementos que reunidos determinaban una apariencia elegante.
–“Disculpe… ¿El señor Alejandro Plazas?”
–“A sus órdenes” –contestó Don Alejandro entre sonreído y extrañado.
–“Es un verdadero placer conocerle, mi nombre es Evaristo García”.
El saludo se tornó efusivo a través del estrechón de manos, habían transcurrido cinco décadas desde que naciera “Las tres marías” para que el anhelo de quien versificó este pasillo (conocerle al autor de la música), tenga eficaz cumplimiento. “Preguntando se llega a Roma” reza el adagio popular de manera que ubicar en la calle Sucre 1009 (Otavalo), el domicilio del compositor fue tarea nada difícil.

La sala acogió de buena gana al anfitrión y a su visita. El diálogo surgió espontáneo para tornarse ameno y coloquial, se platicó entre otros temas sobre las diferentes circunstancias en que fue creada la canción, el homenaje paterno a las tres hijas marías del lado musical, y la predilección única por una bella e inusual melodía del lado literario. Un ir y venir inacabables de anécdotas evocadoras o situaciones relatadas alternadamente por los contertulios, descontaron minuto a minuto el par de horas que duró la entretenida conversación, el tema de la música nacional en sus diferentes aspectos, canciones, autores y compositores, fue abordado con complacencia. El deseo compartido de conservar un recuerdo de esta insospechada entrevista, hizo que sus protagonistas encauzaran cuesta arriba su lento caminar hasta el estudio fotográfico del señor Jaime Proaño, el flash retrató esos semblantes en una placa fotográfica, entregada desde entonces a la posteridad.
Aquella tarde ya había alcanzado madurez. El retorno a casa de Don Evaristo, obligó a que cruzaran animosos el parque Bolívar dirigiéndose hacia la plaza Copacabana donde el profesor García abordaría el bus de transporte para trasladarse a la capital, su lugar de residencia.
Al pasar por determinada casa el “maestro Alejandro” sugirió “entremos un ratito, aquí vive un hijo”. La presentación respectiva y el saludo cordial antecedieron a la propuesta de pasar un momento, formulada por Alejandro Plazas Córdova. Ya en el interior, las ocurrencias del “cuarto hijo primer varón” provocaron más de una sonrisa, entretenida escala del periplo amenizada con apetitosos sánduches y un par de cervezas.

El abrazo sincero y entrañable conjugado junto a la boletería de Transportes Los Lagos, tuvo carácter de un adiós definitivo entre estas dos figuras de la composición.
“Las tres marías” cumple este año sus bodas de oro. Con este titular, Terry Willams, cronista del Diario El Comercio se refería dos meses y días después a la personalidad y trayectoria de Alejandro Plazas y Evaristo García. En edición del sábado 3 de julio de 1982, sección B, página11 – Cultura y Hogar- señalaba en una parte de su nota periodística: “Cinco décadas han pasado desde entonces y se cumplirán exactamente en el mes de septiembre, cuando se recuerde la fecha en la que el maestro Alejandro Plazas compuso en Otavalo, su tierra natal, su homenaje filial a sus hijas María Fabiola, María Esperanza y María Leonila. Las cuerdas de la guitarra dejaron escapar en breve lapso, la inspiración musical que más tarde adoptaría la letra creada por el profesor Evaristo García oriundo del cantón Chimbo. Era el abrazo fraterno de dos figuras que unieron sus ideales en un pasillo que ha sido grabado en múltiples versiones, incluyendo la original de Benítez Valencia y la bien lograda realización instrumental de los Violines de Lima. Por supuesto, Otavalo obtuvo la primacía al promover una primera versión en guitarras, lo que no sería de otra manera, siendo la música original de uno de sus más meritorios conciudadanos”. Y claro, ya que no podía ser de otra manera, la fotografía captada en el Foto Estudio Proaño ilustró el reportaje.
“Un señor muy educado, de buena presencia, una persona correcta y muy amable”, así se expresó Don Alejandro refiriéndose a Evaristo García, en la mañana del día siguiente. Gracias a ese testimonio, tan verídico como anecdótico, diferente a otros que por ahí aparecen, viciados de falsedad y desconocimiento, la visita aquella… quedó atrapada en mi memoria.
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Fuente: Núñez Garcés, Jaime. Comunicación personal, 16 de mayo de 2024.