Urku Huasi

Seis domos de color blanco resaltan entre las tradicionales casas de adobe y cemento de la comunidad indígena de Tocagón, parroquia San Rafael de la Laguna, del cantón Otavalo. La novedosa construcción es parte del proyecto Urku Wasi (Casa de la Montaña, en español) que se desarrolla en los pies del cerro Mojanda. Los inmuebles circulares fueron elaborados con la técnica llamada superadobe, explica Edward Barragán, diseñador industrial colombiano. El extranjero junto con Sebastián Caiza, líder de Tocagón, impulsan esta iniciativa destinada al turismo comunitario. El proyecto, que se desarrolla en un terreno de 2 500 m2, es un mirador natural que permite una vista panorámica del lago San Pablo y el volcán Imbabura.

Ampliar Los constructores utilizaron materiales de la localidad, como la tierra para la edificación de las habitaciones. Para optimizar el suelo inclinado de la ladera, en donde está situado Urku Wasi, se acondicionaron tres terrazas. En una de ellas se construyeron seis domos, que en realidad son dos viviendas gemelas, con tres áreas cada una. La edificación se levantó sobre un cimiento de piedra y cemento de 80 cm de profundidad. El primer domo, que funciona como espacios para la sala-cocina y el comedor, tiene 5,20 metros de diámetro. El segundo mide 4,40 m. Ahí se acondicionó el dormitorio. En el tercer domo, de menor tamaño, está instalado el servicio higiénico y la ducha. El techo de cada habitación tiene un 15% más de alto en relación al ancho. Eso le da una forma similar a un huevo. “Ese es el diseño perfecto de una vivienda, de acuerdo con la naturaleza. Así construyen sus nidos las termitas y algunas variedades de pájaros”, explica el especialista Barragán. Para optimizar los espacios en cada una de las casas se colocaron altillos. Este detalle les permite a cada vivienda acoger hasta ocho personas.

Ampliar Los constructores utilizaron materiales de la localidad, como la tierra para la edificación de las habitaciones. Esta técnica de construcción no es nueva. Proviene de una propuesta del desaparecido arquitecto iraní-estadounidense Nader Khalili. Él fue quien propuso el uso del superadobe, utilizando los materiales con los que los militares hacían sus refugios durante las guerras. Este sistema constructivo se desarrolló en 1960, en EE.UU. Se requiere de sacos tubulares rellenos de tierra o arena, que debe estar estabilizada y comprimida. Con ellos se apilan las hileras, enlazándolas con alambre de púas. La forma redonda de los domos distribuye por las paredes la energía, en caso en que la tierra tiemble. En las casas cúbicas, en cambio, se fracturan las paredes, con los sismos, según los expertos. Es por ello que, a más de la seguridad de la construcción, por sus características sismorresistentes, los visitantes podrán hospedarse en habitaciones que fueron construidas por gente de la comunidad.

La totora, que crece en el lago, se utilizó para elaborar los muebles y adornos. Se consideran inmuebles ecológicos, porque utilizan básicamente tierra, el material ancestral de construcción. Su forma cilíndrica además genera un ambiente interior cálido y libre de ruido. Para foráneos, como Svende Ratz, Urku Wasi es un lugar único y encantador. A la voluntaria alemana los domos, pintados de blanco y puertas y ventanas azules, le parecen una construcción salida de una película de ciencia ficción. Los constructores han tenido que solucionar varios inconvenientes que se les ha presentado en el camino. Entre ellos, la falta de agua y de alcantarillado.

En el primer caso se almacena el líquido vital, que provienen de un acueducto, en tanques de reserva de 7 770 cm3. En la construcción se destaca que las aguas de los servicios higiénicos se depositan en un pozo séptico. Mientras que el agua de duchas y lavabos irriga los huertos y jardines. Barragán y Caiza esperan que el proyecto Urku Wasi se convierta en un ejemplo para sus vecinos sobre lo que se puede hacer con materiales baratos y amigables con el ambiente. Por lo pronto, ya iniciaron una segunda fase con la construcción de otra casa de hospedaje en que se está utilizando básicamente caña guadúa.


Fuente: Benacázar, Washington. «Urku Wasi es un nuevo mirador turístico en el lago San Pablo». elcomercio.com.ec. 3 de diciembre de 2016. Web. 12 de noviembre de 2018.

Viaje al corazón del mundo

La visita a Ecuador, el país de las mil caras, de ciudades históricas y pueblos cargados de tradición, lagos, volcanes, bosques milenarios y gente buena, tiene un muy buen punto de partida: Quito. Esta capital se encuentra en medio de siete volcanes, gigantes cenizos que custodian los límites de una ciudad que fue proclamada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 1978. Su centro histórico es también un gran centro religioso. En 300 hectáreas se levantan 120 templos que hablan de la fe de los quiteños. Por eso, antes de partir, no puede faltar una visita a la plaza de San Francisco, que data de 1535, y que sorprende con sus altares bañados en pan oro. Vale la pena hacer una parada en la basílica del Voto Nacional, construida en 1873 y joya arquitectónica de estilo neogótico. Hay que subir sus 330 escalones para contemplarla en todo su esplendor.

En la primera salida tome rumbo muy temprano hacia el monumento de la Virgen del Panecillo o Virgen de Quito. Es una gigantesca virgen de 44 metros de altura, construida con 7.000 piezas de metal traídas desde México en 1924 y ubicada en el Cerro del Panecillo.

Desde allí se disfruta de una vista privilegiada del centro histórico de la capital ecuatoriana, de las montañas que lo rodean. Al fondo, hacia el sur, el volcán Cotopaxi se asoma entre las nubes.

La segunda ruta, debe ir rumbo al cráter del Pululahua, un volcán extinto hace más de 2.000 años, ubicado a 40 minutos de Quito. El almuerzo es en un restaurante llamado El Cráter, que también es hotel. La comida típica ecuatoriana, y la vista, son el mejor complemento.

De allí debe partir al museo Intiñan, donde queda la verdadera mitad del mundo. La entrada cuesta cuatro dólares y entre los atractivos están el Museo Etnográfico de la Mitad del Mundo y un experimento que llama la atención de los turistas: en la línea exacta que divide el planeta, en la latitud 0,0,0, la invitación es a poner un huevo en la cabeza de una puntilla. Suena difícil, pero es una sencilla realidad en este punto. A 200 metros del museo se levanta un monumento de diez metros de altura, coronado con un globo terráqueo señalando cada punto cardinal, da la bienvenida.

Desde Quito se emprende un viaje por tierra de dos horas, acompañado del paisaje montañoso y escoltados por tres volcanes: Taita Cayambe, Taita Imbabura y Mama Cotacachi. La ruta va rumbo a Otavalo, donde se realiza la feria artesanal de textiles más importante del país. Con sus tejidos y tradiciones, es el punto de partida del Tren de la Libertad, un recorrido infaltable en el itinerario ecuatoriano.

En esta ruta conviene detenerse en la fábrica textil de Imbabura, construida en 1924 y que ahora funciona como museo didáctico. La siguiente parada incluye almuerzo en el hotel Imperio del Sol; mientras se observa una imponente vista de la laguna Yahuarcocha. Para conocer más de la región, vale la pena dar unos pasos por San Antonio de Ibarra, conocida como la ‘ciudad de los artistas’. Allí está el taller de la familia García, heredera de la técnica de la escuela Quiteña y experta en la elaboración de esculturas religiosas de madera.

Desde Ibarra el siguiente destino es la reserva ecológica El Ángel. Son cerca de tres horas de viaje por tierra para llegar a este páramo, que recibe a los viajeros con cuatro grados de temperatura en el Polylepis Lodge, un hotel en medio de la naturaleza. El primer plan es una caminata nocturna, con antorchas que iluminan el bosque milenario de Polylepis.

A las 7:00 de la mañana, es la hora ideal para ponerse las botas pantaneras y adentrarse de nuevo en el bosque Polylepis, cuyo nombre le rinde tributo a un árbol centenario que caracteriza las 60 hectáreas de la reserva. Son tres horas de caminata a través de un lugar que parece sacado de un cuento de hadas.

De la ciudad de Cotacachi se parte hacia a la reserva Cotacachi–Cayapas. El ingreso a este santuario de naturaleza es gratuito y el atractivo principal es la laguna de Cuicocha, en el cráter del volcán Cotacachi; es un espejo de agua formado gracias al deshielo que antaño dejó el volcán, cuando estuvo activo hace más de 3.000 años. Es un lugar donde se puede practicar senderismo y dar paseos en bote en la laguna. Cerca queda el santuario de la virgen del Quinche, en la provincia Pichincha, patrona de los conductores. Allí estuvo el papa Francisco en su visita a Ecuador, en julio del 2015.

De allí salimos se va rumbo al pueblo de Papallacta, en la base del volcán Antisana, que acompaña el camino con sus nieves perpetuas. Son dos horas desde el Quinche atravesando los paisajes montañosos y bosques nublados. La parada es en la laguna con el mismo nombre.

Esta aventura no puede terminar mejor. Es hora de entregarse al descanso total en las termales de Papallacta, un spa al aire libre, con aguas a las que se les atribuyen facultades medicinales, rodeadas de cabañas y de bosques ideales para perderse a lomo de caballo o paso a paso.


Fuente: García, David. «Ecuador: viaje al corazón del mundo». eltiempo.com. 24 de febrero de 2016. Web. 8 de abril de 2017.

Laguna de San Pablo: azulidad y ensueño

Otavalo posee en su enclavado geográfico una belleza paisajística peculiar. Ciudad de embrujo y afectos. Tierra en donde se fragua una dimensión social múltiple, conjugándose una realidad multiétnica y policultural. En su seno se acrecienta una dualidad esencial: hombre-paisaje, cuya consecuencia genera en el individuo un especial sentimiento -indescriptible a ratos- de veneración telúrica.

Es la energía terrígena que convoca a un permanente ritual de adoración y querencia. Tal vez con alguna dosis de chauvinismo, pero con la certeza vital que emerge de los elementos de la tierra. Parafraseando a Plutarco Cisneros Andrade: “…en Otavalo, es imposible definir dónde comienza la tierra y dónde termina el hombre”. Es en Otavalo, precisamente, en donde emergen las lagunas de Mojanda (Caricocha, Huarmicocha y Yanacocha) y la de San Pablo. Esta última embebida de ensueño y leyenda. Imponente reflejo de agua -en cuyos adentros brota la totora-, que permanece inmarcesible con la huella del tiempo, no obstante, el deterioro generado por la inconsciencia humana.

La laguna de San Pablo tiene una denominación milenaria: Imbacocha (Imbakucha), desde la cosmovisión andina, en donde el agua es fuente purificadora y componente femenino, por ser generadora de vida. De ahí que se desprende su trascendencia cultural, prevaleciente en las comunidades indígenas circundantes. Además, cabe señalar la latente preocupación ambiental por su condición de ecosistema lacustre y su aprovechamiento para competencias natatorias (desde 1940) en la festividad septembrina del Yamor.

Esta laguna también es dadora de encanto poético. Carlos Suárez Veintimilla exclama: “Azul invitación de ancha frescura/ en las curvas resecas del camino,/ jugando al escondite con los ojos/ que presintieron su temblor dormido./ La laguna es un remanso dulce/ como el alegre retozar de un niño/ que se aquietó en asombro ante los cielos/ con sonriente respirar tranquilo”.

En tanto, Remigio Romero y Cordero versifica: “El lago de San Pablo, sibarita/ de lo azul, tiene sueño al pie del monte./ Cartas que el lago le mandara al cielo/ parecen, al volar, desde él, las garzas./ Se mira el caserío en el agua dulce,/ argonautas de barcas de totora,/ indios lacustres por las ondas vagan,/ ajenos a las horas de los siglos”.  

Y Gustavo Alfredo Jácome, en su “Romancero otavaleño”, recreando la tradición oral, detalla la apasionada relación entre la laguna descrita y el Taita Imbabura: “Amor de monte y laguna,/ idilio de roca y agua,/ cosmogonías platónicas/ eternidad de dos almas./ Y allí moran, ella y él,/ desde los siglos en alba./ Se miraron una vez/ y esa mirada fue vasta./ El monte inclinó la testa -reverencia enamorada-,/ le sonrió la laguna/ con una sonrisa de agua./ Y desde entonces se amaron”.

La laguna de San Pablo, desde sus inicios, emergió a partir de los designios bíblicos: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra”, esto es, en la génesis de la creación universal, para bendición del entorno otavaleño.


Fuente: «Laguna de San Pablo: azulidad y ensueño». eltelegrafo.com.ec. 7 de septiembre de 2011. Web. 26 de eneros de 2015.