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De villa a ciudad

Posted on 2023-10-252025-04-17 by L. Hdez

𝗗𝗘 𝗩𝗜𝗟𝗟𝗔 𝗔 𝗖𝗜𝗨𝗗𝗔𝗗
𝐸𝑠𝑐𝑟𝑖𝑡𝑜 𝑝𝑜𝑟 𝐽𝑎𝑖𝑚𝑒 𝑁𝑢́𝑛̃𝑒𝑧 𝐺𝑎𝑟𝑐𝑒́𝑠

Haciendo un alto en el lento descenso por la ruta de Mojanda, Bolívar contempló el valle ensoñador, “ya falta poco”, le dijeron sus edecanes mientras el Libertador y toda la oficialidad, admiraban el espléndido paisaje dilatándose en la diafanidad de un firmamento azulino. A media legua, la villa espléndida esperaba vehemente, exhibiendo jubilosa su policromía impregnada en tejados, calles, plazas, huertos matizados de tonos verdes disparejos y riachuelos serpenteando líquidos cristales.

Entre vítores y aplausos, exhibiendo a caballo una delgadez extrema, ingresó por el lado sur –calle real hacia abajo– para saludar gentilmente con su sombrero de ala ancha que desde la mano diestra bosquejaba cadenciosos vaivenes. Sus ojos negros, le brillaban con quemante intensidad, nunca derramaron lágrimas, en consecuencia, tenían una marca de profunda tristeza noble.

Como resultado de sus siete visitas anteriores, el General contaba con varios amigos por estos lares: Antonio Garcés, José Mariano de Almeida, Joaquín Tinajero, José Albuja, Antonio Martínez de la Vega, Justo Alvear, José María Pérez Calisto (su mejor amigo), José Agustín Rivadeneira, Juan Manuel Rodríguez, Fernando Corral, Manuel Egas y Miguel Narváez.

En esta ocasión, se alojó en casa del Jefe Político Municipal Don José Castro. Durante la tarde, conoció del acto mediante el cual sería homenajeado al día siguiente por información de los ediles Antonio Albuja y Miguel Narváez Guerrón; dialogó con Santiago Acevedo, Joaquín Rivadeneira Fajardo, José Villacís, José Torres, Francisco Endara, Francisco Garcés, Fernando Escobar; con los sacerdotes Argoti, Montenegro, Valverde, Rivera, Antonio y José Jaramillo.

De la villa guardaba gratos recuerdos, a más de uno preguntó por Manuela Jaramillo Egas, agraciada y muy joven muchacha con quien sostuvo un fugaz romance durante su visita realizada el lunes 7 de julio de 1823. Ella ahora tenía 19 años y habiendo enviudado, estaba casada con Juan Chávez Figueroa (oriundo de Pasto). El General Irlandés Daniel Florencio O’ Leary cuenta que en esa oportunidad confesó a sus subalternos: “He recorrido muchas tierras y en ninguna parte he visto una cara igual a la de esta bella Manuelita”.

Fatigado por el largo viaje, Bolívar se retiró a su habitación.

Don Víctor Alejandro Jaramillo (acucioso investigador de la historia local) solía decir que aquella ocasión, Bolívar compartió su lecho con Doña Trinidad Zambrano, matrona del lugar que resultó embarazada.

Cuando en aquel último amanecer del mes décimo de 1829 “la cobija de todos” despertaba para protagonizar una fecha trascendentalmente memorable, los balcones fueron engalanados con banderas y guirnaldas multicolores, las clarinadas mañaneras, irrumpieron melodiosas reavivando el espíritu cívico imperante. Después de dictar algunas cartas a su secretario particular, el visitante ilustre recibió a una selecta comitiva de damas, quienes ingresaron sonrientes, en ellas, era fácil advertir sus elegantes vestimentas y una disimulada dosis de coquetería. La señora que presidía el grupo, le informó sobre el motivo de la visita, traducido en una justa petición y el anhelo de que Otavalo mereciera una designación política acorde con su adelantamiento.

Plumilla © Guillermo Castro Chávez.

La comarca sarance, siempre le había recibido con veneración, los otavaleños, nunca respondieron negativamente a las peticiones de dinero, hombres y vituallas para fortalecer el ímpetu libertario. Como si la sangre derramada por centenares de voluntariosos combatientes exigiera su precio, había llegado el momento y la ocasión era oportuna para retribuir tan invalorable apoyo. Escoltado por los oficiales y seguido por las señoras se dirigió al cuartel general, avanzando lentamente y con dificultad entre la multitud delirante que intentaba estrechar su mano.

Contagiado del fervor cívico que en Bolívar vibraba al momento de dictar su mensaje, el secretario Domingo Espinar transcribía diligente aquella mañana del 31 de octubre de 1829. En los exteriores, la fachada del reducto militar, acogía en su pálida faz a los radiantes rayos solares.

𝐶𝑜𝑛𝑠𝑖𝑑𝑒𝑟𝑎𝑛𝑑𝑜… 𝑞𝑢𝑒 𝑙𝑎 𝑣𝑖𝑙𝑙𝑎 𝑑𝑒 𝑂𝑡𝑎𝑣𝑎𝑙𝑜 𝑒𝑠 𝑏𝑎𝑠𝑡𝑎𝑛𝑡𝑒 𝑝𝑜𝑝𝑢𝑙𝑜𝑠𝑎, 𝑦 𝑞𝑢𝑒 𝑝𝑜𝑟 𝑠𝑢 𝑎𝑔𝑟𝑖𝑐𝑢𝑙𝑡𝑢𝑟𝑎 𝑒 𝑖𝑛𝑑𝑢𝑠𝑡𝑟𝑖𝑎𝑠 𝑒𝑠 𝑠𝑢𝑠𝑐𝑒𝑝𝑡𝑖𝑏𝑙𝑒 𝑑𝑒 𝑎𝑑𝑒𝑙𝑎𝑛𝑡𝑎𝑚𝑖𝑒𝑛𝑡𝑜.

𝐻𝑒 𝑣𝑒𝑛𝑖𝑑𝑜 𝑒𝑛 𝑑𝑒𝑐𝑟𝑒𝑡𝑎𝑟

𝐴𝑟𝑡𝑖𝑐𝑢𝑙𝑜 𝑈́𝑛𝑖𝑐𝑜. 𝐿𝑎 𝑣𝑖𝑙𝑙𝑎 𝑑𝑒 𝑂𝑡𝑎𝑣𝑎𝑙𝑜 𝑞𝑢𝑒𝑑𝑎 𝑒𝑟𝑖𝑔𝑖𝑑𝑎 𝑒𝑛 𝑐𝑖𝑢𝑑𝑎𝑑… 𝑦 𝑐𝑜𝑚𝑜 𝑡𝑎𝑙, 𝑔𝑜𝑧𝑎𝑟𝑎́ 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑝𝑟𝑒𝑒𝑚𝑖𝑛𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑙𝑎𝑠 𝑑𝑒𝑚𝑎́𝑠 𝑐𝑖𝑢𝑑𝑎𝑑𝑒𝑠 𝑑𝑒 𝑠𝑢 𝑚𝑖𝑠𝑚𝑎 𝑐𝑙𝑎𝑠𝑒.

Don José Castro, máxima autoridad del ayuntamiento, recibió de manos de Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios, el magno decreto debidamente firmado, un clamoroso aplauso inundó la sala mientras el campanario cercano, pregonaba con sonoros repiques un júbilo que terminaría generalizándose entre vivas, estruendos repetitivos de volatería y algazara.

Después del día de difuntos, el Gobernador de la provincia, coronel Joaquín Gómez de la Torre, devolvió a Otavalo el decreto original, debidamente sancionado para que Juan de Atiencia escribano público y de hacienda, proceda a publicarlo por bando como era costumbre y posteriormente ubicarlo en el archivo de la posteridad.

Sin duda, fue una de las últimas diligencias del General antes de emprender el camino conducente a su final ineludible. San Pedro Alejandrino y un sepulcro cavado a fuerza de una existencia gloriosamente agitada y de desengaños, esperaban impacientes a su célebre víctima.

Ciento noventa y cuatro años han transcurrido desde esa fecha histórica. El asiento fundado por Sebastián de Benalcázar en 1535, elevado a Corregimiento por voluntad del rey Felipe II en 1557, decretado Villa por la Junta Soberana de Quito en 1811 y cantonizado por el Congreso Grancolombiano el 25 de junio de 1824, es ya una ciudad que cumple su patriótico compromiso con la historia.

Desde entonces, levantada sobre la planicie acogedora, despliega vitalidad, progreso y hospitalidad, anhelando un futuro promisorio, sustentado en el esfuerzo mancomunado de sus hijos, presentes o ausentes. Urbe moderna que guarda celosamente algunos remanentes de un pasado pleno de realizaciones, pródiga para el cultivo de las artes, la industria, el comercio, la agricultura, el trabajo fecundo, factor primordial para alcanzar días prósperos y engrandecimiento. Calidoscopio urbanístico, apoyado en calles cargadas de recuerdos y nostalgia latente por la ciudad pretérita donde ensayamos los primeros pasos, cubriendo lugares que no tardaron en ser… íntimamente nuestros. Entorno imprescindible, por el cual deambuló nuestra preciada niñez, recorriendo el solar querido, la barriada entera o un poco más allá, transitó por chaquiñanes, bosques y lomeríos para enviar al cielo las cometas que elevaban ilusiones y entablaban diálogos con los vientos de agosto.

De allí que los otavaleños hemos crecido adheridos al paisaje, querendones del lugar natal, orgullosos de sus ancestros, de pertenecer a una ciudad con honor y dignidad en todas sus manifestaciones, reafirmándonos día tras día en el amor y la devoción a este terruño, factores que de manera intrínseca o expresamente abierta hacen que expresemos siempre: “No hay como Otavalo”.

Para este “pueblo que está de pie”, noble, defensor de sus derechos y libertades, tierra entrañable de artesanos, artistas y maestros, un año más de vida en el devenir inevitable del tiempo.

Con razón suficiente, Alejandro Carrión, vigencia perennizada en prosa y verso, al transcribir su pensamiento al papel anotó: “Fue el progreso de Otavalo, la voluntad de progreso de sus moradores, su agricultura e industrias, lo que movió al Libertador a condecorarle con el título de ciudad. Y es esa misma voluntad progresista, sin lugar a duda, la fuerza que la sigue manteniendo entre las ciudades ecuatorianas que gozan clase. Nuestro país ha visto nacer y morir ciudades. Otavalo no va a morirse: la vitalidad de su pueblo la mantiene pujante, esplendorosa”.

No fenecerá, permanecerá siempre erguida, inquebrantable, firme e hidalga, vigente como el irrefutable pensamiento de Bolívar: “Nada es tan peligroso como dejar permanecer a un mismo ciudadano en el Poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él a mandarlo, de donde se originan la usurpación y la tiranía”. (Congreso de Angostura 1819).

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Autor: Jaime Núñez Garcés, 25 de octubre de 2023.

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