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Papa Francisco

Posted on 2025-04-232025-04-24 by L. Hdez

En el año 2024, después de 30 años de enseñanza en Japón, me llegó edad de la jubilación, 65 años. La familia nos obsequió un viaje por una semana a Roma. Casualmente era Semana Santa y mientras volábamos transcurrió el Miércoles de Ceniza. El día Jueves Santo nos encaminamos a la Plaza San Pedro del Vaticano, una caminata de 15  minutos desde donde nos hospedamos. No un hotel lujoso sino un cuarto de una familia a través del sistema Airbnb.

Había una fila inmensa de gente esperando ingresar a la Capilla Mayor donde se celebraría la Misa del Papa. Dos horas después llegamos al primer filtro para entender que había que hacer una reservación previa por internet varios meses antes. No pudimos seguir pero con mi esposa nos quedamos para oír el sermón del Papa Francisco desde la plaza San Pedro por medio de unas pantallas gigantes. Esperamos que la misa termine y luego entramos a la Basílica de San Pedro donde se celebró la misa. Ahí estuvimos hasta las seis de la tarde. Vi la silla donde el Papa ocupa su sitio y recordé al padre Bergoglio, el Papa Francisco.

Septiembre del año 1988. Yo estaba en la fase final de los estudios de japonés y preparándome para dar el examen de ingreso a la universidad. A la hora de la cena, un amigo argentino con quien solíamos jugar fútbol, nos cuenta que el Director de Estudios de la Universidad de El Salvador (Buenos Aires) venía el día siguiente a almorzar y mi amigo buscaba algunos estudiantes extranjeros de la Universidad Sophia que hablen español, para que el visitante se sienta tranquilo en su primer día en Tokio.

Estarían tres estudiantes argentinos, un mexicano, un colombiano, un brasileño y un alemán que no hablaba español pero le gustaba estar en este grupo de latinos porque “era divertido”.

Ahí conocí al padre Jorge Mario Bergoglio. Muy amable, me preguntó acerca de las dificultades de la lengua japonesa y se rió cuando le contamos que nuestra profesora de japonés se llamaba Mariko. Era viernes. Estaba planificado ir a Kioto y luego visitaría Hiroshima y Nagasaki. El propósito de su visita era ver como se iban adaptando los tres estudiantes argentinos a la vida en Japón.

Al día siguiente, en la tarde solíamos jugar fútbol en un espacio amplio de un colegio. Los dos equipos eran una mezcla de estudiantes extranjeros y japoneses. Yo jugaba de marcador pero generalmente ayudaba a los delanteros como puntero derecho. A los centros solía darle un efecto (chanfle) que aprendí cuando jugaba en Otavalo.

Antes que el partido termine me percaté el padre Bergoglio estaba presenciando el juego desde un lado de la cancha. Al terminar de jugar, me dijo:

-Usted juega como el “Pochi” (no recuerdo el nombre del jugador argentino que mencionó).
-¿Cómo hace para darle esa curva al balón?, me preguntó.
-Le conté del club Brazil de Otavalo y que ahí aprendí mirando jugar a unos de mis amigos de niñez,  “Gerson” Erazo. Muy atento, me escuchó risueño. 

Me llamaba mucho la atención que los estudiantes argentinos, más jóvenes que él, le decían, “Che Jorge, tenés que …”; a pesar que él usaba el “vos” con sus compatriotas, con el resto usaba “usted”.

Ahora entiendo que el uso del lenguaje cortés entraña una acto de humildad, no de superioridad. Quise imitar eso de él y lo recuerdo siempre cada vez que empleo el lenguaje culto con cualquier persona.

Su sonrisa afable era una señal de una persona mesurada y que invitaba a confiar; me cautivó su sencillez. Nunca había encontrado a alguien a quien la afabilidad le fluya naturalmente. Un hombre de Dios, ciertamente.

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Luis Hernández, 24 de abril de 2025. Foto © 2025 Jesuitas Irlanda.

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