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Alfredo Avilés

También lo llaman portero, guardameta, golero, cancerbero o guardavallas, pero bien podría ser llamado mártir, paganini, penitente o payaso de las bofetadas. Dicen que donde él pisa, nunca más crece el césped. Es un solo. Está condenado a mirar el partido de lejos. Sin moverse de la meta aguarda a solas, entre los tres palos, su fusilamiento. Él no hace goles. Está allí para impedir que se hagan. El gol, fiesta del fútbol: el goleador hace alegrías y el guardameta, el aguafiestas, las deshace…” Eduardo Galeano, “El arquero”.

Nos valemos de este artículo para introducir a Alfredo Avilés, un carismático arquero cuyas cualidades hacen de él una persona memorable en el fútbol de Otavalo. 

La persona
El nació en Otavalo el 6 de diciembre de 1940. Su madre, Luzmila Avilés era de Guayaquil. Estuvo en el Jardín de Infantes 31 de Octubre, en la escuela Brasil de Quito hizo el primero y segundo año de la educación primaria y regresó a Otavalo donde terminó el resto de sus estudios en la escuela católica Ulpiano Pérez Quiñones. En Quito ingresó al Colegio Dillon donde fue escogido para la selección del colegio. En esta ciudad tuvo la oportunidad de jugar en la división juvenil del equipo Atlanta de la Liga Barrial de Chimbacalle. Después del cuarto año empezó a trabajar y al cumplir 17 años, retornó a Otavalo para trabajar en la Aduana y ya no pudo separarse más de la ciudad pues cupido lanzó una flecha certera al corazón de Alfredo. Tras un noviazgo de un año contrajo matrimonio con Gladys Plazas, hija del compositor Alejandro Plazas. Con ella tendría tres hijos: Mariela, Alfredo y Patricia. 

Jugó en Otavalo en el equipo 31 de Octubre desplazando de la posición al arquero titular, Benedicto Buitrón. Este equipo obtuvo el campeonato por 12 veces consecutivas, un registro que difícilmente pueda ser superado en la actualidad. Luego jugó también en un equipo de corta trayectoria llamado Stalingrado. Su equipo final fue el Atabaliba. En el Atabaliba formó parte de una época gloriosa en el fútbol de Otavalo en la década de los años 60 y 70. Este equipo tenía tanto talento individual que excepto por dos jugadores de otros equipos, los nueve restantes eran titulares fijos en la selección de Otavalo. Alfredo cuidaba la portería y alternaba en el puesto con otros dos arqueros, César “el gordo” Andrade y el juvenil Trujillo. 

Reforzó ocasionalmente a las selecciones de Ibarra, Cotacachi y Antonio Ante y fue parte de la Selección de Imbabura por varios años. Jugó en Colombia como refuerzo del legendario equipo Imbayas (equipo compuesto exclusivamente por indígenas quienes usaban la trenza tradicional y alpargatas adaptadas para jugar fútbol). Tuvo un paso breve por el equipo colombiano Once Caldas.

Tras 25 años de carrera deportiva, se retiró a los 42 años en el partido clásico de la Provincia de Imbabura. Al final del partido dio la vuelta olímpica ante el aplauso de todos los espectadores. 

Los apodos
El tiene algunos apodos. En un vibrante partido entre las selecciones de Otavalo e Ibarra, a pesar de la incesante ofensiva del equipo rival, todos los balones iban a parar a las manos de Alfredo Avilés para mantener la valla en cero. Fue tanta la emoción que el señor Tarquino Jaramillo gritó apasionadamente, “es el candado!” Un apodo por el que sería conocido generalmente, aunque por algunas de sus locuras en la cancha, también era llamado afectuosamente “el loco”, “la loca” o la “carishina”. 

Una de sus travesuras sucedió durante un partido cuando dejó escapar a propósito un balón fácil y casi provoca un ataque cardíaco general antes que diera un salto felino para detener el balón justo antes que este exceda la línea de gol. En otra ocasión, en el entrenamiento se lo vio bloqueando los balones con las posaderas, pero el afirma que alguna vez también lo hizo en algún partido, muchos años antes que Higuita fuese famoso por su atajada de escorpión en Wembley. Su hijo heredó de él la inclinación por el arco y uno de sus apodos.

El arquero
“La experiencia obtenida es la que va definiendo al arquero”, dice. En su época, la cancha del estadio Municipal de Otavalo era una cancha amplia de tierra, y sus voladas no conocían el miedo. Era el capitán y debía dar ejemplo. Siente mucho orgullo el haber vestido la camiseta de la Selección de Otavalo. Confiesa que trataba de transmitir confianza al resto de jugadores, porque si alguna vez el rival escapaba de los defensores, sus compañeros confiaban que él haría algo para que la jugada no termine en gol. Muchas de las veces no los decepcionaba. En la mayoría de los partidos.

El proviene de una época donde el arquero no usaba guantes. Usaba sí, rodilleras. Nunca se lesionó en las manos pero por precaución acostumbraba los esparadrapos en las muñecas. Los balones eran de cuero, pesados. En su uniforme pedía que los colores fuesen de color negro o gris reforzados en las partes de los codos. La pantaloneta era asimismo reforzada en los lados laterales, pero eso no impedía las magulladuras en las rodillas o manos. Gajes del oficio. 

El arco
Las medidas oficiales de la portería según la FIFA son 7,32 m de ancho y 2,44 m de altura. El dice que “conocía al arco tanto como a mi vida y el arco era pequeño para mí”. El arco parece grande en dimensiones pero para él era reducido porque con su colocación podía alcanzar casi todas los tiros al arco. Lo que la gente pensaba era suerte él lo atribuye a su instinto de arquero las salvadas. Anticipaba la dirección del disparo de modo que parecía que la pelota iba inevitablemente a sus manos. La ubicación era un constante movimiento desde que la pelota estaba en el campo rival, nunca estaba parado en un solo sitio, fluctuando continuamente. 

El bombazo del Pibe Ortega
Recuerda un partido de fútbol entre el equipo 31 de Octubre y LDU por las fiestas del Yamor. En el equipo albo jugaba el argentino Roberto “Pibe” Ortega, un delantero potente de 195 cms de estatura. En una jugada en el área chica, llegó un balón a los pies del Pibe y chutó un bombazo pero Alfredo Avilés detuvo el tiro a quemarropa aunque por la potencia del disparo fue lanzado un par de metros hacia el arco. Evitó el gol y comprobó que sus reflejos estaban hechos para estos momentos claves. El equipo 31 de octubre ganó el partido 5-3. 

El clásico
Alguna vez, alguien arribó a Otavalo desde Quito y se encontró con la ciudad desierta. Pensó en una pandemia, pero le explicaron que se trataba del “clásico”, un partido entre las selecciones de Ibarra y Otavalo los cuales eran cotejos intensos con estadios abarrotados. La noticia comenzaba en los afiches que aparecían en las esquinas del Parque Bolívar y luego se esparcía por todos los rincones de la ciudad. El apoyo del Municipio consistía en poner a disposición de los hinchas todas las volquetas para llevar a la afición hasta Ibarra. La selección de Otavalo viajaba en bus interprovincial. 

La pasión aumentaba a la par que la adrenalina cuando el equipo titular saltaba a la cancha a enfrentarse al temible rival. El ñeque característico del equipo otavaleño nunca se rendía frente a la potencia física del adversario. Si en la cancha la lucha era emocionante, en las gradas la pelea era aún más apasionada pues la barra de Otavalo no era apagada por los gritos de la barra ibarreña. Los insultos de parte y parte eran parte del ambiente: “apagavelas” versus “patojos”, en otra lucha monumental. Cuando más energía necesitaba, la Banda Municipal entonaba “No hay como Otavalo” y ya no había vuelta atrás, todo el equipo se movía apoyado en la melodía equivalente al himno popular de Otavalo. 

Los ahijados
Mencionamos al comienzo que Alfredo Avilés es una persona bendecida por el carisma de ser abierto y generoso: una combinación letal para ser convertido en padrino de matrimonio, bautizo o primera comunión. Alfredo y su esposa no pudieron escapar de este peligro y según sus cuentas, tienen 75 ahijados y ahijadas hasta la fecha. 

Su esposa
De su esposa guarda los mejores recuerdos, 53 años de matrimonio. Antes de los partidos ella encendía una vela a la Virgen de Guadalupe pero nunca iba a ver los partidos. La única vez que ella acudió a mirar un partido, el equipo rival le marcó dos goles en cinco minutos. Por fortuna, la selección empató en los minutos finales. Su esposa, doña Gladys Plazas, falleció en 2013. Cuidó de ella por seis años llevándole a las sesiones de diálisis tres veces por semana. La aseaba y llamaba a la estilista para que le tenga muy arreglada. Su partida le produjo un dolor inmenso el cual poco a poco va asimilando como parte de la temporalidad del ser humano. 

Alfredo Avilés fue un arquero excepcional en la época dorada de la selección de Otavalo. Dichosos son quienes lo conocieron en la cancha. Fuera de ella, su afabilidad es un regalo estupendo que lo comparte entre familia, amigos y aficionados de la ciudad. Cuán afortunada es la ciudad de Otavalo de tenerlo entre su linaje.

La Selección de Otavalo 1970. FOTO © Marcelo Puente Caicedo

Frente
De izquierda a derecha: Gustavo Pareja, Abraham Rosales, Wilson “flaco” Velasco, Hugo “mama” Villa y Aníbal Paredes.

Detrás
De izquierda a derecha: Jaime Hinojosa, Washington “katio” Méndez, Luis “indio” Echeverría, Hugo “negro” Ruales, Marco “negro” Hinojosa, Alfredo “loca” Avilés.


Fuente: Huella Digital, 14 de junio de 2020. Web. 18 e junio de 2020.

El video de la entrevista puede ser visto en el canal de YouTube de Huella Deportiva.
https://www.youtube.com/watch?v=hN36b4UPsrM&t=1684s

Jorge Eduardo Campos

El bandolín es el instrumento de cuerda infaltable en la música andina de Otavalo, en Imbabura. Los ritmos de reconocidas agrupaciones como Charijayac y Wiñaypa, entre otros, giran en torno a este instrumento de madera, parecida a una guitarra pequeña, que tiene 15 cuerdas en su estructura.

Ahora hay pocos talleres que guardan los secretos para obtener uno de estos aparatos. Uno de esos últimos es del otavaleño Jorge Eduardo Campos. Este ebanista, de 70 años, creció en medio del diseño y fabricación del bandolín. Cuando tenía 15 años, el primer instrumento musical tomó forma en sus manos. Siguió al pie de la letra las recomendaciones que le hizo Segundo Campos, su padre. Es el único de tres hermanos que heredó la profesión. Aún se sumerge en el taller, ubicado en el centro de Otavalo, para diseñar los apetecidos artículos.

En tres meses alcanza a producir 12 unidades. Pese a tener una deficiencia auditiva de nacimiento, sus clientes aseguran que tiene habilidad para construir sonoros y perfectos instrumentos de cuerda. También confecciona guitarras y charangos, pero los bandolines son sus preferidos. Ahora utiliza un aparato que le permite escuchar.

La maestría para fabricar los bandolines fue reconocida por músicos, indígenas y mestizos. Como no podía ser de otra manera, el presente fue un concierto que se ofreció en el Centro Intercultural Kinti Wasi (Casa del Colibrí, en español), en Otavalo, el último fin de semana. Ahí músicos como los grupos Cuerdas del Ecuador y Canto Vivo, Josué Cáceres, Segundo de la Torre, Sara Villavicencio, Edgar Córdova, Germánico Anrango, Ali Lema y Felipe Males, actuaron en este homenaje.

De este último intérprete, recuerda el artesano, que en una ocasión decidió probar unos 10 bandolines, que acababa de elaborar y que estaban listos para ser entregados en almacenes, en Quito. El ensayo finalizó con la compra de tres. Sin embargo, el pedido de otro músico indígena, que no recuerda su nombre, fue el incentivo para no dejar de confeccionar estos aparatos.

El Campos, como les dicen los artistas al referirse al artefacto, han tenido demanda en provincias como Cotopaxi, Cañar, Azuay, Loja. Además, los músicos otavaleños, que emigran a otras naciones, han sido los encargados de llevarles fuera del país. Paulina, hija del ebanista, explica que han enviado a España, Bélgica, Estados Unidos, Japón, entre otros.

Hoy el bandolín está en auge, pero en la década de 1980 prácticamente casi desaparece de las festividades andinas, explica Hernán de la Torre, organizador de la velada artística. Este estudiante de cinematografía de la Universidad San Francisco, de capital de la república, está rodando una película documental sobre el tema. Incluso, el maestro otavaleño se convirtió en el personaje principal.

Hoy, Jorge Eduardo Campos trabaja en su taller junto a Esteban Guevara, esposo de una de sus hijas, a quien le transmite sus conocimientos. Algo similar hizo, hace cerca de dos décadas, con Santiago Ayala, otro de sus parientes. Tiene 36 años de edad. Comenta que con el transcurso del tiempo pasó de ayudante de taller a ebanista. Incluso, acuerdan para crear nuevos diseños y modelos del bandolín. Los dos especialistas han moldeado maderos de cedro, capulí y palo de rosa. Esta última, que la ocupan desde hace tres años, ofrece mejor sonido. Ayala afirma que está listo para tomar la posta.


Fuente: «El bandolín resuena en la música de Otavalo». Diario EL COMERCIO, 22 de junio de 2018. elcomercio.com. Web. 30 de junio de 2020.

Armay Tuta

El Armay Tuta, palabra kichwa que significa Noche de baño o Noche para bañarse, es una tradición y una de las grandes representaciones del Inti Raymi. Este año y por primera vez, esta actividad está suspendida. El baño ritual comúnmente se lo hacía en la cascada de Peluche, llugar sagrado para la comunidad indígena, donde unas 6 mil personas llegaban por la noche para ser parte de este evento, previo a las fiestas del Inti Raymi en Otavalo, ya que antes de una gran celebración es importante cumplir con una ‘limpia’, según la creencia indígena.

Luis Santacruz, presidente de la comuna Fakcha Llakta, explicó que tras varias reuniones con los presidentes barriales y autoridades del gobierno parroquial de Miguel Egas se tomó la decisión de mantener las puertas cerradas a las comunidades para prevenir contagios de virus covid-19.

Santacruz indicó que solo se hará una celebración con las familias de la comunidad, donde se cumplirá con las medidas de prevención.

Asimismo, indicó que el personal del centro de salud de Peguche les recomendó no hacer el evento entre barrios y comunidades, pero sí internamente. El presidente de la comuna explicó que en esta época las personas llegan a las vertientes, cascadas o laguna, que son lugares simbólicos para hacer una purificación.

Al ser uno de los lugares turísticos más visitados en Otavalo, el ingreso a la cascada permanece obstaculizado por la emergencia sanitaria. “Hemos tratado de cuidar la salud de la familia y por eso está prohibido el ingreso de personas que no viven aquí”, señaló Santacruz, quien agregó que hasta ahora, no ha llegado la ayuda por parte de las autoridades.


Fuente: «Se cierran las puertas para el Armay Tuta o noche de baño en Peluche». Diario EL NORTE, 18 de junio de 2020. elnorte.ec. Web. 18 de junio de 2020.

La firma de Whitman

Un día, cuando era estudiante del Colegio Daniel Reyes, en San Antonio
de Ibarra, había realizado un dibujo en cartulina y lo primero que hice
fue mostrárselo a mi padre, que era carpintero. Él, conmovido, me dijo:
“Qué bien, lindo mijo, lindo. Presta para darte enmarcando”.  Alegre ante esta respuesta le dije: “Claro papá, para eso mismo venía a verle”.  Entonces dijo: “Pero primero ve a indicarle a tu mamá, Teresita, lo que has hecho”.  Sin perder tiempo, apurado, me dirigí a la cocina, donde mi mamá estaba preparando los alimentos (papas con cuero). Con mucha efusión le dije: “Mamita, ¿qué le parece este cuadro?, mi papi lo va a enmarcar”. Ella me contestó: “Lindo está, bonito está, mijo”. Luego me dio unos golpecitos en la espalda. “Pero lo único que no me gusta es la firma, está fea”, agregó.

Yo había empezado a firmar mis cuadros como W. Gualsaquí, entonces le dije: “Pero, mami, Gualsaquí es el apellido de mi padre”. Ella me respondió: “Y el mío es Sasi”.

Regresé nuevamente donde mi papá y él me preguntó cómo me había ido con mi mamá. Le conté que le parecía que mi firma era fea. “Uy, mejor voy a enmarcarte el cuadro”, me dijo.

Un día, cuando estaba en el colegio de Artes de la Universidad Central del Ecuador, en Quito, le comenté al profesor Nilo Yépez lo que me había sucedido en casa, sobre la bonita pelea que habían tenido mis padres: “Mi papá quiere que firme Gualsaquí y mi madre, Sasi”. ¿Qué hago?, le pregunté. El maestro me respondió: “No te hagas problema, mijito. Ni uno ni otro, firma como Whitman”. Desde entonces mis cuadros van firmados de esta manera.

FOTO © 2015 EL TELEGRAFO

Hace algunos años atrás, el licenciado Ramiro Velasco, profesor
de tantas generaciones de estudiantes otavaleños y no otavaleños, me
dijo que mi nombre “Whitman” ya estaba bien posicionado y que en ese
momento podía empezar con mi apellido “Gualsaquí”; que podíamos
 realizar una exposición con mi apellido. Mi respuesta fue un
concluyente no y en ese momento recordé con cariño, ahora que no tengo a
mis padres junto a mí, la pelea amorosa que una vez se dio en casa por
cómo debía firmar en mis cuadros.


Fuente: Rueda, Dorys. «Gualsaquí, Whitman. Como nació mi firma» elmundodelareflexion.com. 19 de octubre de 2019. Web. 17 de junio de 2020.