La iglesia de San Luis Obispo de Tolosa tiene históricamente dos etapas delimitadas por el terremoto del Imbabura (1868).
La primera, que dice relación de una capilla pequeña junto al cementerio (como exigían las leyes eclesiásticas) en lo que hoy es la Plaza Cívica. Estuvo regentada por los padres franciscanos, quienes se instalaron en Otavalo en 1547, a 13 años de fundada Quito. Y fue Juan Dorado su primer doctrinero. A poco tiempo de llegados los franciscanos obraron la capilla. Se atribuye a los carpinteros Collahuazo y Tituaña ser autores del primer retablo. Por pedido de los corregidores fue declarada matriz, por ser la más antigua e importante de la Audiencia de Quito. Para 1756 los prelados hacían la visita pastoral de tiempo en tiempo e impartían misa a los fieles. Además, recibía estipendio y limosna para su edificación.
El Terremoto del Imbabura devastó la región. La nueva iglesia fue levantada en otro lugar – donde está actualmente – frente a la plaza pública. El templo fue construido desde 1890, en base a los planos de Fernando Pérez Quiñones, lo mismo que su torre.
En la iglesia de San Luis se venera al señor de las Angustias. La primera lista de devotos data de 1774. La fiesta en principio se la celebraba en abril, para luego pasar al tres de mayo, día que se reverencia la doliente Cruz de Cristo.
Sobre los creadores de la escultura no hay precisión: se afirma que uno de los creadores sería el quiteño Legarda y, también, que fueron escultores españoles. El terremoto del Imbabura no destruyó la imagen y las pequeñas “heridas” las arregló el escultor otavaleño Gregorio Ortega.
En 1995 el Municipio expidió una Ordenanza consagrando Otavalo al Señor de las Angustias y a la Dolorosa del Colegio.
Angustia umbral a la libertad
Forjamos una pregunta silenciosa ¿Qué es la angustia? Es un sentimiento de tristeza, zozobra, aflicción, pero también de libertad.
Angustia que anula sueños y luz
El señor de las Angustias fuente de religión, porque emerge su figura de la historia bíblica y coloca al ser humano en sujeto óntico de fe. Y de religiosidad. Ya que le da sentido axiológico a la conducta colectiva de su pueblo reflejada en celebraciones, cultos y ritos.
La angustia popular confiada a su Cristo genera liberación. Kierkegaard sentenciaba que “la angustia es un camino a la libertad”.
El señor de las Angustias es el protector y guía de la grey otavaleña, que lo venera con credulidad y oración.
El señor en la nueva campiña
Sobre el Señor de las Angustias, Álvaro San Félix escribió una bella leyenda titulada “La tarde que el Señor llegó”. Aquí una síntesis.
“Enigma causó la tarde que ingresaron por el camino real tres mulas portando grandes cajones atados a sus lomos. Las mulas entraron solas despertando interrogantes en los vecinos del Corregimiento. ¿Matarían al arriero? ¿Se quedaría ebrio en alguna cantina?
Para aquella época Otavalo era solo un puñado de casas. Atravesaba longitudinalmente el camino real. Y con él, una acequia de agua que le acompañaba en su recorrido con ritmo y música. Otavalo tenía una capilla situada al frente de lo que hoy es el mercado. Capilla pequeña de paredes encaladas, piso de tierra, altar pobremente recubierto, un campanario minúsculo. Regentado por monjes franciscanos que vigilaban espiritualmente a la grey otavaleña.
Aquella tarde el viento bajaba mordiendo los maizales y arañando los lecheros. Tarde que se colgaba en el umbral del misterio. Las mulas, sin arriero pasaron por la capilla, allí se quedó una y las otras continuaron su viaje. Ante los ojos atónitos de los otavaleños la noche se fue adueñando de los sueños. Algunos feligreses bajaron la caja de la mula, la levantaron para dejarla en la sacristía. Pero el peso de la caja seguía en aumento. No tuvieron otra alternativa que abandonarla frente al altar, previa anuencia de Fray Guardián.
Al amanecer, el cielo otavaleño estaba limpio después de la tormenta. Y en los cerros las manchas verdes de las sementeras agitaban sus hojas húmedas. El corregidor, el alguacil mayor y un pueblo curioso y temeroso procedieron a desclavar los maderos de la caja. El asombro fue mayúsculo, no querían creer lo que veían. Era la escultura más perfecta del Señor de las Angustias. Reposaba en el cajón, con la cabeza coronada de espinas. La sangre corría por las articulaciones despedazadas.
La cabellera se recogía sobro el hombro herido. Y en sus pies y manos las huellas de los clavos perforaban la carne. Sus párpados caían sobre los ojos cuajados de lágrimas y de sus labios entre abiertos se escapaba la vida.
Desde esa mañana cuando el sol brilló como una resurrección y la piedad y la fe se volvieron milagro, el Señor de las Angustias encontró en Otavalo su hogar definitivo. Para consolar y ser consolado. Llamado desde allí “El Señor de la Otavaleñidad”.
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Fuente: Valdospinos Rubio, Marcelo. “El Cristo de la otavaleñidad”. elmundodelareflexion.com. El Mundo de la reflexión, 30 de diciembre de 2024.