Los monigotes de fin de año

Se trata de una de las tradiciones más ricas, de las que se practican en todo nuestro país, llena de historia, de sentimientos, de simbolismos y con los valores culturales que cada persona ejecuta y la siente de manera profunda e íntima.

Según historiadores connotados, el inicio de la tradición se remonta a inicios de siglo XIX, como consecuencia de la presencia de la fiebre amarilla, que provocó que en Guayaquil se empezara a quemar la ropa de las víctimas de esta epidemia, para ello las rellenaban de paja, viruta o aserrín, con lo que se pretendía deshacer de algo que podría estar contaminado, con el imaginario de olvidar y de quemar aquel doloroso recuerdo.

En este acto afloran una dualidad de sentimientos, por un lado, quemar los malos recuerdos y de otro, agradecer por los favores recibidos; pero también en síntesis y de manera intrínseca y personal, pedir que se cumplan los anhelos, con sus correspondientes metas y objetivos de vida, para el año entrante.

El simbolismo del monigote radica en que somos conscientes que dejamos un ciclo solar y arribamos a uno nuevo del calendario Gregoriano, que nos contabiliza el tiempo a partir del siglo XVI, para muchos será un año más de vida; para otros un año menos de su permanencia en este mundo, precisamente de donde se deriva aquella mágica y personal permanencia alrededor del viejo que se consume con el fuego, cuando miles de ideas filosóficas en torno a la vida giran en el interior de cada persona.

Es parte de la riqueza de nuestra cultura, quizás una de las prácticas que lejos de olvidarse o erradicarse, se acentuará en el sentimiento popular, adaptándose con el tiempo a los requerimientos de cada época y se presiente su proyección al futuro.   

Las buenas costumbres sociales, aquellas de repetición periódica, de origen antiguo, son admiradas y respetadas, y por su práctica sucesiva y constante, permanecen en el tiempo y son las que se practican para celebrar conjuntamente el final del año viejo y el estreno del nuevo año, con la quema del monigote.

El monigote se ha convertido en referente de fin de año, su elaboración en algunos casos rebasa la labor familiar o del grupo de amigos del barrio, para llegar a ser una obra artesanal muy elaborada y llena de detalles que inclusive, por su originalidad, se los podría considerar obras artísticas efímeras, debido a su corta vida, a causa de su inminente quema, destrucción o desmantelamiento para reciclar sus materiales.

Previamente, existe un laborioso ritual para la construcción de estas figuras, con participación colectiva y organización de procesos a ejecutarse con la responsabilidad que representará enfrentar el juicio de los miles de transeúntes que admirarán esta obra de arte efímera en tiempo de vida, pero perenne en el recuerdo de la gente.

Es necesaria la existencia de un escenario, con las instalaciones adecuadas para atraer la atención de los curiosos que caminan por las ciudades, realizando un escrutinio personal para definir cuál es la representación que más ha llamado la atención.

La siempre grata e imprudente presencia de las viudas, que, de manera irónica, lloran la inminente muerte de su viejo, precisamente a las doce de la noche de ese día,  parodian llanto, gemidos, fingen lágrimas y claman ayuda económica en la forma de caridad, a todos quienes admiran a su viejo en agonía. Se trata de aquel marco alegórico, necesario para crear una obra de teatro lleno de improvisaciones y sin libreto, que se adapta a las circunstancias de la calle y que gusta a toda la comunidad que las visita.

Otro segmento importante de este teatro callejero, lo cumple la lectura del “Testamento del Viejo”, cuyo contenido hace gala de la ironía y del sarcasmo, del cual sale a manera de conclusiones una serie de legados burlescos que no hacen más que agudizar el fino sentido de humor. En ocasiones, es escrito en verso, en otras. en prosa, pero con muy buen ritmo; por lo general, impera el tema político, terreno fértil para resaltar errores de funcionarios públicos y también se ensalza a los héroes nacionales, tanto deportivos como de otras actividades. Se escriben documentos que debieron haber sido archivados y mantenidos para conocer el fino sentido del humor con el que se marcaría cada una de las épocas en la que fue escrito.  

Se trata de una costumbre generalizada en la cual todos los actores la disfrutan, en todo el país que se practica este simbolismo dual y mágico, de la alegría, por un lado, de despedir con bienestar y por el otro, de dejar en el tacho del olvido todos los malos eventos acaecidos en el ciclo solar que termina.

Además, el optimismo de recibir el nuevo año, del que se espera lo mejor en todo cuanto la persona en su interior anhela, concluye con la práctica de las cábalas de la buena ventura, como ingerir al apuro las doce uvas, llevar prendas interiores de colores que representen sus anhelos, aprisionar en las manos o esconder en lugares especiales billetes de diferente denominación, salir de paseo con maletas, conjuras u oraciones profanas de todo tipo e índole, en fin, todo inmerso en el imaginario colectivo de la broma, buen humor y de creencias no confirmadas.

Esta es la manera en la cual se celebra la llegada del año nuevo, rodeados de tantos valores culturales, de mucha alegría y de grandes actuaciones, que no dejan de arrancar lágrimas de emoción, de dolor por penosos recuerdos o debido a la sensibilidad y melancolía de las personas. Se deshacen los nudos de las gargantas con buenos bocados del licor, adecuado para todos los paladares, discriminando refinados gustos, con tragos fuertes que desgarran los pechos y desinfectan el lugar por donde pasan.

Se erradica, por unos momentos, aquel pesar de dolores y desigualdades sociales, marcando afinidad comunitaria con abrazos solidarios y carcajadas de festejo de las mejores ocurrencias, de picardías sórdidas, de indirectas insinuaciones y otras muy directas aseveraciones.   

Feliz año nuevo. 


Fuente: Larrea Estrada, Fernando. «La quema del monigote». elmundodelareflexion.com. 2 de enero de 2022. Web. 3 de enero de 2022.