Por los polvorientos caminos que comunican a las ocho comunas de la parroquia San Rafael de la Laguna, en Otavalo, transitan pocas personas y carros. Durante las mañanas, las actividades se concentran en el interior de las casas con paredes de bloque y techos de teja. Los vecinos de la parroquia manufacturan a diario más de 1 500 esteras, aventadores, canastas…
Carmela Burga es una de las 3 000 personas que se dedican a trenzar los tallos cilíndricos de la totora, que se cortan en los lagos San Pablo, Yahuarcocha y Cusín. Sentada en su taller, la mujer aplasta los tallos contra el suelo. Utiliza una piedra negra, redonda y brillante. Luego los teje con una habilidad sorprendente.
En Guayco Pungo, Cachiviro, Tocagón, Mushucñan, Cuatro Esquinas, San Miguel Alto, San Miguel Bajo y Cachimuel, este oficio tiene mucha tradición. Las esteras amarradas en rollos se guardan en una bodega, ubicada a un costado de la Panamericana Sur, frente al monumento de El Coraza. Allí se venden al por mayor. “Una estera de dos plazas, en los talleres, cuesta USD 3”, dice Burga, vecina de la comuna Cachiviro. En promedio, una mujer de San Rafael de la Laguna se demora tres horas en hacer una estera de dos plazas.
En los últimos años, los comuneros comprendieron que deben innovar para mejorar las ventas y mantenerse en el mercado artesanal. En 2004 se formó la empresa comunitaria Totora Sisa y empezó un proceso de capacitación en Bolivia, Perú, Colombia y Chile. Juan Aguilar es el gerente. Él asegura que uno de los logros es la diversificación de la oferta. Ahora, aparte de las esteras, elaboran muebles de sala y comedor. También figuras como llamingos, tortugas, pescados y objetos decorativos como lámparas, tortugas, rodapiés, individuales, canastas, paneras, sombreros y otros. Un juego de muebles cuesta entre USD 700 y 900. Los principales compradores son los dueños de haciendas, hosterías, casas campestres y los extranjeros.
Mike Smith es de California. Llegó a Otavalo el fin de semana pasado, para visitar la Plaza de los Ponchos. A este estadounidense le gustaron los objetos de totora. “Me agradan los llamingos pequeños y las esteras cortas con colores diversos. Su precio es muy cómodo”, dijo, con una sonrisa. Cerca de las 16:00, Burga suspende el trabajo y amarra las esteras para sacarlas a la venta. En la comunidad Tocagón, los talleres se adecuaron en la parte posterior de las casas. Rafael Quishpe extiende los tallos en el patio y deja que el sol los seque durante una semana. “Así se hacen más consistentes, y el adorno queda más estable”, comentó. Su especialidad es manufacturar abanicos. Cada uno cuesta entre USD 2,50 y 3. Cada semana vende un promedio de 20 abanicos, en la feria de Otavalo. “Los extranjeros son mis principales clientes, se llevan para adornar sus casas”.
Carmen Ulcuango ya sabe teñir las esteras. Conoce la mezcla de químicos que debe aplicar para darle las tonalidades verdes y rojizas, simulando a los granos de maíz. La técnica la aprendió en un taller que dictaron artesanos de Perú y Bolivia. Ella vende las esteras en Ambato, Quito y Guayaquil. Se ubica en el ingreso a las hosterías y hoteles cinco estrellas. En esos lugares consigue clientes que llegan de otros países. Esa es la rutina de los artesanos de San Rafael de la Laguna, quienes han hecho de la artesanía en totora su principal sustento. Los precios La totora de Cusín es la más apreciada por su duración. En esa zona, todo lo que produce de totora un lote de 10 metros cuadrados cuesta USD 100. 220 tallos de totora se utilizan para manufacturar una estera de dos plazas. Para elaborar un llamingo de 15 cm de alto por 9 cm de largo se emplean tres tallos y cuesta USD 2.
Los vecinos de San Rafael también se dedican a la manufactura de las balsas o caballitos de totora, para ofrecer paseos por la laguna San Pablo.
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Fuente: “La totora da vida a San Rafael”. Diario EL COMERCIO, 26 de septiembre de 2009. elcomercio.com. Consultado el 21 de abril de 2012.