La parroquia de lumán es la comunidad más norteña de los pueblos que circundan Otavalo, cerca de la Panamericana. La distancia desde el centro de Otavalo puede ser descrita como “lejos” por los locales, aunque seguramente se refirieren a las coordenadas espirituales del lugar. El hecho de que más de treinta brujos y curanderos viven aquí, sus casas debidamente marcadas con números de registro, confirma alguna autoridad en cuanto a temas de la magia y lo desconocido. Practican algunas terapias incomprensibles para la ciencia occidental, incluyendo la lectura de huevos, diagnóstico con cuyes (conejillos de India), limpias con diversos tipos de hierbas, al igual que el inevitable soplo de humo de cigarrillo (y hasta escupir fuego) sobre los pacientes afligidos, que buscan reinstaurar el equilibrio entre las fuerzas de dos energías opuestas, que desde afuera sólo se podrían comprender como el Bien y el Mal.
Como otras comunidades del área de Otavalo, Ilumán es pueblo de artesanos. Los sombreros de paño, ponchos, tapices y los telares de espalda de Inti Chumbi bastarían para atraer a los turistas, pero son los chamanes quienes terminan siendo la razón por la cual el pueblo ha ganado verdadero reconocimiento.
El título de chamán se ha utilizado tan a la ligera, que se cree que esta práctica es una farsa. La palabra que en realidad identifica al curandero andino es ‘yachak’, cuyo origen es kichwa, y quiere decir “el que sabe”. El yachak vive humildemente. Sana ritualmente. Posee una profunda conexión con el mundo que le rodea. Puede ver dentro de sí mismo. No guarda rencores. No tiene ambiciones. Se encuentra en armonía tanto dentro como fuera. La única razón por la cual alguien acudiría a un yachak, es porque realmente cree en su conocimiento. Pues para el yachak y su paciente, compartir este lazo común es fundamental. José Picuasi es uno de ellos, un yachak de Ilumán.
El fuego es el eje de equilibrio y sanación para el yachak. Los secretos del Yachak: cigarrillos invertidos, velas, plantas medicinales, pieles de culebra.
La
La oscuridad le habla a José Picuasi; es el único en la habitación que entiende el idioma de las sombras. Luego de un trago, bebido de una botella sin etiqueta, sopla aire sobre la llama de una vela y gran conmoción envuelve repentinamente las paredes del cuarto; la luz ha hablado. La voz de Picuasi truena, como una ráfaga de viento desde las entrañas de la Tierra. Invoca las fuerzas de su reino, como si éste viviera en él. Halla el camino común de las venas de Yaku Warmi, la ‘Deidad’ de Aguas y Vertientes, surcan las ondas, afectando todas las partículas que borbotean en su cuerpo de sabio –dos tercios, dice la Ciencia, de todo su ser– pero más, mucho más, en el oscilante cosmos del mundo espiritual.
Con piedras sagradas extraídas de las montañas, Picuasi tiene licencia para invocarlas. Al norte, Yanahurco; al sur, Fuya Fuya. Imbabura, el Padre (el taita) que lo sabe todo; Cotacachi, su amante, Madre de todas las madres… dos tótems sagrados que se elevan desde las profundidades del planeta y se encuentran, cara a cara en el mundo superficial, en una misma línea sagrada; en medio de ellos yace la diminuta morada de nuestro yachak, en Ilumán.
El mundo se abre ante él; las paredes se fusionan sobre su mesa tambaleante, donde descansa, en aparente desorden, una colección de todo un poco, desde botellas de colonia, llenas de aguas especiales como la del ‘buen querer’, hasta pieles de serpiente y plantas medicinales del bosque andino (como el cerote y la calaguala), recolectadas en la fecha idónea para extraer de ellas su magia. Las vasijas de barro han cumplido su rito ceremonial.
El yachak entiende el enigma incierto, pues es adivino inducido por las fuerzas invisibles de su ser. Así da con la cura. Enfermedades causadas por entes taumatúrgicos, por el ‘mal de la calle’ (hechizos o males de ojo), a causa del viento (wayra), el arco iris (kuychik) o el susto (separando el espíritu del cuerpo), son diagnosticables a partir de visiones del trance curandero, pues el yachak recibe revelaciones de su coro esencial.
De todas las diferencias entre la medicina occidental y la curandería indígena (que son muchas), quizás la más decidora es que el médico de profesión busca conocer ‘leyes’ que dictaminan una realidad objetiva y exterior, mientras que el curandero es, en sí mismo, el ‘saber’. En él yacen las respuestas. La adivinación, por ende, es efectiva, pues es interpretación de su realidad interior.
Fuente: Ñan. Ecuador Travel Magazine. “The Yachak of Iluman”. nanmagazine.com. Web. 12 de enero de 2019.