En la película “The Dead Poets Society”, el profesor de literatura utiliza un poema para explicar a sus estudiantes la razón por la cual la humanidad escribe y lee poesía. Es un poema corto titulado “O me! O life”, parte de la colección de 12 poemas “Leaves of Grass” y publicado por primera vez en 1855 por Walt Whitman.
¡Oh yo! ¡Oh vida!
“¡Oh yo! ¡Oh vida! … de las preguntas recurrentes;
de las interminables artes de los falsos …
de las ciudades llenas de necios;
¿Qué hago yo en medio de ellos, oh yo, oh vida?
Respuesta.
Que tú estás aquí, que la vida existe y la identidad;
que la obra poderosa continúa y tú puedes contribuir con un verso”.
——
(La traducción al español es nuestra).
La “obra poderosa” alude al rol que tenemos asignados en nuestras vidas para influir en los demás, “contribuir con un verso” es el legado que tenemos que dejar en el mundo.
Usamos esta introducción para presentar a Whitman Gualsaquí, “el pintor de la ternura”. El poeta norteamericano y el pintor otavaleño están relacionados entre sí por el nombre y el arte. Preparando la reseña del pintor nos encontramos con algunos enigmas que quisimos elucidar. El primero de ellos es la razón de su nombre inglés.
Su papá, trabajó un tiempo en la Fábrica de cobijas San Pedro adonde llegaban revistas y afiches de promoción del extranjero. La afición por la lectura le llevó a conocer a este poeta norteamericano y decidió usar ese nombre para bautizar a su segundo hijo. Se convirtió en costumbre el asignar un nombre extranjero a sus hijos: uno tiene un nombre de origen árabe, una hermana suya tiene un nombre en honor a la Princesa Diana, otro hermano lleva el nombre de un prócer español. Primer enigma dilucidado. Aún hay más.
Su padre fue don Luis Gonzalo Gualsaquí, casado con doña Teresa Sasi. Ellos procrearon siete hijos, cinco varones y dos mujeres: Edgar Gonzalo, Whitman Raúl, Oscar Jenn, Edwin Washington, Luisa Margoth, Diana Marlene y Byron Antonio.
Whitman, el hijo segundo, nació en Otavalo el 11 de diciembre de 1960. Su madre le contó que al verle recién nacido su padre había dicho: “ojalá el guagua salga bueno para algo”. Vaya que sí.
Estudió en Otavalo en la escuela José Martí. Tres años en el Colegio Daniel Reyes y los tres últimos años de la educación secundaria en el Colegio Universitario de Artes Plásticas de la Universidad Central de Quito. Recibió la “Medalla de Oro Ciudad de Quito” como mejor graduado de la promoción. Luego ingresó a la Facultad de Artes de la Universidad Central donde su calidad fue reconocida y premiado con una invitación a formar parte del plantel de docentes en su alma mater. Si en el mes de julio fue estudiante, dos meses más tarde ya estaba impartiendo clases como profesor. Es el año 1990. En una época donde escaseaba el trabajo, es mérito propio el haber sido distinguido con ese reconocimiento por parte de la Facultad de Artes.
Ejerció la cátedra de Dibujo Natural en la Escuela de Artes Plásticas y también enseñó la cátedra de Dibujo Teatral en la Escuela de Teatro de la Facultad de Artes de la Universidad Central. Sin embargo, pronto se encontró con un dilema difícil de conciliar: su pasión por la enseñanza y la evaluación de la destreza de sus estudiantes en forma de números fríos llamada calificaciones. ¿Cómo puede el mundo abstracto ser definido en categorías materiales? Tres años después abandonó la docencia para dedicarse a enseñar en su propio taller.
Aquí aparece otro enigma, la presencia constante de las “guaguas” en sus pinturas. Nos ayudó a entender: cuando nació su primera hija, él se dedicó a cuidar de la recién nacida en su taller e hizo una silla que sirviera de cuna para poder cuidarla. Sin ser predemitado, se fijó en la cara redonda de la niña, los ojos grandes y envuelta en la faja, como se acostumbra en Otavalo. Y la fue dibujando. Nació la segunda hija y la historia se repitió. Miró a su esposa e igualmente la fue plasmando en las pinturas. Hasta que se convirtió en un elemento constante. Esta figura geométrica se convirtió en la característica esencial de los cuadros suyos, lo que él llama, “sus guaguas”, las caras redondas. Segundo enigma esclarecido. Nos quedan dos más.
Su abuelito materno, don Simón Sasi Vásquez, (originario de un sector de Latacunga), había trabajado en la construcción del edificio del Seminario Mayor en Quito. Le fue ofrecido trabajar en dos lugares, una en Cuenca y otra en la Iglesia de los Padres Franciscanos en Otavalo. Consultó con su abuelita, doña Juana Chicaiza, (La Vicentina Baja, Quito) y se decidieron por Otavalo por estar más próxima a la capital.
Lo que se pensó sería una estancia breve, se constituyó en una estadía permanente. Trabajó de Maestro Mayor en la Iglesia El Jordán de Otavalo, trabajó en la reconstrucción de la cúpula de la Iglesia San Luis después del terremoto. También trabajó en la fachada del edificio Municipal, en la construcción de la Piscina El Neptuno y en algunos puentes de la ciudad. Sin embargo, a la hora de las ceremonias, su nombre se evapora en el anonimato. Como tributo a la labor abnegada de su abuelito, en algunos de sus cuadros hace constar la cúpula verde de la Iglesia El Jordán. Es el tercer enigma resuelto.
Por lo demás, la vida de Whitman es sencilla. Tiene su residencia en Quito. Su casa-taller está en Ibarra, pero el germen de su inspiración proviene de Otavalo. Nos cuenta que cuando visita su ciudad natal aspira el olor a la comida hecha en fogón de leña, recuerda el concierto del sonido del maíz tostado, el champús, se emociona con la pelota de mano y guarda los colores que le transmiten magia. Añora la imagen de los pendoneros, la silueta del Tayta Imbabura. En son de broma, nos cuenta que ha tenido propuestas para “bautizarle” como cotacacheño por parte de su amigo personal, economista Auki Tituaña o, “nacionalizarle” ibarreño por parte de amigos y alcaldes, pero el ha replicado, nones. No hay como Otavalo.
Marco Antonio Rodríguez, en su libro “Palabra de pintores – Artistas del Ecuador” dice de Whitman Gualsaquí, “Para él la ternura tiene una especial connotación: está impregnada en su obra”.
Validó esta percepción. Sus cuadros rebosan de colores alegres. Sin embargo, una de sus hijas ha notado que la felicidad que se descubre en los cuadros, es el reflejo del espíritu del papá. Si bien para el observador, es la ternura expresada de forma magnífica; para el pintor, es un acto inconsciente donde manifiesta su interior. “A veces sería bueno verle enojado” ha sugerido su hija mayor.
La mayor, María José, tiene 22 años y la menor, Anahí Salomé, tiene 15 años. Aunque han heredado la afinidad por el arte, ellas han escogido carreras distintas. Whitman está casado con María del Carmen Veloz Ordóñez, de Riobamba.
Finalmente, el cuarto enigma: su vocación por la pintura. Su padre falleció cuando Whitman estaba en el colegio y en esta temporada la música le atraía mucho. Probó con la guitarra, la flauta y el charango. Junto con sus vecinos del Barrio Copacabana y Monserrat, Tocayo Sandoval y Fernando Hinojosa experimentaron con la música andina hasta llegar a las canciones de la nueva trova: Piero, Facundo Cabral y Silvio Rodríguez.
Un día viernes, después de un día de clases en Quito, arribó cansado a casa. Su madre le llamó a cenar. Whitman presintió que iba a ser reprendido por algo. Su madre le preguntó si no quería más sopa. Whitman estaba siendo trabajado psicológicamente. El se preguntó, sorprendido, ¿qué hice de malo? Intuyó que algo serio venía después. Al terminar de comer, la madre le preguntó dulce y seriamente: “¿Mijito, qué quiere ser usted, músico o dibujante? Si quiere que le ayude, tiene que escoger una de las dos”. Whitman, con la barriga llena después de dos platos de sopa de fideos, pensó un largo rato y escogió la pintura. Entonces, la mamá tomó la guitarra y la colgó simbólicamente en la pared. No más música. Las mamás saben como obtener respuestas sin acudir a torturas. Es el último enigma que él lo descifró con mucha gracia.
Ha hecho algunas exposiciones en varias ciudades. Una de ellas, denominada “Imágenes y colores de los Andes” en la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión en el año 2011. Fueron 72 obras divididas en tres series: “El color de la ternura”, “Sofá rojo” y “Arcos y rincones de Quito”. Al presentar la exposición, Whitman dijo: “El nombre de la obra es un honor para mí y la geografía de mi tierra, Otavalo, soy feliz de ser oriundo de un lugar rico en color y cultura, perfecto para la inspiración de mi obra”.
Celebramos la excelencia artística del maestro Gualsaquí y terminamos este relato con un autoretrato: “Soy color, soy teoría y filosofía. No busco la felicidad en el color, la felicidad me encontró a través del color. El compromiso es, con uno mismo”.
Fuente: Gualsaquí, Whitman. Comunicación personal. 1 de agosto de 2020. Fotos © Whitman Gualsaquí.
Relacionado: Acerca de la firma en sus cuadros. https://otavalo.org/la-firma-de-whitman/