Día viernes, después de la segunda hora de clase. En los pasillos del Colegio Otavalo se propagó rápidamente el rumor:
-El Licenciado Echeverría ha muerto!
Los estudiantes, como queriendo cambiar la historia:
-“El Indio…?” No puede ser, si le vi esta mañana.
-Yo también…
Pero las caras apesadumbradas de los profesores que entraban y salían de la oficina del Rector parecían confirmar la triste noticia.
Mientras se dirigía en comisión de servicio hacia la ciudad de Ibarra, en el sector de San Roque, la camioneta del Colegio Nacional Otavalo fue impactada por un auto que cambió de modo intempestivo de carril. Luis Echeverría falleció inmediatamente; su compañero, Guillermo Pinto, sobrevivió al choque pero quedó con graves secuelas. Era el día 9 de marzo de 1984. En tres meses más iba a cumplir 35 años.
Luis Echeverría era el Inspector del colegio, una figura respetada en el plantel de docentes. Para los alumnos era casi una quimera el estar cerca de su modelo, la encarnación de un ícono del fútbol.
El jugador
Era muy demostrativo verbalmente. Sus gritos mantenían a los compañeros enfocados en la disciplina de la defensa. Era fácil de distinguir en la defensa: era alto, rubio y colorado. Fornido, no podía ser derribado, quienes caían derribados eran los delanteros. Sin embargo, no era un simple defensor. Estaba dotado con la facultad de animar a los otros jugadores. La señal de alerta o de apoyo venía siempre en forma de un vozarrón, en ocasiones acompañado de un “carajo” usado como interjección.
La posición de líbero era ideal para su físico. La habilidad para leer el juego le permitió alejar muchas amenazas de ataque antes de que tuvieran la oportunidad de desarrollarse. Colocando su línea de fondo en posición o interceptando las jugadas, se convirtió en el bastión principal de la defensa de Otavalo. Más de una persona consultada coincide en afirmar que Luis Echeverría era capaz de bloquear el pase del balón o el paso del atacante pero el paso de ambos elementos al mismo tiempo, no era posible. No había contemplaciones.
Se dio a conocer en el equipo Atabaliba y luego en la Selección de Otavalo. Reforzó en ocasiones a algunos equipos de la ciudad. Jugó para la Selección de Imbabura. Fue el Director Técnico del equipo San Sebastián al cual guió hasta consagrarse Campeón Nacional de Fútbol Amateur, en 1979.
En la Selección de Otavalo él era joven y asumió naturalmente el puesto detrás de Hugo “el Negro” Ruales, el corpulento defensa central que hacía de primera muralla. A sus lados estaban Marco, el otro “Negro” Hinojosa y Rodrigo Orbe. Destilaban valor y proveían seguridad al “Gordo” Andrade en el arco. O al “Loco” Avilés, quien también gritaba mucho.
Un compañero suyo lo describe como “implacable” en el área:
Marco “Brujo” Encalada
“Por arriba era muy seguro para el despeje de cabeza. En esa esa época los defensores casi no salían jugando, por lo general había que reventar los balones. Él tenía un estilo propio para hacer los pases: le pegaba con el empeine al balón en el piso. En los Juegos Inter Parroquiales él defendió los colores de la parroquia Eugenio Espejo. Yo jugaba por la parroquia de Ilumán, pero él siempre me tenía en el suelo.
Otro de sus compañeros, lo recuerda como
una gran persona. Agradable y sincera. Bromista, nos llevábamos muy bien. Era un defensor fuerte y rápido, imposible de ser desbordado.
Raúl “Guagua” Rosales
Luis “el indio” Echeverría nació en Quito el 13 de Junio de 1949. Sus padres fueron don Luis Alfonso Echeverría Sánchez y doña Rosita Matilde Caicedo Balseca. Era el segundo de tres hermanos: Marco, Luis y Nidia.
De genética y apodos
El lado paterno de Luis tiene su origen en Cotacachi. Su padre fue primo de Monseñor Bernardino Echeverría quien fue consagrado Cardenal de la Iglesia Católica por el Papa Juan Pablo II en 1994. Por el lado materno tine familiares cuyo apellido Yanouch es eslavo, provienente de la antigua Checoslovaquia. Esto explica que Luis Echeverría haya sido alto, bermejo, de pelo rizado y tez blanca. Sin embargo, era apodado “Indio”. Su hijo, Luis Eduardo, nos explica la razón: la familia de Luis Echeverría vivía en el muelle de la Laguna San Pablo que geográficamente pertenece al sector Pucará de Velázquez. Es un sector mayoritariamente indígena. Naturalmente, Luis Echeverría creció en ese ambiente, sus amigos eran indígenas y participaba de los partidos de fútbol con ellos. En la Fiesta de San Juan, al ritmo de los sanjuanitos, Luis bailaba con los indígenas. Incitados por los tragos, a la hora de “ganar capilla” se desataban las peleas campales contra la gente de Araque o La Compañía y Luis participó en aquellas broncas a trompones… a escondidas de su papá. La lengua quichua no le era difícil. Sumado al hecho que los indígenas de las parroquias solían venir al mercado de Otavalo por los chaquiñanes y Luis usaba el mismo camino para venir al colegio, adquirió el apodo “Indio” por el cual es habitualmente recordado.
Incidentalmente, en la parroquia Eugenio Espejo vivía Washington “Katio” Méndez y juntos hacían el mismo itinerario para bajar al colegio. Al llegar a Otavalo, en el sector de Buenos Aires, en las calles Olmedo y Roca se juntaban a otros compañeros para ir en grupo al colegio. En este barrio conoció a Martha Jácome Pinto, con quien se casó después y procrearon tres hijos: Luis Eduardo, Ricardo Xavier y Jorge Fernando. Los tres hijos llevan el fútbol en la sangre. Ricardo “Cheche”, su hijo segundo, jugó profesionalmente en el Club El Nacional como portero; pero su hijo mayor, Luis Eduardo, heredó el apodo a pesar que jugó como arquero. En Otavalo, los apodos, igual que los genes, son hereditarios. Son tres hijos, seis nietos y dos bisnietos en total.
El trofeo en la laguna
En la sede de la Liga Deportiva Cantonal de Otavalo reposan los premios obtenidos en las distintas disciplinas deportivas. Había numerosos trofeos, medallas y diplomas acumulados desde hace mucho tiempo atrás. El mayor premio conseguido, con sangre, sudor y lágrimas, era aquel del Tri-Campeonato de Fútbol de la Selección de Otavalo bajo el mando de Raúl “Capacho” Jiménez en 1969, en la ciudad de Ibarra. Un gol de tiro libre de Hugo Ruales en el primer tiempo fue suficiente. El asedio incesante del equipo local durante todo el segundo tiempo solo engrandeció el valor del equipo otavaleño. A regañadientes, el trofeo, grande y pesado, le fue entregado al capitán de la Selección por los anfitriones. Sin ceremonias.
La salida del estadio de Ibarra fue en medio de insultos y piedrazos, pero la llegada a Otavalo fue majestuosa. La gente sabedora del resultado, esperó a su Selección en la calle Estados Unidos (actual Redondel) subió a los jugadores a una volqueta del Municipio y emprendió una entrada triunfal en medio de vivas, flores y rostros llenos de alegría. La caravana terminó con el tradicional baño en la pileta del Parque Bolívar. A pesar de la lluvia, la Banda Municipal los esperaba entonando, “No hay como Otavalo”, el himno popular de la ciudad. El delirio del triunfo al son de esa melodía no tiene precio, solo pasa en Otavalo.
Algún tiempo después, misteriosamente, algunos trofeos habían desaparecido de la sede cantonal. Alarmado, Luis Echeverría presintió que el trofeo más significativo iba por el mismo camino y se lo llevó a su casa.
Todos los trofeos pueden llevarse, pero éste se queda en Otavalo!
Y lo arrojó desde un bote a las aguas de la Laguna San Pablo. Custodiado por el gran Imbabura, en el fondo del lago, reposa el símbolo de una hazaña futbolística de los años 60.
Años después, delegados de la Liga Cantonal de Ibarra, exigieron que se se les devuelva el trofeo, pero Luis Echeverría les indicó el lago y les ofreció prestar un bote en caso deseen recuperarlo. El sitio exacto es un secreto que se llevó consigo a la tumba.
Era el magnífico Luis “Indio” Echeverría. Tenía los atributos defensivos para ser absolutamente dominante; su habilidad para llegar al balón y la solvencia con la que se movía por el área hacían que el arte de defender pareciera tan fácil. Fue por su dedicación al juego y por su “ñeque” que él se ganó el respeto del equipo y la admiración de los aficionados. Su presencia en la cancha como jugador en Otavalo no es un hecho temporal; es el ejemplo de un otavaleño de casta que perdura en la memoria común: imperecedero.
Fuente: Echeverría, Luis Eduardo. Comunicación personal, 19 de enero de 2021.